Quiero comenzar esta nota con una referencia personal. En particular, dado que la poesía de Gustavo Adolfo Bécquer está entrelazada con las vidas de muchos —hombres y mujeres—, que pertenecieron a la primera mitad del siglo veinte, y que llegaron, por tanto, a mi generación.
A mis 14 años usaba el libro de Bécquer para escribirle y decirle poemas a quien sería tiempo después mi novia —que es hoy mi esposa, madre de mis hijos y abuela de mis nietos—. Era una práctica bastante extendida en los años de juventud de mi generación, un delicioso hábito del amor cortés de entonces.
Romanticismo de antaño
Los muchachos de hoy —por suerte— son menos tímidos. Pero también —no nos cuesta suponerlo—, menos románticos. Aquel perturbador, inquietante y conmovedor —y hasta exultante— sentimiento que experimentábamos en esos años en que nuestra piel se dejaba acariciar mansa por los nuevos vientos, se emparentaba con las lecturas de las prestigiosas “Rimas” del poeta español Gustavo Adolfo Bécquer. Confieso que leía y releía aquellos versos, que al tiempo que ayudaban a suspirar, brindaban un lenguaje nuevo, pleno de musicalidad y venerable de pasión. Sin exagerar, puedo afirmar que desde entonces la poesía se quedó a vivir en mí.
Preguntas sin respuesta
También mi señora me confesaría luego —cuando el noviazgo estaba camino a consolidarse—, que a ella le pasaba algo similar con la poesía de Bécquer. Incluso, ella colocaba en las páginas que la conmovían en su fuero más íntimo, una flor que luego se disecaba.
Podemos entonces parangonarnos a aquellos enamorados de Oscar Wilde, que no sabían si pronunciaban frases de amor porque estaban enamorados; o si estaban enamorados porque pronunciaban con unción las frases de amor.
¿Yo leía a Bécquer porque estaba enamorado…?, O… ¿estaba enamorado porque leía a Bécquer…? Confieso que aún hoy no tengo la respuesta a estas preguntas.
Hogar de pintores
Ahora sí, instalémonos en la vida de aquel ilustre poeta. Su cuna fue la España de las variadas estéticas y registros. Nació en Sevilla —capital de Andalucía—un miércoles 17 de febrero de 1836, Gustavo Adolfo Bécquer, hijo de don José Domínguez Insausti y de doña Joaquina Bastida y Vargas. Nació en el número 9 de la calle Ancha de San Lorenzo (actualmente, Calle del Conde de Barajas).
Fue bautizado el jueves 25 de ese mes, como Gustavo Adolfo Domínguez Bastida, en la parroquia de San Lorenzo Mártir. Aunque a pronta edad decidiría usar el segundo apellido paterno —de origen flamenco— que era Becker, y que él hispanizaría reemplazando la “ce” y la “ka” por la “qu” y la “u”. Gustavo Adolfo fue el quinto hermano de una familia con … ¡ocho hijos varones! Los Becker eran nobles flamencos llegados a España tres centurias antes.
Su padre y un tío —hermano del padre—, eran reconocidos pintores costumbristas. Su familia, tanto en arte como en política se identificaba con la Sevilla conservadora.
Orfandad
Nuestro futuro poeta quedó huérfano en su niñez. Tenía sólo cinco años de edad, cuando en 1841 fallece su padre —un hombre muy joven, de apenas treinta y seis años de edad—; entre 1846 y 1847 el niño realiza estudios en el Colegio de Náutica de San Telmo, donde se inicia su amistad con Narciso Campillo. En 1847, con apenas once años de edad, Gustavo Adolfo queda totalmente huérfano, al fallecer su madre. Sumado a ello, el colegio es además suprimido por el gobierno.
Su breve vida estuvo signada desde muy temprano por el desamparo y la miseria, la suerte esquiva y los amores perdidos, la enfermedad y el sufrimiento.
