Conjeturemos, aunque cosas así ya las hemos visto y oído en tiempo real y en cuanto noticiero tengamos en mente, la siguiente escena en la que un “adalid” (como denominó el Diario El Mundo de España al terrorista de Jizbalá que “alguien” reventó hoy de un bombazo en Damasco…; si es que realmente se trató de él y no de otro invento de los integristas para ocultarlo definitivamente) palestino alecciona oralmente a miles de fanáticos suyos, a efectos de que no se opongan a sus designios y se muestren predispuestos a hacer lo que él les ordene. Ampuloso en el decir, aspaventoso con las manos, los ojos desorbitados y con ese destello rabioso propio de los guerreros valientes y decididos a jugarse por sus ideales, Ismael Haniye (o Hanie, o Hanía, o como diablos quieran escribirlo), que de él se trata, arenga en esta travesura imaginaria a la tan verdosa como fervorosa multitud que lo escucha: “hermanos del Islam, no lo duden, muy pronto arrojaremos a los perros sionistas del territorio que nos robaron. Para ello contamos con la decisión y el temple que distinguen a quienes abrazaron el camino de la Yihad, y con armamento moderno y contundente (recuerdan los lectores y el mundo democrático lo de “piedras contra tanques” con que nos saturaba la propaganda árabe) que nuestros hermanos en la fe nos han hecho llegar para que podamos expulsar a los descendientes de los monos y los cerdos, conocidos como judíos, de tierra islámica. Y por tal motivo yo los exhorto, y me pliego personalmente además, para que tomemos esas armas tan generosamente provistas y llevemos la misión a cabo, en el momento que oportunamente se nos indicará. Hagámonos mientras tanto de fusiles, dagas, misiles y cualquier otro artefacto que nos sirva para matar hebreos…, y preparémonos para la lucha. ¡Armémonos, como siempre decididos a todo, y, cuando llegue la orden, vayan a pelear y derrótenlos!
Se oye tras ello una estruendosa ovación, con vivas a Alá, a Hamás, a la Yihad, además de tiros al aire y otras yerbas, y, más fuerte aún, la proclama masiva partiendo de las gargantas miles de enmascarados, demandando la pronta y definitiva destrucción de Israel. Por supuesto que a nadie, en medio del bullicio, se le ocurre inquirirle al bravucón: ¿Y usted, que va a hacer entretanto?
Desde luego que se trataría de una pregunta por demás molesta, porque ¿qué podría contestar el hombre? ¿me voy a esconder?. Cosa que por otro lado ha hecho, sin que nadie sepa de su paradero. Y… la verdad es que decir la verdad no es el fuerte de estos bravíos luchadores palestinos. La gente que no los conoce, podría hasta llegar a sospechar que se trata de un acto de cobardía, y eso no resultaría nada bueno para la causa de ese inventado pueblo. Mientras que la gente propia, esa que sí los conoce pero que de cualquier modo tampoco los conoce tanto, se (la) mantiene “engrupida” (del diccionario: en Latinoamérica engrupida: Engañada, inducida a tener por cierto lo que no es) conque tal acto, el de esconderse, no es otra cosa que una muy bien elaborada estrategia de guerra.
Haniye de cualquier modo no es el único en comportarse de este modo; hace un tiempo escribí un artículo titulado “Eld in gaties” (Héroe en Calzoncillos en idish, escrito que les invito a releer y quien lo quiera se lo mando), referido a la bravuconada del terrorista palestino autor de la muerte de Rejavam Zeevi. En ese episodio el criminal, que a diferencia de Haniye no tenía forma de esconderse ya que por medio de un acuerdo entre Israel y la ANP debía permanecer detenido en la cárcel de Jericó, aunque en ese tiempo se había hecho fuerte el rumor, si no la certeza, que la ANP y sus flamantes co-gobernantes de Hamás lo iban a liberar, fue cercado debido a ello por fuerzas de Tzahal, en afán de impedirlo. Lo que sigue es parte de aquel artículo y lo repito con el objeto de comparar y al mismo tiempo comprobar que estos “ídolos con pies de barro” son iguales uno al otro, sin mayores matices o variantes:
“Entre las hazañas de Majmud Sadat, se cuenta el haber ordenado el asesinato de un Ministro israelí (Ghandi), motivo por el cual se encontraba detenido en la cárcel de Jericó, en base a un acuerdo hecho entre el Estado Hebreo y la ANP (Autoridad Nacional Palestina). Acuerdo que esta última, tras la asunción de la banda criminal Hamás a su conducción estaba a punto de traicionar, liberando sin más trámites al malhechor de marras. Sin considerar siquiera que Israel hace rato que perdió el humor como para soportar semejantes cosas, no obstante lo cual, irresponsablemente, persistieran en su intento por ponerlo en libertad. E Israel entonces hizo lo que tenía que hacer, asaltar la cárcel y capturar al bandido, evitando así que se escape. Lo que no evaluaron los militares judíos, fue que el tal Majmud no se amedrentaría ante el asalto inicial de Tzahal y reaccionaría de un modo tan excepcionalmente valeroso; aunque si escucharon sus gritos desde el interior del establecimiento: - La única manera en que me sacaran de aquí, - los retaba el luchador- será muerto. Para horas después de estar asediándolo y al ver que se entregaba mansamente y sin chistar, vistiendo tan sólo un menesteroso slip, darse cuenta que habían sido objeto de una inocente broma, afín a su condición de encumbrado cabecilla terrorista. Y también comprobaron, ya que estaban, que el hombre no tenía entre sus planes el convertirse en “shahid” (mártir). Porque esa actitud no resultaba propia a un dirigente de tan alto nivel, sino que estaba reservada para los infelices e ignorantes muchachones que él recluta, comanda y adoctrina. Por tal motivo hicieron un cuadro de situación y dedujeron que el canalla, además y como buen integrista, resultaría ser también un iluminado y por tal tendría acceso directo a las esferas celestiales, desde las cuales le habrían comunicado que estaba agotado el stock de vírgenes y que no sabían para que fecha lo habrían de reponer. Entonces, seguramente pensaron los hombres de Tzahal, fue cuando el “perdonavidas” (de la suya por supuesto) se habría persuadido a sí mismo y, tratando de que no lo escuchase Alá, el misericordioso y compasivo, se habría dicho: ¿para que ir allá, si tanta falta hago acá?. Y con eso sólo, bastante convincente por cierto, dio por terminada la enervante cuestión y se entrego sin decir esta boca es mía.
