En las costas del Mediterráneo crece un conflicto que influirá en la vida de toda su cuenca las próximas décadas: el de Egipto dominado por el hambre.
Hambre en el mes de Ramadán y con el islam inmerso en conflictos sectarios entre diferentes ramas sunitas; entre éstas y los chiítas, y todas, con distinta virulencia, con los no musulmanes.
86 millones de egipcios, con una edad media de 24,8 años y un elevado crecimiento poblacional, 1, 88%, están en una situación que facilita los movimientos revolucionarios.
Esa juventud, casi siempre inactiva, vive una pobreza creciente, mientras que el analfabetismo del 30% de la población hace que la misma se recluya en la violencia religiosa para subsistir.
Las revueltas populares de las últimas décadas, contra Sadat y Mubarak, se debieron a la falta de trigo: «Alá y pan», gritaban las masas, como si esperaran un milagroso maná bíblico-coránico.
Ahora los graneros están casi vacíos. La caída de Mursi se debió en parte al temor de los militares a nuevas revueltas por hambre.
Generales y ministros golpistas recorren en estos días países petroleros pidiendo créditos que no le concedían al presidente derrocado porque sus Hermanos Musulmanes son sunitas enemigos de las monarquías, especialmente la saudita, que inmediatamente después del golpe de Estado se apresuró a anunciar su ayuda.
Además, Irán apoya a Siria, e indirectamente a Mursi para debilitar la influencia saudita en Egipto, e imponer el chiísmo en las provincias petroleras de Arabia y en los Emiratos Árabes Unidos, donde tiene numerosos adeptos.
El escenario político y social en Egipto continúa convulsionado. El gobierno interino anunció una nueva «Hoja de Rutas» para intentar recuperar la vía institucional y democrática. El plan consiste en convocar a un referéndum en un plazo de cinco meses para ratificar los cambios en la Constitución, realizar elecciones parlamentarias en 2014 y definir una fecha para elegir a un nuevo presidente.
Egipto tiene una gran relevancia dentro del mundo árabe. Importancia que está dada, entre otros aspectos, por ser uno de los territorios con mayor población de África y Oriente Medio, tener un gran ascendiente cultural sobre los países de la región, estar ubicado en una zona geopolítica estratégica - al ser el principal acceso al Canal de Suez -, manejar gran parte de los recursos hídricos de esa zona, ser la puerta de entrada a Europa y vecino de Israel.
Todos esos factores le confieren un nivel de influencia que resulta fundamental para la estabilidad en esa parte del globo, cuyo equilibrio está permanentemente en riesgo.
Por ello, la forma en que se resuelva la crisis institucional que atraviesa debe movilizar a la comunidad internacional, pues su desenlace tendrá efectos políticos y económicos que seguramente repercutirán en esta región y a nivel mundial.
El experimento democrático en Egipto y el mundo árabe vive horas cruciales. Los escenarios posibles - que se aplique el plan de normalización institucional, que los militares continúen en el poder o se desencadene una guerra civil - representan un desafío complejo.
La delicada situación por la que atraviesa Egipto debe motivar un intento pacificador por parte de las potencias que aún conservan influencia en la zona; también de Israel. De lo contrario, estarán en peligro la estabilidad de la región y los tratados de paz conseguidos por el Estado judío.
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