LA VOZ y la opinión


Periodismos Judeo Argentino Independinte
Maestro con todas las letras
Sigmund Freud

Por Moshé Korin
Todavía no se apagaron los ecos del Sesquicentenario de su nacimiento, celebrado en 2006. Y en este 2007 se cumplen diez años del lanzamiento que —en la serie “Protagonistas del Pueblo Judío”— hiciésemos desde la Editorial “Milá” y el Departamento de Cultura de la AMIA del libro de trescientas páginas en el que abordáramos sus cartas de juventud.
En esta nota haremos un breve repaso tanto de algunos aspectos de la niñez y adolescencia, como de sus más importantes aportes conceptuales y también citaremos un par de ejemplos de su íntimo vínculo con el judaísmo, identidad que siempre manifestó. Hablamos, por supuesto, del creador del Psicoanálisis, Sigmund Freud.

Admiración
No he hecho estudios universitarios en Psicología, ni tampoco me he detenido demasiado en el Psicoanálisis, pero dado que justamente el mismo Freud nos enseñó siempre a encontrar —o por lo menos, buscar— las razones de nuestros comportamientos, debo antes que nada reconocer que me inspira un gran amor por la Psicología en general y especialmente por la gran obra de Freud, un Maestro con todas las letras.
Quiero también puntualizar mi admiración por sus textos, dado que como escritor siempre tiene la brillantez y la ocurrencia para graficar de la manera más simple, los fenómenos más complejos. Todas estas fueron razones que justamente me llevaron a escribir la introducción del —citado más arriba— libro editado por la AMIA hace exactamente una década. Y me llevan ahora a actualizar algunas reflexiones e hilvanar otras.

Razones
Quisiera también agregar entre las razones de mi particular amor por la obra de Freud, la viva emoción que me embargó mi visita personal a lo que fuera su casa, convertida hoy en Museo para los visitantes de todas las latitudes del mundo. Estaba yo allí, en Viena, y casi me pareció sentir el seco golpe contra el vidrio, que la piedra arrojada por un muchachón antisemita hizo romper la quietud de la noche. Pero que no hizo mella en la actividad, siempre creadora, de uno de los grandes talentos del siglo veinte.
Y, entre las razones que confluyen en mi amor por la Psicología, quiero sumar mi admiración por el Prof. Jaime Bernstein, célebre creador de un Test —también uno de los cofundadores de la conocida Editorial Paidós—, a quien tuve la suerte de contar como mi Profesor de Psicología en el Seminario de Maestros, donde él durante tantos años ejerció la docencia.

Arquetipos
También es útil precisar que del mismo modo que no se necesita ser físico para admirar a Albert Einstein ni artista para disfrutar la obra de Miguel Ángel o Chagall; tampoco filósofo para admirar a Martin Buber, como tampoco hay que ser escritor para disfrutar a Franz Kafka y Schólem Aleijem o poeta para admirar a Francisco García Lorca, o Jáim Nájman Biálik; tampoco, creo yo, es necesario ser psicólogo, psiquiatra o psicoanalista para admirar el genio de Freud.
En todos estos casos nos hallamos frente a arquetipos. Quien se constituye en un arquetipo, es alguien que traza un nuevo camino y lo hace, a pesar de la férrea resistencia de la época. Toda época tiene sus valores consagrados, e “ir contra la corriente” suele ser ciclópea tarea. Cosa esta última, que en el caso de Freud y por tratarse de una materia tan íntima, fue doble o triplemente titánica.

Discípulos
Freud fue un arquetipo, un modelo original, una pieza primaria en la constelación de médicos y psicólogos del siglo diecinueve y veinte. Esta pieza primaria generó un sinnúmero de discípulos como Stekel, Adler, Rank, Brill, Jung y hasta Karen Horney. Y una cosa curiosa: la mayoría de ellos, discípulos y amigos del maestro, se fueron de su lado, y hasta se diría, algunos enconadamente, para fundar sus propias escuelas y dejarlo solo.
Pero Freud se consideró partícipe de ese pensamiento de Rodin que expresara, “donde todos piensan igual, nadie piensa mucho”.
Y ésta es una virtud de un maestro: no generar acólitos, sino generar discípulos que adquieran la formación suficiente como para discutir con el maestro, oponérsele si fuera necesario e irse para fundar nuevas escuelas. Qué otra cosa sino —auspiciosamente— hacen los hijos con sus padres.