Bibliotecas y amores
Su formación literaria sería muy temprana. Merced a la nutrida biblioteca de su madrina, Manuela Monnhehay, el joven toma contacto con plumas célebres como las de Byron, Lamartine y otros, al igual que con autores del Romanticismo español. Justamente a la casa de esta madrina, fue a vivir, tiempo después de haber quedado sin padre ni madre.
Asimismo su educación literaria es dirigida en el Instituto sevillano por Francisco Rodríguez Zapata, discípulo de Alberto Lista. Hay allí especial dedicación por los poetas españoles del Siglo de Oro.
En su adolescencia, su primer amor conocido es el de una jovencita andaluza (de Santa Clara), llamada Julia Cabrera, quien seguiría amando al poeta durante el resto de sus días. De aquellos tiempos, pinta una singular traza, su amigo Julio Nombela, cuando escribe tiempo más tarde: “Preferíamos tener un ideal a tener una novia” y agrega: “El arte y la poesía nos envolvían en un nimbo de castidad inconsciente”. Ese sentimiento puro, bordado con la ensoñación y el recuerdo ya hacía su aparición en aquel primer e inmaduro amor. Historia que en alguna medida no se dilataría, por la sencilla razón de que el amor no se consumaría.
Penurias y enfermedad
En 1854 se traslada a Madrid. Cansado y debilitado por mucho trabajo, innumerables viajes y largas penurias afectivas, en 1858, con apenas veintidós años de edad, el poeta cae enfermo. Su hermano y su amigo Rodríguez Correa son quienes van en su socorro. Justamente este amigo encuentra entre las pertenencias del poeta, la leyenda de su autoría, “El caudillo de las manos rojas”, donde prevalece el exotismo orientalista en un ambiente hindú.
Controversia
Las “Rimas” que dieron celebridad internacional a Bécquer, fueron 86, siendo publicada la primera de ellas en diciembre de 1859.
Es sabida la existencia de diversas interpretaciones acerca de estas “Rimas”. Podemos afirmar que la mayoría ve en ellas cantos a Julia Espín, aunque algunos críticos suponen que también pueden ser otras las mujeres aludidas; y hasta hay quienes piensan que muchas “Rimas” no necesariamente serían autobiográficas. La duda subsiste igualmente si sus poemas eran o no dedicatorias personales a Julia Espín. Muchos de sus biógrafos coinciden en señalar que Bécquer refinó estrofas y retocó versos, por lo que ya no sería íntegramente el producto de sus vivencias.
Las fechas de publicación, no indican las de composición. Nombela dirá que las “Rimas” fueron compuestas entre 1858 y 1859, y gestadas entre 1860 y 1861.
Desde el balcón
La versión más extendida sobre Julia Espin, es la de las niñas en el balcón, que transmitió su amigo, Julio Nombela. En este relato, se trata de un paseo que ambos —Julio y Gustavo Adolfo— compartían en una otoñal mañana madrileña —tal vez octubre— de 1858 (Gustavo Adolfo era entonces un joven de veintidós años). Iban por una vereda de la calle de la Justa (hoy calle de los Libreros), cuando divisaron en el balcón a dos hermosas jóvenes. Ellas eran Julia (entonces de veinte años de edad; ojos negros) y Josefina (su hermana menor; ojos azules), las hijas de un hombre muy bien visto en el Palacio Real: don Joaquín Espín. Éste era el prestigioso maestro director de la Universidad Central, profesor de solfeo en el Conservatorio y organista de la Capilla Real.
De inmediato, Bécquer quedaría extasiado por la belleza de Julia. De ella se ha escrito que era “la más hermosa, la más culta y refinada, la más coqueta y seductora” y hasta “la más becqueriana de todas las mujeres que pasaron por su vida”.
En el cine
El libro de María Teresa León, “Bécquer, una vida pobre y apasionada”, ha sido hace largos años llevado al cine, en España. Se trata de un film dirigido por Alberto de Zavalía, en el cual Esteban Serrador encarna al poeta, y la famosa actriz argentina Delia Garcés interpreta a Julia Espín.
