Probablemente ha sido Rolf Hochuth en su obra teatral, “El Vicario” (1963) quien ha acusado a Pío XII con los cargos más graves. Lo presentó como un dirigente egoísta, obsesionado exclusivamente con el bien de la Iglesia y emocionalmente desentendido del genocidio del pueblo judío planeado por Hitler. Al parecer, Pío XII vivió convencido de que había condenado la violencia que se perpetraba contra hijos de Israel, pero lo hizo “en el mesurado lenguaje diplomático que había hecho suyo desde su juventud”. Para bien o para mal, esa era la única forma en que podía pensar. Hoy nos suena un lenguaje “blando y tremendamente abstracto”, pero en aquellas circunstancias a los nazis les sonó tan concreto que les enfureció (John W. O’Malley, S.J., Historia de los Papas, 2011, 318 – 319). Citemos dos ejemplos de los pronunciamientos del Pío XII. Durante el bombardeo de Londres, el 24 de noviembre, 1940. El Papa atacaba a los que “...ocultos en las tinieblas de la noche, lanzan sobre poblaciones indefensas terror, fuego, destrucción desgracia”. Pío XII pensó que había defendido a los judíos en su mensaje navideño de 1942: “Este voto [este deseo de paz] lo debe la humanidad a los centenares de miles de personas que, sin culpa ninguna, a veces simplemente por razón de su nacionalidad u origen, son destinadas a la muerte o a un debilitamiento progresivo” (Zagheni, Curso de Historia de la Iglesia IV, 1998, 351). Pío XII se sorprendió cuando el consejero de la embajada americana en Roma le expresó que no todo el mundo pensaba que el Papa había condenado enérgicamente las atrocidades nazis. En verdad, como lo advierte Moro, Pío XII no había mencionado dos palabras: judíos y nazis. Pero para los órganos de seguridad nazi, el Papa había “repudiado el Nuevo Orden Europeo del nacional- socialismo”… Pío XII, afirmaba un informe de la Oficina para la seguridad Reich, “virtualmente PANCARTA acusa al pueblo alemán de injusticia con los judíos y se erige en portavoz de los criminales de guerra judíos”. Von Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores alemán, se quejó ante Pío XII: parecía que el Vaticano estaba dispuesto a abandonar su neutralidad. Luego el embajador alemán Diego von Bergen, le reportó a Ribbentrop, que a Pío XII “no le importa cuando pudiese sucederle a él personalmente, añadiendo que una lucha entre la Iglesia y el Estado, solo podría resolverse de una manera: con la derrota del Estado” (Moro, La Iglesia y el exterminio de los judíos, 2004, 25, citando a Rhodes, A., The Vatican in the Age of Dictators, 1922- 1945, 1973, 284). El Papa tampoco se pronunció frente a la persecución anticristiana de Alemania y Polonia, donde se asesinaron 6 obispos, 1,932 sacerdotes, 580 religiosos, 113 clérigos, 289 religiosas. Enviados a campos de concentración: 3,642 sacerdotes, 389 clérigos, 341 religiosos legos y 1,117 religiosas (Moro, 2004, 28). El Papa calló también acerca de los gitanos y los pueblos eslavos. En 1940 el Cardenal francés, Eugène Tisserant, escribió en su diario: “Temo que la historia tenga que reprochar a la Santa Sede el haber llevado a cabo una política cómoda para ella misma y poco más. Y todos se fían del hecho de que nadie de la Curia sufrirá daño alguno desde el momento en que Roma ha sido declarada ciudad abierta: es una ignominia”. Listín Diario, República Dominicana-
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