Es imposible, además de éticamente erróneo, olvidar periodísticamente la vastedad de los problemas del mundo y, en particular, la situación verdaderamente dramática que se sigue viviendo en Gaza. Cuando anoche todo parecía indicar que se vislumbraba la eventualidad de un acuerdo del cese de fuego de tres días, que permitiría lentamente recomponer una situación de diálogo por vía diplomática, todo ha vuelto a estallar en mil pedazos.
No esperen de mí una postura unilateral que pretenda confortar el alma sensible de los que creen en una teórica equidistancia y que es posible quedar bien con todas las partes. La situación de Gaza es, en sí misma, horripilante. Pero esta caracterización no alcanza para describir la verdad profunda de los hechos. Las almas puras suelen enjuagarse en el viejo licor de la aparente neutralidad moral. Son malos los que hacen la guerra y los que matan. Así ha sido siempre: “desde que el mundo es mundo”, como decía mi abuela. La guerra es criminal – nuestro Juan Bautista Alberdi habló del “crimen de la guerra”– y es muy poco lo que pueda agregarse a eso, además de plañideras, reiteradas, viejas y gastadas frases que no llevan a ninguna parte.
Quiero intervenir, en este punto, haciéndome una serie de preguntas en varias dimensiones: como periodista, desde luego, con “apenas” 50 años de ejercicio del oficio, pero también como ser humano, como ciudadano.
Si, como se ha dicho hasta el hartazgo, una de las razones del estado de guerra del lado palestino para con el Estado de Israel, es el bloqueo de Gaza, uno tiene que preguntarse: estos túneles que están apareciendo, obras maestras de la ingeniería civil, que no solo son de punto a punto sino que son ramificados y diversificados, y que se han realizado con una moderna infraestructura de hormigón armado, acero y cableado eléctrico, ¿con qué se construyeron? ¿Cómo entraron los materiales a Gaza? ¿Con qué herramientas los ingenieros militares de Hamás estuvieron en condiciones de realizar este tipo de túneles que atraviesan la frontera entre Gaza y el Estado de Israel para aparecer incluso sorpresivamente en medio de las granjas colectivas, los kibutzim?
Esta es una pregunta que vale la pena hacerse, porque embargo es embargo, bloqueo es bloqueo. Estamos hablando de un territorio que tiene fronteras con Egipto, con Israel y con el Mar Mediterráneo. La costa de Gaza en el Mediterráneo está bloqueada por la armada israelí. ¿Pero cómo entró todo lo que hizo posible la construcción de una sofisticada red de túneles subterráneos?
Una segunda pregunta, ulterior: la cohetería, los más de 2400 cohetes disparados contra Israel en estas tres semanas, ¿cómo fueron incorporados a Gaza? ¿Por dónde entraron? ¿Fueron lanzados en paracaídas desde el cielo mientras la Fuerza Aérea israelí miraba para otro lado? ¿Por dónde entraron esos cohetes si Gaza está bloqueada? ¿O el argumento de que está bloqueada tampoco se sostiene?
Por otro lado, y entrando en una cuestión muy polémica, tenemos en la Argentina una gran facilidad para darle estatuto de gran estadista a un hombre que es apenas un gran músico. Digo “apenas” con enorme admiración como melómano: Daniel Barenboim es un gran músico, que sostiene que no se siente cómodo siendo israelí. Muy bien, ésa es su libertad.
Él plantea, ya en un rol eminentemente político, que en Medio Oriente hay que consensuar que no hay salida militar al problema. Esta es una verdad tan elemental como insostenible. Él dice que hay que explorar salidas políticas, pacíficas. ¿Cuáles son esas salidas? Porque uno de los puntos claves que está demostrando la crisis de Gaza es que –y muy poca gente se atreve a decirlo– la mayor parte de los lanzamientos de cohetes tal vez sean realizados por organizaciones terroristas no totalmente controladas por la propia Hamás.
Pero, en otro punto, y sobre todo cuando se advierte la sofisticadísima red de túneles que, a lo largo de los años, desde que Israel se retiró de Gaza, han sido construidos, ¿con qué recursos fueron construidos? ¿Por qué esos recursos fueron invertidos en túneles y no en la rehabilitación de ese sufrido pueblo?
Por otro lado, ¿no es llamativo –tal como dice hoy The New York Times – que para muchos líderes árabes Hamás es peor que Israel y por eso están en silencio? Es un hecho que en varios países árabes, de diferentes regímenes, incluso Egipto (que mantiene cerrada su frontera con Gaza) esta vez no han levantado su voz contra la ofensiva terrestre israelí. Es el caso de Jordania, los Emiratos Árabes Unidos y de Arabia Saudita. Esto revela que a Israel, lo quiera o no, le toca hacer el “trabajo sucio”, que en el caso de ellos se vincula estrictamente con la supervivencia como país. En algún momento las armas habrán de silenciarse. Desafortunadamente esto no va a ser inminente, porque para Israel la amenaza de los túneles es un peligro recientemente comprobado: no pensaba la inteligencia militar del estado judío que era tan impresionante la red de arañas subterránea, construida a lo largo de siete años desde que Israel se retiró de Gaza. Se han encontrado con esta realidad y ahora no pueden dar marcha atrás.
En cambio, el pueblo palestino de Gaza, que en su abrumadora mayoría no forma parte de la estructura militar de Hamás, es la gran víctima, así como son víctimas los 59 integrantes de la Fuerza de Defensa de Israel, en su mayoría veinteañeros, que ya han dado la vida en este conflicto. Es muy fácil hablar de solución política desde los confortables salones del Teatro Colón. Yo me dedicaría a la música y dejaría que, finalmente, hombres y mujeres sabios puedan ponerle punto final a este horror en desarrollo, un horror ante el que nadie puede osar pretender ser moralmente neutral.
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