Trauma
Yendo ahora al joven Freud, quien tuvo un padre mayor —con hijos de un matrimonio previo— que era rígido y autoritario; y una madre con la que se sentía amparado y comprendido.
Y por supuesto no podemos dejar de pensar en aquella situación traumática que le significó en su niñez, cuando en un paseo con su padre, en una calle vienesa le tocó ver con qué docilidad este longilíneo hombre se agachaba a recoger la gorra que un muchachote hizo volar de su cabeza, exclamándole “¡agáchate, sucio judío!”. Freud fantasearía luego con encarnar a Aquiles, y ser un héroe reivindicatorio de una valiente estirpe judía. En su juventud, decidiría reemplazar su original nombre, Sigismund, que era sinónimo de burla para los atorrantes antisemitas, transformándolo en el luego célebre, “Sigmund”.

Literatura y mitología
Recordábamos más arriba, el libro de Freud en el que publicamos sus cartas de juventud. Ya allí se ve cómo en los años juveniles, el eximio lector puede a su vez transformarse en personaje literario, adoptando el nombre de uno de los canes del relato cervantino, “Coloquio de perros”. Incluso tan fuerte influencia recibió de la literatura clásica española, que en esa correspondencia con un amigo, demuestra buenas dotes y además hace gala de conocimiento de la lengua española.
Y, no sólo la literatura española medieval fue una fuente nutricia en la formación de Freud. También, y en primerísimo plano, fue un perspicaz lector de la dramaturgia helena, y un gran conocedor incluso de la mitología. Y esto hasta tal punto, que uno de los baluartes de la teoría psicoanalítica —que, vale recordarlo, es al mismo tiempo técnica y método— lo constituye su elaboración conceptual de la situación del personaje central de una obra de Sófocles.

Sófocles
Uno a veces se pregunta si fue Freud el que le escribió el libreto a Sófocles, o Sófocles — casi 500 años antes de la Era Moderna, el autor de “Antígona”, de “Edipo rey” y de “Electra”— fue, quien le escribió el libreto a Freud. Este poeta trágico griego, simbólicamente derramaba en sus tragedias, el conflicto de poder que se suscita entre lo divino y lo humano, entre la familia y el Estado, entre el padre y el hijo.
Freud toma y otorga especial relieve al drama que coincide con la tradición filosófica griega, a partir de aquel postulado que sostiene que el hombre normal sueña, lo que el criminal realiza. Y para ello hace una detallada lectura del “Edipo rey” y del propio personaje central: “Edipo”. Advierte la constancia histórica de aquel drama: uno de los sueños más profundos e inconscientes del hombre es, justamente, poseer a la madre y matar al padre —cuyo equivalente femenino lo hallaríamos en “Electra”: poseer al padre, desplazando a la madre—.

Esfinge y enigmas
Sabemos que el Edipo de Sófocles resuelve el enigma de la esfinge. Y que el oráculo le había advertido lo que le sucedería. En su retorno de Corinto a Tebas, mata a un presunto ladrón y luego es coronado rey de Tebas, esposando a la reina. Aquel presunto ladrón no era sino su padre, y la reina con quien mantiene relaciones maritales, resultaría ser su madre. Datos que “Edipo” no tenía —por lo menos, no conscientemente—. Al enterarse de lo que le tocó vivir, Edipo se quitará los ojos —Freud aquí hablará de un desplazamiento de la genitalidad hacia arriba, es decir: de la castración—.
Freud en su descripción de la vida psicosexual del hombre, también concibe la sexualidad infantil (tema que horrorizó a su época, despertando la resistencia a la innovación de la que hablábamos más arriba). Y, justamente, menciona la existencia universal del “complejo de Edipo” en una cierta etapa de la niñez. Sin embargo, este término más adelante sería ajustado por los psicoanalistas a la descripción de la estructura edípica, y no ya de una situación determinada de un momento en la vida del niño.

Pulsiones
La obra de Freud ha de ser justamente la que más enfatice en este tipo de “razones” o “motivos”, al dar cuenta de las pulsiones inconscientes. Que son comunes a todos nosotros, aunque se vean reflejadas con mayor nitidez en el conflicto de los pacientes neuróticos.
Charcot, el célebre neurólogo con quien Freud hizo sus primeros aprendizajes en el parisino hospital de “La Salpètriere” decía de la enferma de histeria, que en esos casos se trata siempre de la misma cosa: la cuestión genital. Pero fue Freud quien avanzó en el estudio y tratamiento de la histeria —luego de varios ensayos metodológicos, incluso asociado a Bernheim y a Breuer, practicando inicialmente la hipnosis—.

Pascal
Alrededor de dos siglos antes de Freud, alguien, tan compenetrado con la abstracción matemática, con las ecuaciones que constituyen el fundamento de los problemas de la física, alguien que manejó el cálculo de probabilidades y que era también un filósofo, alguien tan racionalista como Pascal, se atrevió a decir: “el corazón tiene razones que la razón no toma en cuenta”.

