Considero que uno de los acontecimientos más importantes de mi vida fue a los 5 años el haber aprendido a leer, acontecimiento complementado más tarde con una experiencia que recuerdo nítidamente. Tenía 11 años cuando me descubrieron tres activistas voluntarios del Ateneo Socialista “Juan B. Justo”, que tenía el local y la biblioteca en la calle Loyola y Thames, a dos cuadras de mi casa, en Buenos Aires.
Ellos se llamaban: Cogolani, “el turco” Angelito y Lapin y me encontraron en la calle jugando a las chapitas (las que cubrían las distintas gaseosas), con los vecinos del barrio. Nos invitaron a que fuésemos a jugar al ludo, a las damas o al ajedrez en la biblioteca. Sólo tres del grupo accedimos a ir a visitar el lugar, Silvio, Federico y yo.
Después de observar un buen rato lo que ahí acontecía, vi junto a otros libros, uno de edición española con tapas duras y atractivas ilustraciones titulado “20.000 leguas de viaje submarino”.
Decisión
Empecé a leer ahí mismo, y tanto me atraparon las primeras páginas, que pedí llevarlo a mi casa. Me lo otorgaron en calidad de préstamo por una semana.
Recuerdo la historia del Profesor Aronnax, su criado Consejo y el arponero Ned Land, quienes tras un naufragio son recogidos en el submarino “Nautilus” por el enigmático capitán Nemo. Mi interés se acrecentaba página tras página y al llegar al final mi decisión estaba tomada: leer todas las novelas que pudiese encontrar de Julio Verne, autor de aquel fascinante relato que me había proporcionado un intenso deleite hasta entonces desconocido: el placer de la lectura.
Entre los once y los trece años, es decir durante la edad prerromántica, leí muchas novelas de Julio Verne en los ejemplares de edición rústica de “Sopena” y la “Colección Molino”, devorando en algunos casos una novela cada dos días. En la piecita de la azotea de mi casa, una suerte de desván apartado, desprendido del mundo; y esos libros me transportaron a espacios maravillosos, me hicieron convivir junto a sus personajes, infinidad de aventuras que concluían en una sola: la inefable aventura de la felicidad.
Lectura de entretenimiento, sí, pero que trascendía la mera diversión porque cuando cerraba el libro continuaba parrandeando sus subyugantes historias, disfrutando con las peripecias de esos seres de ficción a quienes me sentía ligado por un sentimiento de simpatía verdadero, real.
Modelos de superación
He dicho que los libros de Julio Verne representaban para mí una forma elevada de entretenimiento, pero fueron también algo más, ya que a medida que los leía, sin darme cuenta entonces, esa lectura estaba orientando mi destino. Con Julio Verne no sólo me inicié en el amor a los libros, sino que con él, me aficioné por la geografía y los viajes; y las hazañas de sus protagonistas constituyeron para mí, modelos de superación espiritual, que si bien no conseguí emular en los años adultos, me acompañaron siempre con su amistad, un sentimiento que volvería a experimentar, al frecuentar después a otros autores y otras criaturas novelescas.
Un lector apasionado, que se enriquece con su admiración por los personajes literarios llámense el Capitán Nemo (Verne), Jean Valjean (Victor Hugo), Alonso Quijano (Cervantes) o Ulises (Homero) que se instalan desde temprano en su corazón, muchas veces con más fuerza que los seres vivos de su contorno inmediato. El escribir sobre Verne me permite por lo tanto, hacer pública mi infinita deuda de gratitud con el autor que me inició en la felicidad de la lectura y de cuya muerte pasó ya más de un siglo.
Julio Verne nació en Nantes (Francia), el 8 de febrero de 1828 en una acomodada familia burguesa de provincia.
El viaje y la prometida
Me fascinó la historia de él, como un niño fantaseoso con una imaginación excitada por los relatos de los marineros que llegaban a esa ciudad portuaria, abordó a escondidas de sus progenitores una embarcación que debía viajar a la India, alistándose como grumete. Su decisión tenía además un motivo romántico: quería a su regreso regalar un collar de coral a su prima Carolina Tromson de la que estaba precozmente enamorado. El padre, advertido de lo que era algo más que una travesura, fue a buscarlo antes de que el barco zarpase y lo llevó de una oreja de regreso a casa. Al viaje interrumpido se sumaría con el tiempo otra dolorosa frustración: su prima Carolina, destinataria de un amor, al que Verne se mantuvo fiel a lo largo de los años, se casó con otro cuando el joven estudiaba en París.