En esta versión, que pude ver hace ya algún tiempo, se incluyen fugaces encuentros entre Gustavo Adolfo y Julia, uno de ellos en una calle madrileña, con breve intercambio de palabras. Y también hay un pedido de intervención de un amigo con el propósito de ser invitado a una fiesta en casa de los Espín, para lo cual le requirió en préstamo un frac.
Dado que se trataba de una época en la que en la calle un hombre no podía dirigirse a una joven, particularmente de la condición social de Julia, la que iba siempre acompañada de una chaperona —dama de compañía—, se ve cómo usaba Bécquer diversos artilugios para poder intercambiar con ella esas pocas palabras, sin ser rechazado.
De acuerdo a esta versión cinematográfica de María Teresa León—, Julia le dedicó alguna vez una mirada furtiva de aprobación o complacencia.
Recordemos aquí que Bécquer escribió: “Por una mirada, un mundo; por una sonrisa, un cielo; por un beso, yo no sé qué te diera por un beso…”.
Ojos grises
Luego de ver vanos sus intentos por Julia Espín, Gustavo Adolfo se enamora de una muchacha bastante más joven: Elisa Guillén. Con ella consigue establecer un vínculo, pero el amor le era nuevamente esquivo y se encargaría de darle un nuevo golpe bajo: pronto (en 1860) la jovencita lo abandona, yéndose con otro. Según algunos críticos, varias de las “Rimas” del poeta, tendrían también a Elisa como musa inspiradora, aunque presumiblemente de las más amargas de sus composiciones. Elisa sería también la “muchacha rumbo a Valladolid”.
Dado que ella era una joven de ojos grises, el siguiente poema es posiblemente nacido de la inspiración provocada por Elisa:
“Para que lo leas con tus ojos grises, / para que lo cantes con tu clara voz,/ para que llenen de emoción tu pecho / hice mis versos yo”.
Justamente en 1860, Bécquer publica sus “Cartas literarias a una mujer”, en las que fundamenta la esencia de sus “Rimas”, aludiendo a lo inefable.
Política y matrimonio
También en 1860, uno de sus amigos, Rodríguez Correa, que escribe en el periódico “El Contemporáneo”, recientemente fundado por Luis González Bravo, le consigue a Bécquer un puesto como redactor del mismo. El periódico respondía a la oposición política que encabezaba Narváez. La oposición enfrentaba a O´Donnell (de la Unión Liberal) que gobernó España entre 1858 y 1863. Bécquer allí escribiría sobre una gran variedad de temas, incluyendo las crónicas de los salones, la literatura y la política.
Contraída en sus años de vida bohemia, Bécquer padece una enfermedad venérea —presumiblemente sífilis— por la cual asiste a la consulta en lo del médico Francisco Esteban y Navarro. Allí se inicia su relación con la hija de éste, Casta, a la que recientemente había abandonado su novio. Abruptamente, ambos se casan el 19 de mayo de 1861 (él tiene veinticinco años de edad). Aunque sus poemas siguen provistos por la musa de la novia que no fue, y en ellos lamenta un presente donde el amor no campea en la intimidad. Igualmente llegan los hijos. Tal como en su casa paterna, los hijos serían todos varones, aunque no tantos como en aquella; aquí serían tres: Gregorio Gustavo Adolfo (nacido en Noviercas, en 1862), Jorge (nacido en Madrid, en 1865) y Emilio Eusebio (en Noviercas, en 1868).
Musicales leyendas
Los tiempos iniciales de su boda son también días fructíferos en los que Bécquer publica diversas obras, haciéndose un nombre. Por un tiempo puede así mantener a los suyos. Entre otras las musicales leyendas de mayor éxito fueron “El beso”, “El rayo de luna”; o la rica fantasía en “El monte de las ánimas”.
