LA VOZ y la opinión


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Manotazos de ahogado
Por Por Juan Salinas
La maniobra en curso pretende involucrar al prestigioso EAAF en “embarrar la
cancha” en un intento desesperado de sostener a Nisman y la falsa historia de la
Trafic-bomba y su chofer suicida, para seguir encubriendo a los asesinos y que no se exponga a la luz cuáles fueron los motivos del horrendo crimen.

Raúl Kollmann anunció que el EAAF “estaría” por involucrarse en el Caso AMIA (o
DAIA, como lo llama ahora, tardíamente pero con toda justicia Horacio Verbitsky)
revelando que es él mismo quien está operando, buscando denodadamente que ello ocurra. ¿Para qué quiere Kollmann que los reputados antropólogos forenses
intervengan? Para “determinar si existen restos de una persona sin relación con los familiares de las víctimas”. Porque, añade, “Esa persona –por lógica– sería el suicida”.

¿Cómo? ¿Pero... qué dice? El suyo es un silogismo tramposo. Porque es harto probable, casi seguro, que entre los restos humanos que no pudieron en su momento ser atribuidos a ninguna víctima y que hoy, con el mejoramiento de las técnicas de ADN, acaso si puedan ser identificados, siga habiendo varios que sigan sin poder ser atribuidos a una víctima en particular. Máxime si la muestra con las que habrá de cotejárselos no está completa. En una causa en la que durante muchos años se consideró que los muertos fueron 86 en lugar de 85 (y se le pagó una indemnización a la supuesta viuda de un avispado cocinero paraguayo que se incluyó en la lista) que ello ocurra es de pura lógica, mientras no puede descartarse que haya víctimas que no tuvieron familiares directos a los que se les extrajera muestras de su ADN. En su afán de apuntalar la temblequeante historia del kamikaze oriental y su Trafic-bomba, Kollmann enfila recto, como chancho a los choclos. Afirma que “por las técnicas desarrolladas en el terreno genético en los últimos años, hasta se podría establecer de qué zona provino
ese suicida”, cuya existencia, puede comprobarse, es un artículo de fe previo a
cualquier constatación científica. No se trata de averiguar si existió un suicida, sino de establecer de qué raza era. Porque de eso, de “razas”, es de lo que está hablando tácitamente Kollmann. Una variante tecnocrática de las teorías del Dr. Lombroso: la posibilidad de discernir en un laboratorio si unos restos pertenecen a judíos predominante jázaros como él, a criollos descendientes de italianos, españoles y aborígenes, a otros askhenazis, a diferenciar a un judío oriental de Damasco de otro sirio, de un druso, de un sefaradí proveniente de Esmirna de otro de Ceuta, un palestino o un libanés... ¡e incluso de que zona era oriundo el difunto a quien hubiera pertenecido el tejido analizado! Explica Kollmann que ello es necesario “en primer lugar, (para) termina(r) de descartar lo que sugieren alguna corrientes del mundo islámico: que el atentado fue producto de una interna argentina, de un ataque contra el entonces presidente Carlos Menem por razones de política interior o de cuestiones vinculadas con el narcotráfico”. Y remata: “Se sabe que el fenómeno del atentado-suicida se dio
en los últimos años únicamente con partidarios fundamentalistas islámicos”. Son dos embustes encadenados. No conozco a nadie que sostenga que el ataque a la AMIA haya sido “producto de una interna argentina” ni de “un ataque contra el entonces presidente Carlos Menem por razones de política interior”. Es pues una cortina de humo, una distracción. Si nos deshacemos de ella, queda que el objetivo de la maniobra kollmanesca sería “descartar lo que sugieren algunas corrientes del mundo islámico: que el atentado fue producto (...) de cuestiones vinculadas con el narcotráfico”. Pero no hay ninguna corriente islámica, ni sunní ni chií, ni wahabita ni aluita que haya afirmado que el ataque a la AMIA se haya debido a asuntos relacionados con el narcotráfico. Se trata de otra cortina de humo: Quien afirma que el atentado está directamente vinculado a una “mexicaneada” en el curso del lavado o blanqueo de dinero producido por el tráfico de drogas ilícitas soy yo, quien escribe, Juan Salinas, y lo hice en infinidad de artículos que se encuentran en la red y en un libro, Narcos, banqueros y criminales, publicado en 2006 por Punto de Encuentro. Aunque reconozco, nobleza obliga, que tal como consta en el expediente judicial, la pista la dio el jefe de la estación de “un servicio de inteligencia amigo” (en obvia referencia a la CIA) en Beirut consultado por el embajador Huergo por orden del canciller Guido Di Tella, horas después del ataque.