En la capital francesa, Verne recibió el diploma de abogado, pero nunca ejerció la profesión. Trabajó como agente de bolsa, en aquella bolsa de sombríos personajes retratados por Emile Zola y se obstinó en probar suerte como escritor. Amigo de Alejandro Dumas hijo, lo era también de un compositor amigo común de Julio y Alejandro, con el que escribió algunas comedias musicales estrenadas, pero sin éxito. Al mismo tiempo, como aún alentaba en su corazón aquel niño ávido de aventuras, sentía un enorme interés por las aventuras reales de los exploradores, que por aquella época, se internaban en el corazón del África o viajaban a los hielos del Polo. Y leía, sobre todo, obras de divulgación científica, por las que sentía particular atracción.
A los 24 años escribió un cuento o novela breve, titulada: “Un viaje en globo”, que el amigo Alejandro Dumas (hijo) y su famoso padre elogiaron.
Años después, el autor de “Los Tres Mosqueteros” le presentó a su editor, que también lo era de Víctor Hugo. El editor propuso al joven Verne reescribir aquel cuento y transformarlo en una novela. Nació así: “Cinco semanas en globo”, cuya publicación tuvo una sorprendente acogida. El libro fue el primer eslabón de una serie de volúmenes, que conquistarían a vastos públicos juveniles cuando la televisión, vaticinada por Verne, aún estaba lejos de ser inventada. “Los Hijos del Capitán Grant”, varios de cuyos capítulos transcurren en la Argentina, “La vuelta al mundo en 80 días”, “20.000 leguas de viaje submarino”, “Dos años de vacaciones”, “Un capitán de 15 años”, “De la Tierra a la Luna”, “Viaje al centro de la Tierra”, “La Isla Misteriosa”, “Miguel Strogoff”, todos estos, son eslabones de esa cadena de más de ochenta novelas que escribió en su vida.
Exigente contrato
Años antes de aquella novela “Cinco semanas de viaje en globo”, Verne había contraído matrimonio (1857) con una joven viuda Honorine Morel de Viayne madre de dos niñas con las que nunca se llevó demasiado bien, a pesar de lo cual tuvo con ella un hijo, Michel. Radicado desde entonces en Amiens (Francia), que era la ciudad de su mujer. (En dicha ciudad, Verne fallece el 24 de Marzo de 1905).
El éxito de sus novelas le permitió comprar un yate, al que puso el nombre de su hijo, e hizo cortos viajes por las costas bretonas. Pero transcurría la mayor parte del tiempo en su estudio, escribiendo libro tras libro, acuciado por su editor con el que había firmado un contrato muy exigente: dos novelas por año.
El novelista se hallaba abonado a revistas geográficas internacionales y poseía un fichero con más de veinte mil fichas que le servían para documentarse sobre los escenarios de los relatos que imaginaba sin haber estado nunca en ellos. “Sus viajes extraordinarios”, título con el que se identificó el conjunto de sus novelas, cautivaron a sucesivas generaciones de adolescentes y llamaron la atención también de muchos adultos por sus prodigiosas anticipaciones.
Verne es, juntamente con Wells, un precursor de las novelas de ciencia-ficción. (Herbert George Wells, 1866 – 1946, escribió entre muchos textos: “La máquina del tiempo”, “El hombre invisible”, “La guerra de los mundos”, “El primer hombre en la luna” estos libros fueron escritos entre los años 1895 y 1902 y en 1934 escribe “Experimento de autobiografía”, donde articula una crítica contra el uso irracional de los conocimientos científicos).
Visión del futuro
Julio Verne fue además de un prolífico y fascinante narrador, un lúcido visionario, un profeta de los tiempos modernos. En la segunda mitad del siglo XIX anticipó descubrimientos científicos y técnicos que irrumpirían recién un siglo después, o que en aquel momento se hallaban en una fase inicial de su desarrollo, como la electricidad. Describió el submarino, el helicóptero, el cinematógrafo, el teléfono, el rayo láser y muchísimas cosas más, inclusive algunos aspectos de nuestra actual sociedad globalizada.
En “De la Tierra a la Luna” de 1865, hizo viajar al satélite un cohete muy similar en sus dimensiones al Apolo XI, tripulado también por tres hombres y disparado por un cañón gigantesco desde la Península de Florida a los 28º de latitud norte, es decir, Cabo Cañaveral. Un sofisticado vehículo espacial que viajaría a razón de 11 km/seg., casi la velocidad del que llevó a la luna a Neil Armstrong y sus dos compañeros Colling y Aldrin, en 1969. Durante el viaje, los tripulantes de Verne, se alimentaban con unas cápsulas de caldo concentrado, ni más ni menos que los calditos actuales. Este es sólo un ejemplo entre las muchas anticipaciones que registran sus novelas.