De 1863, es el célebre retrato de Gustavo Adolfo (entonces de veintisiete años de edad), trazado por su hermano pintor Valeriano (una de cuyas hijas llevaría el nombre de Julia). Fue pues su entrañable hermano quien inmortalizó el juvenil rostro del poeta que hoy recordamos desde el arquetipo romántico con la rizada melena y la esproncediana barbilla. Retrato que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Sevilla.
Infortunio
Bécquer siguió luchando contra la pobreza y la enfermedad. Padecía el mal emblemático de su tiempo y de los poetas: la tuberculosis. En su matrimonio abundan las desavenencias, hasta llegar —en 1868— a una separación. Atribuida por algunos autores a rencillas domésticas, por otros a la incidencia de su hermano Valeriano, quien constantemente discutía con Casta; y otros hacen hincapié justamente en que se debió a que Casta no hiciera honor a su nombre, y viviese algún amorío extraconyugal. Más aún, las lenguas viperinas afirman que el niño que Casta tiene este año (Emilio Eusebio) es hijo de otro hombre.
A todo esto, en 1867 Julia Espín y Colbrandt cantaba en “La Scala” de Milán; en 1869, lo haría en Rusia y en 1873, ella —ya una mujer de treinta y cinco años de edad— se casa con Benigno Ortega, quien luego sería Ministro de la Gobernación.
Fuegos fatuos
La enorme fama literaria de Gustavo Adolfo Bécquer nace, a no dudar, de sus “Rimas”, que son las que dieron comienzo a la corriente romántica de la poesía intimista inspirada en Heine y opuesta a la retórica y ampulosidad de anteriores poetas románticos.
Deleitémonos con algunos de los versos de Bécquer:
“Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche llevan al caminante a perecer. Yo me siento arrastrado por tus ojos, pero adónde me arrastran no lo sé.
Hoy la tierra y el cielo me sonríen, hoy llega al fondo de mi alma el sol, hoy la he visto. La he visto y me ha mirado, hoy creo en Dios.
¿Qué es la poesía?, dices, mientras clavas en mi pupila, tu pupila azul. ¿Qué es la poesía? Y tú me lo preguntas: Poesía eres tú”.
Rumor de besos
O también esta otra: “Los invisibles átomos del aire / en derredor palpitan y se inflaman; / el cielo se deshace en rayos de oro; / la tierra se estremece alborotada. / Oigo flotando en olas de armonía / rumor de besos y batir de alas; / mis párpados se cierran… ¡¿qué sucede…?! / ¡Es el amor que pasa…!”
Encendidas mejillas
O bien: “Tu aliento humea y abrasa como el / aliento de un volcán. Tu mano, que / busca la mía, tiembla como la / hoja del árbol. La sangre se agolpa / a mi corazón, rebosa en él y enciende / mis mejillas”.
Nuevo mundo poético
La estética becqueriana ha conjugado el Neoclasicismo y el Romanticismo medievalista. El autor sevillano fue influido por otros poetas, entre ellos Byron (autor de las “Melodías Hebreas”). Y sobre todo, por Heindrich Heine, aquel judío alemán cuyas canciones, traducidas por Eulogio Florentino Sanz, Bécquer había leído con devoción (otros críticos creyeron ver en él la influencia de los “lieder” —cantos— germánicos).
Pero si Heine solía ser cáustico, satírico, propenso a la crítica, Bécquer, era bondadoso, melancólico, insobornablemente subjetivo. Rasgos de un carácter con los que creó un nuevo mundo poético.
Asimismo, también se advierte el influjo de la poesía popular, especialmente la andaluza, en los ritmos y en algunas imágenes de nuestro poeta.
Su romanticismo que enarbola el alma y el sentir por sobre la racionalidad que se le opone, trasluce no tanto ingenuidad, como alguien podría afirmar tal vez, sino una fidelidad a su estética y esencia romántica.
