No es un número cualquiera de los Mario Linovesky infinitos que hay, sino uno bien específico. Ese guarismo de cuatro cifras identifica la resolución de la ONU mediante la cual, un par de años atrás, la comunidad internacional de naciones, cuya mayoría está compuesta por estados árabes y otros muchos países que dependen del petróleo que los primeros producen y les venden, frenó la ofensiva israelí en el sur del Líbano, justo cuando las tropas terrestres judías habían avanzado hasta el Río Litani. De allí a destruir la capacidad militar de Jizballá, organización terrorista apadrinada por Irán, les quedaba un solo paso. La ONU no lo permitió. E Israel acató cándidamente tal mandato y gracias a ello las ínfulas de las bandas terroristas crecieron hasta el paroxismo. La ONU, por medio de esa desgraciada resolución, determinó que una fuerza de paz suya se interpondría entre las partes beligerantes y ocuparía el sur libanés, mientras que el ejército del país de los cedros debería darse a la tarea de desarmar a la pandilla liderada por el Jeque Nasralla y constituirse en la única fuerza armada libanesa. Nada de eso ocurrió, desde entonces hasta hoy las fuerzas de paz de la ONU no saben ni ellas mismas para que están allá y Jizballá ha vuelto a sentar sus reales en el sur del Líbano, rearmándose doblemente para sustituir lo que Israel les había destruido o incautado. De tal modo aquella guerra, a la que el país hebreo fue obligado a ingresar luego de que forajidos del partido de Dios hubieron incursionado a su territorio, matado a varios soldados y secuestrado a dos a los que posteriormente devolvieron muertos a cambio de la libertad de uno de los peores terroristas que conoció Oriente Medio, Samir Kuntar, tras haber aceptado Israel sin más ni más aquella resolución nº 1701 que sabía que los terroristas no iban a cumplir ni siquiera medianamente lo llevó a perder esa sensación de invulnerabilidad que tenía su ejército y su consiguiente capacidad de disuasión. Así Nasralla, encerrado en un escondite del que no sale ni para corroborar si hace frío o calor y sus facinerosos vestidos de “población civil” aprovecharon la aceptación israelí de alto el fuego y se autoproclamaron vencedores de una guerra que claramente estaban perdiendo, pero haciéndole creer a otros terroristas que con Israel se puede.
Este parecer fue adoptado por otra gavilla criminal extremista, llamada Jamás, la cual desde la franja de Gaza persistió (8 años que viene haciéndolo) y todavía sigue lanzando misiles (caseros pero que hieren y matan) sobre las poblaciones civiles (verdaderamente civiles) israelíes. Y no fueron uno o dos, sino millares de esos cohetes que desde hace 8 años llueven incesantemente sobre esas granjas y ciudades cercanas a la franja, de la que Israel salió unilateralmente hace más de 3 años, por lo que la excusa de la ocupación desde luego que ya no es válida (aun cuando los terroristas la siguen usando como único argumento de sus ataques pues su único objetivo es arrebatar Israel a los judíos). E Israel perdió por ello la paciencia y el sábado 27, en una incursión aérea devastadora para enseñarles con quien están tratando destruyó gran parte de la infraestructura terrorista y mató a más de 200 de sus protervos adláteres. Y, según dice la prensa (no demasiado creíble, pero es lo que hay), además está preparando una incursión por tierra para terminar con los responsables de esa locura fanática.
Y poco más hay para decir ahora mientras están hablando los acontecimientos y las armas; solamente rogar al gobierno israelí que esta vez termine la tarea que dos años atrás frustró la Resolución nº 1701 y dicho gobierno aceptó candorosamente, dando al traste con esta vergüenza humana que es el extremismo fundamentalista, de una vez y para siempre. Palestinos, Israelíes y la población verdaderamente democrática del mundo, desde luego que se lo agradecerán, aunque los flojitos de tornillo de siempre chillen y anden mostrando sus zapatos como la falsa izquierda de hoy, en Madrid.
Fuente: Mario Linovesky
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