Con euforia del Gobierno, sus aliados y de los medios informativos afines se anunció estos días el resultado de una encuesta según la cual tres de cada cuatro inmigrantes musulmanes viven a gusto en España, y que seis de cada diez han alcanzado las metas que los trajo aquí.
La investigación sobre "La comunidad musulmana de origen inmigrante en España", elaborada para los ministerios de Trabajo e Interior, indica también que ocho de cada diez de estos inmigrantes alaban las libertades españolas junto con la sanidad, el nivel de vida y el respeto a su religión.
El gobierno calcula que hay un millón de inmigrantes musulmanes, y que a la vista de la encuesta se demuestra que son "tolerantes y están perfectamente integrados en nuestros valores constitucionales", según el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba.
Es muy positivo que exista tal estado de ánimo, y que incluso el noventa por ciento de los encuestados diga que está en contra de la violencia religiosa.
Pero el buenismo del Gobierno y de sus aliados pasa de puntillas y no quiere analizar públicamente el escenario de los descontentos y airados, cuando la estadística indica que un diez por ciento acepta la jihad, guerra santa, y que un cinco por ciento estaría dispuesto a lanzarse a ella.
Si es cierto que en España hay millón de musulmanes, 50.000 de ellos podrían ayudar a masacrar a gran número de ciudadanos, como ocurrió con los trenes del 11M en Madrid.
Lo que puede suceder sin que podamos hacer nada para evitarlo: los aspirantes a jihadistas ya están entre nosotros.
Y dado que el Gobierno no avisa de esta posibilidad ni prepara a la población para afrontarla, por lo menos debemos saber, individualmente, que seguramente sufriremos más 11M.
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