Un dicho popular español asegura que “no se puede estar bien con Dios y con el diablo”. Los colonos judíos de Cisjordania y su representación política demostraron claramente que la tradición ibérica se equivoca. Este grupo de poder israelí argumenta la historia y religión judía para demandar soberanía sobre Cisjordania, pero con ese objetivo en la mirilla no tienen el menor reparo en tirar por la borda la reclamada tradición humanista y solidaria del judaísmo para recibir apoyo y respaldo del nuevo diablo que residirá próximamente en la Casa Blanca en Washington. La elección de Trump como sucesor de Obama fue recibida con gritos de alegría a todo el largo y ancho de las colonias judías en Cisjordania. Llegó la hora de desembalar los viejos planes de la Gran Israel. Por el contrario, a la gran mayoría de la comunidad judía de EE. UU, tradicionalmente demócratas en su mayor porcentaje, esos resultados les cayeron como balde de agua fría. De nada les valió su larga experiencia con cadencias presidenciales republicanas del pasado. En esta ocasión, esos importantes sectores de la comunidad judía del país del norte ven con mucha preocupación nombramientos de la nueva administración que promete odio al extranjero, incluyendo judíos, hostilidad hacia la mujer y negación de los valores del liberalismo estadounidense. “Muchos judíos comenzaron a sentir que la tierra arde bajo sus pies” lo caracterizó con sus palabras el analista Peter Beinart. Esa problemática “humanitaria y social” está muy alejada de las preocupaciones y planes de los colonos judíos de Cisjordania, el grupo de intereses políticos que realmente tiene las riendas del poder de Israel en sus manos. El objetivo primario y más urgente es hacer desaparecer de la agenda diplomática de Medio Oriente la expresión “dos estados para dos pueblos”. Para continuar exigen la promoción de una colonización masiva de judíos en Cisjordania. Como acorde final se reservan la legalización de soberanía israelí “de jure” en todo su territorio. Justamente en el fin de semana estadounidense que transcurrió se programó la convención anual de ZOA (Organización Sionista Americana). En esa oportunidad los directivos de esa institución junto a Dani Danon, Embajador israelí en la ONU y Ron Dramer, Embajador israelí en EE.UU., tenían programado otorgar simbólicamente el certificado de “Pro israelí Kosher” a Stephen Bannon, el principal asesor estratégico presidencial recientemente nominado por Trump. Como es de público conocimiento, se trata de un controvertible personaje con un trasfondo de extremismo racista y antisemita, motivo por el cual representantes de otras instituciones judías no asistirán a tan importante evento[1]. Tal como lo insinuó Nir Barkat, el intendente de Jerusalén, de nada importa el nefasto curriculum de racistas y antisemitas, si se proponen, entre sus primeras medidas, decidir transferencia de su embajada de Tel Aviv a Jerusalén. Así como su silencio hasta el presente lo indica, el movimiento de colonización judía en Cisjordania, seguramente, no tendrá ninguna reticencia en trasmitir su público apoyo a la deportación de millones de inmigrantes indocumentados en EE. UU, incluyendo unas cuantas decenas de miles de israelíes, si es que declaran la muerte definitiva de la solución de dos estados para esta región.
En caso que Trump de un paso más adelante y apoye públicamente el derecho histórico de Israel a colonizar todo Cisjordania, es de suponer que este grupo no tendría problemas en aplaudir la legalización del KKK o la prohibición de la entrada a EE.UU. de toda persona por el solo hecho de ser musulmán. Este caso no es la primera oportunidad que poderosos grupos dominantes en el Estado Judío imponen su preferencia de intereses obligando al estado a dejar de lado ciertos principios básicos del judaísmo, del que dicen guiarse por haber mamado sus valores básicos. El establishment de seguridad y las direcciones de fábricas militares son un claro ejemplo. Sin entrar a la profundidad de un detallado informe, basta con señalar ciertas operaciones de venta de armas a países o grupos dictatoriales y sanguinarios[2]. Sudan del Sur es un caso confirmado por ONU[3]. Seguramente chilenos y argentinos de la década del 70 todavía recordaran los aportes israelíes en armamento e instrucción de fuerzas nacionales en su lucha contra los “insurrectos locales”. La confusa intimidad entre los movimientos de colonos judíos y los grupos evangelistas de EE.UU. es otra manifiesta demostración de convivir con Dios y el diablo. Este cálido romance de nuestros días se materializa con aportes millonarios de esa iglesia para financiar la gigantesca colonización judía en Cisjordania. Mucho más interesante es informarse que el Pastor John Hagee, autoridad máxima de esa congregación americana, declaró no hace tiempo: “el retorno de los judíos a todo Israel después de 2000 años de diáspora, junto a su control de Jerusalén, son una de las etapas del comienzo del retorno de Jesús y de la redención añorada, después de la cual, los judíos recibirán a Jesús como el verdadero Mesías”[4]. Toda esa perorata oficial de Estado Judío, valores judíos y tradición judía, en manos de quienes conducen a Israel en estos días, se está convirtiendo en un escudo y mascara de protección frente a acusaciones por parte de la mayoría de las sociedades del mundo. Sus frecuentes e incesantes flirteos con el diablo demuestran que el objetivo principal es materializar paso a paso el plan de soberanía judía del Mediterráneo al Jordán, no importa el precio. Ojalá me equivoque. [1] “¿Israel y la derecha judía de EE.UU. perdona el antisemitismo que creó Trump”, Haaretz, 18-11-16 [2] Véase “Esconden del público el apoyo de Israel a dudosas dictaduras en el mundo”, Haaretz, 23-7-15 [3] “Expertos de ONU: Armas israelíes alimentan el conflicto en Sudan del Sur”, Haaretz, 26-8-15 [4] “Así influyen los evangelistas norteamericanos en Israel”, Informe del Canal 2 TV Israel, publicado en israeli lifeusa, 13-2-15
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