En primer lugar, quiero disculparme por no haber escrito este texto tiempo atrás… Lo estoy haciendo ahora, influido por un artículo escrito meses atrás por Anita Shapira, profesora emérita de la Universidad de Tel Aviv. La prestigiosa historiadora encabezó sus reflexiones con el sugerente título “Al Hashtiká (Sobre el Silencio…). La lectura de ese texto me llevó a decidir que la actual situación de la comunidad judía tornaba perentorio hacer un balance sincero, valiente - y, seguramente, doloroso- sobre la forma en que determinados dirigentes y funcionarios de la DAIA, con el apoyo explícito o implícito de dirigentes de otras instituciones, afrontaron el desafío de exigir el pleno esclarecimiento del atentado a la AMIA. Mientras no hagamos ese balance interno, no tendremos autoridad moral para exigir al gobierno de turno, el esclarecimiento efectivo de este crimen de lesa humanidad que significó el atentado terrorista contra la sede de AMIA. Escapa a los propósitos de estas reflexiones detenerme en este tema aunque sirve de base para analizar la conducta de Claudio Avruj , un “engranaje menor”, en el diseño de la política elaborada por las sucesivas administraciones de DAIA . Recordemos que fue su Director Ejecutivo entre 1997 y 2007 hasta que decidió incorporarse como funcionario al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Decidí escribir en mi doble condición de judío y de argentino. Mientras estoy revisando el borrador final, tomo conciencia que el lunes 27 de enero las autoridades nacionales y todas las personas consustanciadas con los derechos humanos y los derechos civilesparticiparon del acto de conmemoración establecido por la Naciones Unidas para que en todos los países del mundo se rinda homenaje, en esa fecha, a las víctimas de la Shoá. La ventaja de días de conmemoración como éstos es que nos invitan a reflexionar y a sensibilizarnos ante la injusticia y ante la inmoralidad que significa la violación de derechos y la obstrucción de la Memoria. Esta perspectiva, me parece especialmente pertinente para analizar la conducta de Claudio Avruj en el cumplimiento simultáneo de dos funciones que entrañan un conflicto de intereses. Hay una incompatibilidad inexcusable entre sus funciones como Subsecretario de Derechos Humanos del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y su rol como Presidente de la Fundación Memoria del Holocausto. Esta incompatibilidad quizás podría haber sido morigerada si las actitudes y conductas de Claudio Avruj ante la violación de derechos humanos hubieran sido consecuentes con los objetivos de la secretaría a su cargo. Pero se tornan ostensiblemente contradictorias al evaluar cual fue su reacción ante los hechos que tuvieron como epicentro a los pacientes del Hospital Borda por ejemplo o su tibia reacción ante la exaltada apreciación de Durán Barba en relación con la figura de Adolf Hitler. No me hubiera referido a estos dos hechos si Claudio Avruj hubiera actuado sólo como funcionario del Gobierno de la Ciudad, subordinado a la ideología y a la política del gobierno del que es funcionario. (También en ese caso hubiera criticado su actitud como un ciudadano más que evalúa la conducta- o la inconducta de funcionarios en diferentes cargos) Pero, la perspectiva de análisis cambia totalmente si evalúo su conducta a partir del hecho que Claudio Avruj es, al mismo tiempo, Presidente de la Fundación Memoria del Holocausto. Ese rol debería haberle hecho recordar que los “enfermos mentales” internados en los hospitales psiquiátricos de Alemania fueron víctimas de programas de esterilización y eutanasia, perpetrados por el régimen Nazi mucho antes que sus jerarcas decidieran la “Solución Final”. Tomando en cuenta la significación universal de la Shoa, tal como lo establecieron las Naciones Unidas, hubiera sido más congruente con su rol como Presidente de la Fundación Memoria del Holocausto organizar una actividad de desagravio a los pacientes del Borda. No lo hizo… Lo acontecido en las primeras semanas de enero de este año ya no admite ninguna excusa ni justificación. Nos referimos a la decisión de Claudio Avruj de estrangular económicamente el programa de asistencia a las víctimas de violencia sexual y a su decisión de no actualizar los sueldos de los trabajadores del “Parque de la Memoria” y debilitar ostensiblemente su funcionamiento. Su actitud de pragmática descalificación de la preservación de la Memoria como forma de educación, a través de medidas y hechos que contribuyen a destruirla y al mismo tiempo su condición de Presidente de una organización destinada, precisamente, a preservar la “memoria” constituye una incongruencia total. Esta última decisión de Claudio Avruj, debería ser suficiente para solicitar su alejamiento como Presidente de la Fundación Memoria del Holocausto. La continuidad en su cargo es una afrenta a las víctimas de la Shoá. Constituye, además, un perjuicio severo para el buen nombre que la Fundación Memoria del Holocausto supo ganarse a lo largo de los años. Como todos seguramente saben, el jueves 16 de enero, el Papa Francisco mantuvo una reunión con dirigentes y rabinos de la comunidad judía argentina. En el transcurso de ese encuentro tuvo el coraje moral de admitir la posibilidad de abrir los archivos secretos del Vaticano para indagar la conducta del Papa Pío XII durante la Segunda Guerra Mundial, a pesar que ya está en proceso de canonización. Esa valiente actitud mereció el elogio de los dirigentes de DAIA que participaron del encuentro. Sería muy triste que no muestren el mismo coraje moral que el Papa Francisco y no arbitren las medidas necesarias para poner punto final a una situación que afecta un valor tan importante como lo es la preservación de la memoria de la SHOA y su significación universal. El hecho que Memoria del Holocausto tenga el status jurídico de Fundación, o sea que los integrantes de su Consejo de Administración sean autónomos en todas sus decisiones, no puede inhibir que tanto las instituciones de la comunidad judía de la Argentina y otras organizaciones nacionales e internacionales puedan hacer escuchar su voz para que la MISIÓN de Memoria de la Shoa no sea mancillada por personas que no están a la altura de sus elevados objetivos. Tenemos la esperanza que este tema se convierta en un “caso testigo” que sirva para recuperar la confianza en las dirigencias políticas argentinas en general y en la de las instituciones centrales de la comunidad judía, en particular. Es una gran oportunidad para poner un límite a la impunidad. De esa manera, también se podrá contribuir a que Verdad , Justicia y Memoria no sean meras palabras “políticamente correctas” sino imperativos categóricos que obligan a actuar en consecuencia.
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