A su vez, en gran medida, fue también Bécquer un adelantado, ya que su eco resuena en no pocos versos de Juan Ramón Jiménez y de Antonio Machado, entre otros. Recordemos así, por citar sólo un ejemplo entre muchos, “Desde el umbral de un sueño me llamaron”, de Antonio Machado, que es un verso de nítida resonancia becqueriana. Incluso para comprender mejor a Rubén Darío y a Salvador Rueda, es importante haber leído a Bécquer.
Edición póstuma
Tal vez los únicos amores cuya intensidad el tiempo no mata, sean los llamado “amores imposibles”. El fragmento que sigue de una de sus “Rimas” nos trae su voz que habla en versos por sí misma:
“-Mi frente es pálida; mis trenzas de oro. / Puedo brindarte dichas sin fin./ Yo de ternura guardo un tesoro.
¿A mí me llamas?- No; no es a ti.”
“Yo soy un sueño, un imposible, / vano fantasma de niebla y luz. / Soy incorpórea, soy intangible.
No puedo amarte. -¡oh, ven; ven tú!”
Gustavo Adolfo Bécquer murió sin haber logrado de Julia Espín la deseada identificación de cuerpos y almas; y compuso un conjunto de poemas, fruto de ese sentimiento frustrado. En vida, no tuvo tampoco la dicha de verlos plasmados en el libro (sólo algunas de ellas habían aparecido en la revista “El Museo Universal”). Presintiendo la proximidad de su muerte, entregó sus originales a su amigo de la infancia, Narciso Campillo.
Oscuridad
A los tantos golpes anteriores, éste fue fatal para nuestro poeta: el 23 de septiembre de 1870, fallece su hermano Valeriano. Y, ya no habría consuelo para Gustavo Adolfo, que tardaría tres meses en morir también.
En su lecho mortal, Gustavo Adolfo pide que sus cartas sean quemadas y su obra, publicada. Confiesa a su amigo, el poeta Augusto Ferrán: “Tengo el presentimiento de que muerto seré más y mejor conocido que vivo”. Así sería. Con jóvenes treinta y cuatro años de edad, Gustavo Adolfo Bécquer fallece el 22 de diciembre de 1870, día en que Sevilla fue asimismo oscurecida por un eclipse total de sol. Fue un día por demás oscuro para Sevilla y para España.
Un par de años más tarde, Campillo, Rodríguez Correa y otros amigos, tuvieron la iniciativa que dio fama póstuma a Bécquer: la publicación de 79 “Rimas” (las que llegan hoy a nosotros son 86).
Alma desnuda
Bécquer no hace del amor una ficción, antes bien, es el amor “el más hermoso de mis sueños de adolescente”; podemos incluso afirmar que toda su vida ha sido una búsqueda —dramática por demás— de la mujer soñada. Así, escribiría Bécquer: “Me cuesta saber qué cosas he soñado y cuáles me han sucedido. Mis afectos se reparten entre fantasmas de la imaginación y personajes reales”.
Más allá de las posibles musas, la figura de mujer que emerge de sus versos es la encarnación de lo sublime, lo bello, lo inasible por su inacabable lejanía; como he dicho recién, como Bécquer mismo escribió: “Es un sueño, un infatigable anhelo nunca colmado y por eso tan desesperado.”
Lo que todos podemos observar, es que las “Rimas” nos traen vida, esa vida que de tan apasionada y profunda, es real. Tal como lo exigiría don Miguel de Unamuno, cuando afirmaba que poeta “es aquel que a través del lenguaje rítmico desnuda su alma”.
Tal vez la exaltación de aquello que el amor hace en la sensibilidad del enamorado no posea exponente tan franco, por su sencillez y profundidad, que las Rimas de Bécquer. Su modo de recorrer los sentimientos que van desde el arrobamiento, el frenesí y el melancólico penar, lo han hecho y continúan haciéndolo a quien los descubra, simplemente memorable.
Gratitud
Si bien hoy uno ya es un hombre grande y no escribe los poemas de aquellos encendidos años juveniles, mi gratitud hacia la poesía de Bécquer se mantiene inalterable. Así, más de una vez he defendido a este gran poeta, cuando en estos tiempos prosaicos no falta alguien con la osadía de llamarlo “sensiblero” o “cursi”, ya que estuvo bien lejos de esos adjetivos.