Otra lógica
Freud ve que la causa de los trastornos de la mente no se hallaban en una mera alteración de la anatomía del sistema nervioso, ni en la fisicoquímica que mediatiza la comunicación entre millones de neuronas en la corteza cerebral. Pero también ve algo que hasta allí los demás no habían percibido: la histérica no finge. Más aún, el síntoma expresaría la resultante del choque entre la fantasía y su represión.
En verdad, en su estado doliente, en su síntoma nos está remitiendo a otra verdad, a otra lógica: la lógica del inconsciente. Y Freud describe entonces los puntos de fijación, la represión, el retorno de lo reprimido, el síntoma. Llega el siglo veinte con la gran revolución freudiana, siendo parte muy importante de la misma tanto su “Interpretación de los sueños” como su “Psicopatología de la vida cotidiana” (donde aborda la irrupción inconsciente a través de chistes o actos fallidos).

La terapia
Así como nuestro cuerpo está poblado por billones de gérmenes, así también nuestro inconsciente está inundado por fantasías, esa manera de escenificación del deseo (inconsciente).
Develar este escenario fue también parte de la gigantesca tarea de Freud. Hacer consciente lo inconsciente (reprimido) fue la fórmula curativa. Una fórmula que asimismo pasa por las vicisitudes que en la terapia psicoanalítica atraviesa la transferencia del paciente.

Paciente y psicoanalista
Freud comenzó trabajando con la hipnosis y luego con otros métodos terapéuticos. Investigador nato, no se sujetaba a dogmas y consideraba muy relevantes los resultados obtenidos. En función de éstos, iba aproximándose al método más adecuado. Una paciente había llamado “cura de la chimenea” al método tradicional de abordaje. Hasta que finalmente Freud halla que la única posibilidad de volver al paciente como consciente el material reprimido y alojado en el inconsciente, era dejándolo hablar, hacia donde lo llevaran sus propias ocurrencias.
Así llega el método de la asociación libre, en el cual el paciente otorga libre curso a su pensamiento; la consigna es que sea lo más espontáneo posible, y diga cuanta cosa aflora a su mente, sin reprimirse.
Asimismo, del lado del psicoanalista también hay un compromiso metodológico, definido como de “atención libremente flotante”.

Instancias psíquicas
Recordemos asimismo la importancia que adquirió su teoría de la represión, donde nos dice que situaciones placenteras en una instancia psíquica, son juzgadas inoportunas por otra instancia y por ende, son reprimidas. Freud realiza dos descripciones de estas tres instancias psíquicas, descripciones que no son excluyentes entre sí. Primero, en su libro “Metapsicología” de 1913, describe la existencia del “aparato psíquico” conformado por el Inconsciente (la capa más profunda y reprimida), el Preconsciente y la Conciencia. Y, diez años más tarde, en “El Yo y el Ello”, realiza una segunda descripción: el Ello, el Yo y el Superyo. E incluso puede haber conjunción entre ambas tópicas psicológicas, ya que —por ejemplo— hay aspectos yoicos inconscientes—.
Transferencia
Freud elaboró asimismo el citado concepto de “transferencia”; por la misma, el neurótico “transfiere” —proyecta— sus primitivos sentimientos ante padres, adultos o personas significativas del ambiente, a la persona del psicoanalista.
Durante la psicoterapia psicoanalítica suele emerger también la resistencia, que es la forma que en las sesiones adquiere lo reprimido. Así, la transferencia pasa también por múltiples signos afectivos —a veces se ama al terapeuta, a veces se quiere abandonar de inmediato la terapia—. Y bien, sentencia Freud en 1912 que “La batalla de la salud mental se resolverá en el campo de la transferencia”. Es decir, sobre cómo pueda operar en ella el terapeuta —quien a su vez vive sentimientos contratransferenciales—.

Escéptico
Este hombre, capaz de desentrañar la maraña de la mente, fue un escéptico en lo que hace a su descripción de la maraña que atrapa a la civilización y al destino humano. No sólo es irresoluto el conflicto que enfrenta en cada uno de nosotros a “Eros” —dios del amor— con “Tánatos” —que personifica la muerte—, sino que en sus obras “Tótem y Tabú”, “El Malestar en la Cultura” y “El Porvenir de una Ilusión” se ve cómo civilización y cultura están apenas disimulando al hombre verdadero, impulsiva criatura. Como se señaló, también Freud podría decir de la civilización lo que Dante hizo escribir en las puertas del infierno: “¡Oh!, los que entráis, ¡dejad toda esperanza!”.
Hay quienes afirman que su escepticismo con respecto al destino humano, se debe a que el mismo conoció el dolor y la angustia. Y sufrió mucho a raíz de un proceso maligno que tenía en el maxilar y le obligaba al uso de una prótesis. Su amigo y médico personal, el Dr. Schur, caviló respecto de decirle o no el verdadero diagnóstico. Pensó: “Si a mi amigo no le digo la verdad, a quién se la voy a decir”. Y luego le espetó: “Sigmund, lo que usted tiene es un cáncer de maxilar”. Y Freud, acaso tristemente, acusándole con el índice, le respondió: -“Y usted, ¡¿con qué derecho me le dice?!”.
Analizar fríamente esta respuesta, es acaso riesgoso. Como alguien dijera, un texto fuera de su contexto, es un pretexto. Pero si lo consideramos como textual, implica que Freud tenía miedo a la muerte, como no lo tuvo Sócrates cuando bebió la cicuta, y si posiblemente habría tenido miedo Jesús, cuando sus últimas palabras fueron: “¡Dios mío, por qué me has abandonado…!”.