En su momento, el tan inicuo como ignaro juez Juan José Galeano dijo haber
identificado al supuesto chofer de la supuesta Trafic-bomba como... Sebastián
Borro, el entonces octogenario líder de la huelga de Frigorífico Nacional, en 1959.
Huelga en resistencia a su cierre por el presidente Arturo Frondizi que derivó en una pueblada de todo el barrio porteño de Mataderos y que es un mojón señero
de la resistencia desplegada por el peronismo proscripto. Más tarde, advertido
de su metedura de pata, Galeano pretendió que el supuesto chofer kamikaze del
supuesto coche-bombaEl continuador de Galeano, Nisman (que logró salvarse del destino corrido por los

fiscales Eamon Mullen y José Barbaccia -procesados junto con Galeano- por ser
afín al sector de la SIDE que emergió ganador de la debacle, el liderado por Stiuso o Stiusso, que aprovechó la ocasión para deshacerse de sus rivales de la “Sala Patria”), gatopardista (ya se sabe: es preciso cambiar lo aparente para salvaguardar lo esencial, es decir la falsa historia de la Trafic-bomba y su chofer autoinmolado), dijo que el kamikaze no había sido un Borro, sino un Berro, y se jactó de que ello se lo habrían confirmado sus hermanos en los Estados Unidos. Pero de inmediato Rolando Hanglin se puso en contacto con los susodichos que negaron de plano al aire haberle dicho a Nisman semejante cosa, y el propio Kollmann debe reconocer que lo declarado formalmente por los hermanos Berro demuestra que Nisman mintió descaradamente, motivo por el cual, destacó, es tan pero tan importante “la determinación científica de la existencia de un suicida y una idea aproximada de la zona del mundo del que provino (porque) podrían fortalecer la hipótesis” al borde del derrumbe del coche-bomba y su tanático conductor. Tras haber aceptado de mala gana que la intervención del EAAF quizá pudiera evitar que se considere la fundada hipótesis de que el ataque
a la DAIA haya estado relacionado con el narcotráfico, Kollmann agrega una frase
de una falsedad clamorosa: “Se sabe que el fenómeno del atentado-suicida se dio en los últimos años únicamente con partidarios fundamentalistas islámicos” y no se trata sólo de que nuevamente pone en el sitial de dogma de fe la existencia del suicida sino que lo que verdaderamente se sabe es que nunca miembros del Hezbolla libanés (ni de los pasdaran iraníes) protagonizaron atentados fuera de Medio Oriente, y jamás de los jamases mediante su autoinmolación. Los atentados con hombres o mujeres-bomba no son característicos de los chiíes o chiítas, sino de las versiones fundamentalistas, salafistas, de la corriente sunní mayoritaria en el Islam. había sido un primo libanés de Borro, que para entonces
hacía años que había retornado a su patria.

Tras admitir (¡menos mal!) que las técnicas modernas no permiten determinar “el
país” de procedencia del cuerpo al que pertenecieron los restos analizados Kollmandice que sí pueden hacerlo con “la zona” de procedencia, y por lo tanto también si provinieran “de una zona muy distinta de los demás”. Es un dislate que recuerda aquel intento de atribuirle un pedazo de piel de un dedo encontrado en un edificio cercano al demolido de la Embajada de Israel muchos meses después del ataque (marzo de 1992) a un supuesto suicida palestino o libanés por sus pigmentos y callosidades, como si en el atentado no hubieran muerto (como volvería a suceder en la AMIA) varios albañiles bolivianos.

Tan absurda es la pretensión de Kollmann que aun si un análisis del ADN de algún
resto no clasificado pudiera determinar que pertenecieron a un individuo cuyos
ancestros habitaron el Medio Oriente, ello no podría disipar la que el mismo Kollmann describe como “la descabellada hipótesis de que el ataque tuvo el mismo sentido que el crimen del primer ministro Itzak Rabin, asesinado por ultranacionalistas israelíes”.
Porque, ¿acaso no hay, por ejemplo, judíos damasquinos, de genes inextricables de sus vecinos y parientes islámicos? Pienso puntualmente en Sheila, madre de mi amiga Tina, en Omar Ariel Said y en mi colega Gerardo Yomal. Esta fantochada racista revela que la iniciativa sólo pretende embarrar la cancha, en sintonía con Stiuso o Stiusso y quienes todavía le responden en la SI, en procura de apuntalar a Nisman,
quien no sólo debería ser cesado como fiscal, sino también enjuiciado, condenado y encarcelado por haber servido sistemáticamente al desvío de cualquier hipotética investigacion.

Claro que no es posible creer que tal cosa vaya a suceder mientras Galeano, Corach y compañía no resulten condenados. Aunque los principales diarios, incluyendo a Página/12 (y por supuesto, también Tiempo Argentino, cuyos dueños y el que tiene el control de la línea editorial, Sergio Szpolsky, es socio de Dario Richarte, a su vez socio de Stiusso) fueron cómplices del ocultamiento de quienes fueron los ejecutores materiales (argentinos mercenarios) del ataque, y de sus motivos, es de esperar que una organización tan prestigiosa como el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) se mantenga apartada de los chanchullos del eje Kollmann-Nisman-Stiusso, al servicio de la impunidad de los asesinos que, para atacar a la DAIA, volaron la AMIA y mataron a 85 inocentes. Hay otro eje que nunca debe perderse de vista: Ni Estados Unidos ni Israel ni algunos banqueros argentinos ni sus sirvientes de la SI quieren que por ningún motivo resulte evidente que los bombazos se debieron a su participación en el tráfico de drogas y en el lavado del dinero producido.

Enero 2015 / Tevet - Shevat 5775
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