Todo autor debe ser juzgado en su contexto temporal, y considerado desde el mismo. Y ésta es también mayoritariamente la opinión de críticos y catedráticos de la lengua, sosteniendo que Bécquer fue el poeta lírico más importante del romanticismo en el siglo diecinueve español.
Edad melancólica
Recordemos también que hace algunas decenas de años, hubo aquí en el oeste del Gran Buenos Aires, exactamente en Ramos Mejía una jovencita que le dedicó a Bécquer un soneto, que comenzaba con los siguientes versos: “Gustavo Adolfo yo te hubiera amado, con ese amor que ignoro todavía; tengo la edad de la melancolía y el corazón apenas derrotado”. Nos referimos, claro está, a María Elena Walsh.
Homenaje
Quiero finalizar esta nota, de la misma manera en que la inicié: con un recuerdo personal.
Corría el año 1972, cuando con mi señora recorríamos Sevilla. Lamentamos profundamente que ya no existiera la casa en la que Bécquer nació. Y decidimos entonces ir a visitar su tumba. Caminábamos por las estrechas callejuelas de Sevilla, dirigiéndonos a la tumba del poeta, de quien un par de años antes se había cumplido el Centenario de su muerte. Quisimos testimoniarle nuestro homenaje; también con nuestro amor él había tenido tanto que ver, cual tácito testigo y portavoz de su nacimiento.
Recordábamos aquellas citas poéticas de este autor, que yo le recitaba o bien le escribía en agitados versos en días de la adolescencia y la primera juventud, cuando iniciábamos nuestro romance y noviazgo.
Habitante del olvido
Primero nos encontramos con la Avenida Bécquer que desemboca ante el monumento dedicado al poeta. Un busto de mármol, bajo el cual tres figuras femeninas adoptan actitudes entre púdicas y aleladas, muy del siglo diecinueve.
Completaban el monumento, dos “Cupidos” y, a un costado, una especie de atril, en el que varios libros de Bécquer se hallaban a disposición de los paseantes. Un viejo cuidador velaba por la seguridad de los volúmenes.
También escribió Bécquer alguna vez: “Donde habite el olvido, allí estará mi tumba”. En verdad, su casi oculta y desnuda lápida parecía reflejar aquella frase del poeta.
Allí, en un ángulo que parecía elegido por el silencio, surge un muy simple rectángulo de mármol, con dos nombres inscriptos; arriba se lee: “Valeriano Bécquer, 1833/1870”; y, más abajo: “Gustavo Adolfo Bécquer, 1836/1870”. Gustavo Adolfo estaba allí, junto a su hermano, muerto el mismo año que él.
La vida de sus versos
Fue muy grande nuestra emoción. Permanecimos un rato contemplando la tumba.
Bécquer vivía más allá, vivía más aún en esos versos que en la estatua que pretendía copiar sus facciones. Las palabras eran más contundentes que el mármol.
La tarde fue lentamente oscureciéndose, quizá sin necesidad de palabras, que casi siempre son insatisfactorias; Bécquer parecía respondernos con su sosiego, mientras con mi señora nos alejábamos por la naciente noche sevillana.
Poeta del amor
Concluyamos esta nota, con la cita de Altolaguirre: “Ningún poeta ha contribuido en más alto grado que Bécquer a desarrollar la inteligencia amorosa de los hombres”.
Sin embargo, él, poeta del amor, fue hombre desgraciado. Quizá esa desgracia en el amor, le permitió cantarle como ningún otro lo hiciera. E interesante resulta mencionar que enamorados jóvenes y no tan jóvenes, siguen citando versos suyos para decir lo que aún no saben o no pueden expresar. Y este, quizá sea su mayor seguro contra el olvido.
Haber escrito versos que otros pronunciarían en medio del amor.
|
|
|
|
|
|