Pero hemos dicho que además de ser el precursor de inventos y artefactos tecnológicos, imaginó también aspectos sociales de nuestra época que encontramos, preferentemente, en el relato “París del siglo XX”, una novela que su editor, de tantos éxitos, le rechazó, pues en lo que ella contaba era, a su parecer, excesivo. “Sería un desastre para su reputación”, escribió a Verne, “nadie va a creer en sus profecías, nadie se va a interesar en ellas”.
La historia del libro es también novelesca, los originales rechazados quedaron durante muchos años en un baúl del que se perdió la llave. A principios de la década del ´90, un bisnieto de Verne forzó la cerradura y encontró las cuartillas que fueron publicadas poco después, en 1994. La novela transcurre en 1960, el protagonista Michel Dufrenois es un joven poeta, compañero de pensión de un estudiante de música, datos de la propia biografía del escritor, ya que cuando fue a París para estudiar derecho intentó publicar versos y fue amigo del músico, con quien, como queda dicho, compuso varias comedias musicales. El argumento se desarrolla en el marco de una sociedad dominada por la ciencia y la técnica, donde todos parecen obsesionados por el dinero. Dicha mentalidad utilitaria, desprecia las artes y a los artistas. Todos saben leer, pero casi nadie lee. Los estudios humanísticos están en decadencia. Se componen músicas sin melodías por medios electrónicos y los versos se hayan más cerca de postulados científicos que de los sentimientos y la belleza. París padece del fenómeno de la polución y las calles se iluminan con gas de mercurio. La economía es manejada por empresas multinacionales y los robots industriales han reemplazado a los obreros.
En los altos edificios funcionan ascensores mecánicos. Las oficinas están equipadas con teléfonos, fotocopiadoras y aparatos de fax. La gente concurre a los grandes centros comerciales en automóvil que funcionan a gasoil o en trenes subterráneos que circulan bajo la superficie de la ciudad. Dufrenois siente que ya no existe lugar para los poetas al viejo estilo, y despedido de todos los empleos, pobre e incomprendido, visita -en el cementerio que está en una colina-, las tumbas de sus autores admirados para terminar contemplando desde lo alto, la ciudad hostil cuyo nombre pronuncia con un gesto de ira desesperada.
Cambio de perspectiva
Julio Verne, en sus últimos años, evolucionó desde una actitud optimista, de fe en el progreso, a una visión pesimista del mundo. Trazó en esta novela una imagen irónica, aunque exagerada, que posee insoslayable semejanza con la realidad contemporánea. Además de adelantarse a muchos de los inventos y artefactos incorporados a la vida moderna, pintó en París del siglo XX un sombrío cuadro de costumbres y de crítica social. Positivista y romántico a la vez, el escritor había expuesto su entusiasmo por las máquinas así como su convicción acerca del avance material de la sociedad, pero nunca se engañó creyendo que los adelantos científicos y tecnológicos mejorarían espiritualmente a los hombres. Autores modernos como Roland Barthes, Michel Foucault, Simone Veil, Miguel Salaver y Juan J. Benitez, autor, este último, de “Yo, Julio Verne”, lo consideraron un iniciado en el pensamiento esotérico y han visto en sus novelas signos de dicha iniciación, símbolos y mensajes secretos.
Golpes de la vida
Es posible que así sea, pero para sus muchos y antiguos lectores, el interés por develar esa incógnita, no podrá opacar el puro placer que sus libros proporcionaron a su infancia, inclusive algunos detalles biográficos ventilados en varias biografías, como sus desavenencias conyugales, su misoginia (en sus novelas casi no aparecen mujeres).
Cabe mencionar su tristeza por habérsele negado el acceso a un sillón en la academia, la invalidez, que le produjeron dos tiros en una pierna descerrajados por un sobrino enfermo mental, la diabetes, las crisis nerviosas, pertenecen al mundo personal e íntimo del escritor y no al universo fantástico, subyugante, de sus creaciones y personajes novelescos.
A ese mundo casi mágico, pertenecen: el capitán Nemo de”20.000 leguas de viaje submarino “, Phileas Fog y Paspartoo de “La vuelta al mundo en ochenta días”, Ciro Smith de “La isla misteriosa”, el profesor Litenbruc y su sobrino Axel de”Viaje al centro de la Tierra”, el capitán Nicol, Barbikein y Miguel Ardan de “Desde la Tierra a la Luna” y el Doctor Hox, Miguel Strogoff, Matías Andor y tantas y tantas criaturas que estimularon la imaginación y los sueños de infinidad de jóvenes lectores, a quienes como a mí, en ya lejanos años, el genio de Julio Verne introdujo en la misteriosa dimensión del amor a los libros y la felicidad de la lectura.
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