Mi abuelo (zeide) llamaba a tales sujetos: "eld in gaties" (héroe en calzoncillos) y sabiduría no le faltaba para etiquetarlos de este modo. Porque tal dicho deriva de concienzudos estudios en los que interviene la sicología de los comportamientos (cosa que los viejos judíos por supuesto ignoraban citándola sólo por instinto) y cuya conclusión era que el hombre, cuando lo atrapan en calzoncillos, tiende a perder todo su equilibrio emocional y combativo. Porque el sentido del ridículo en semejante situación se torna a tal punto humillante, que prepondera en la actuación posterior de cualquier individuo, sea éste cobarde o valiente. Aunque mayormente se refiere al fanfarrón que amenaza con graves puniciones, y, cuando debe jugarse, se echa atrás para evitar represalias y/o castigos.”
Sadat, Haniye, pero… ¿no hay más?. Claro que los hay y aún peores. Por caso el que manda a Haniye, apellido con tantas vueltas este último pero que si se lo leyese tal como está escrito, a su patrón, ese que puso conveniente distancia entre él y sus odiados (víctimas) israelíes, se lo podría llamar: el Señor de los Haniye. Pues bien, este sujeto, mil veces más “valiente” que sus mandados, por ese mismo motivo se escondió en Damasco, para esquivar así a los asesinos sionistas “seleccionadores” de terroristas entre los que se cuenta él en primerísimo lugar, creyendo que así la distancia lo tornaba intocable. Menudo julepe debe haberse pegado entonces el pulcro, elegante y bien rasurado Jaled Mashaal, jefe máximo de la banda asesina Hamás, al enterarse que Imad Mughnieh, habitante de las sombras como él a través de muchos años, saltó hoy por los aires a grupas de una bomba y que quizá ello fue por obra y gracia de Israel, país que le venía siguiendo el rastro desde dos décadas atrás y, lo más alarmante, que esto ocurrió en la misma ciudad donde él está ahora escondido.
Y mientras nuestros queridos enemigos (bien visto, es una especie de suerte contar con cobardes como estos de jefes de nuestros oponentes, pese a que así y todo bastante daño nos han hecho) juegan a las escondidas, especulando que no los van a encontrar, sería bueno saber que piensa hacer nuestra Memshalá (gobierno) para acabar de una buena vez con sus tropelías y con las de sus fanáticos.
Personalmente y de forma muy humilde, disintiendo en esta oportunidad con el ideario del prominente y admirado por mí Amos Oz, aconsejo la invasión masiva de Tzahal a Gaza, para eliminar todo vestigio de armamento y logística de estas bandas asesinas. Sin ignorar por supuesto que el costo en vidas propias y ajenas será grande, pero aún así siempre menor al que se sufrirá si se les permite seguir tirando misiles con total impunidad. Tomemos para ello en cuenta que no son ni más ni menos que una peste (y muy orgullosos de serlo) y como tal extremadamente contagiosa, por lo que se impone atacar su raíz con todo nuestro arsenal y eliminarla por completo. Y si cualquiera de cualquier tendencia chilla, pues dejémoslo chillar, con el tiempo se le pasará y nosotros seguiremos estando aquí para comprobarlo. De cualquier modo, dicha acción tiene su urgencia por razones nada desdeñables y que nos deben obligar a ser sumamente desconfiados con el futuro. Tengamos si no en cuenta el protagonismo que está tomando un tal Barack Hussein Obama en el terciado por la primera magistratura de nuestro aliado principal en todo el mundo y tendremos la perspectiva cierta de que el horizonte se nos está poniendo demasiado oscuro. No por el color de la piel del candidato (Dios me libre y guarde de pensar alguna vez siquiera en cosas así), sino por su lejano pasado de pupilo en una madraza coránica, enseñanza que el susodicho difícilmente pueda olvidar mientras viva.
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