Vínculo judaico
En cuanto a su relación con el judaísmo, vale recordar aquí lo que escribí en octubre de 1997 para el referido prólogo del libro: “…Estos vínculos no suelen ser claramente conscientes. ¿No sería un error pedirle al descubridor del pensamiento inconsciente, una conciencia clara de la tradición que lo constituye?”, por lo que ya entonces sostuve: “El judaísmo de Freud, más que en las referencias explícitas, habrá que buscarlo en el estilo, en los hábitos de pensamiento, en la pasión por la interpretación del sentido metafórico de lo aparentemente evidente”.

Bienes espirituales
No queremos concluir esta nota sin recordar antes un par de actitudes en las que Freud sí explicita y demuestra públicamente su judaísmo. Una, es de 1925 cuando envía la salutación a la inauguración de la Universidad Hebrea de Jerusalén, en Éretz Israel. En esa ocasión, por problemas de salud, no pudo hacerse presente en tan importante acontecimiento. Y envía un mensaje en el que dice claramente, entre otras líneas, que: “… Nuestra pequeña Nación sólo pudo sobrevivir al aniquilamiento de su independencia como Estado, gracias a que en la escala de sus valores estimativos comenzó a transferir el más alto lugar a sus bienes espirituales, a su religión y a su literatura”. Y agrega que: “La fundación de la Universidad en la vieja ciudad capital es un testimonio del desarrollo que ha alcanzado nuestro pueblo en dos mil años de infortunio”. Aquí, al hablar de los dos mil años de infortunio, claramente se identifica como parte del Pueblo Judío (“nuestro pueblo”, asevera).

Secreta familiaridad
A su vez, un año más tarde en su discurso de agradecimiento a la “B`nai B`rith”, dice Freud: “… Debo confesarles que no me ligaba al judaísmo ni la fe ni el orgullo nacional, pues siempre fui un incrédulo, fui educado sin religión. Con todo, bastante quedaba aún para tornarme irresistible la atracción del judaísmo y de los judíos: cuantiosas potencias sentimentales oscuras, tanto más poderosas cuanto más difícilmente dejábanse expresar en palabras; la clara conciencia de una íntima identidad, la secreta familiaridad de poseer una misma arquitectura anímica… “. Como vemos, el ya consagrado mundialmente “Herr Profesor, Doktor Freud” —para muchos un “campeón del agnosticismo”— no sólo reconoce como “irresistible” la “atracción del judaísmo y de los judíos” sino que afirma que su propia “arquitectura anímica” le brinda clara conciencia de la identidad como expresión más íntima del ser.

Naturaleza judía
Y continúa en aquel mensaje: “… A ello no tardó en agregarse de que sólo a mi naturaleza judía debo las dos cualidades que llegaron a serme indispensables: por ser judío me hallé libre de numerosos prejuicios que coartan a otros en el ejercicio de su intelecto; precisamente como judío estaba preparado para colocarme en la oposición y para renunciar a la concordancia con la ´sólida mayoría´… “.
Como vemos, reconoce a su condición judaica como fundamento de la actitud no conformista que conlleva la posibilidad del descubrimiento científico. Es decir, que en esta “naturaleza judía” se halla la clarividencia y la fortaleza para desafiar el pensamiento de su época y crear una nueva herramienta conceptual y de transformación, que, como el Psicoanálisis estuvo llamado a ser una de las grandes premisas de las ciencias sociales del siglo veinte.
Freud y el judaísmo
Freud —que concibe a la religión como una fuerza ordenadora— al abordar el liderazgo de Moisés, nos trae a éste —en tanto líder— como a un representante de la conciencia moral o superyó (asiento del remordimiento, del sentimiento de culpabilidad), mientras que la masa representaría al instinto (el esfuerzo volcado en la búsqueda de la gratificación).
Freud se identifica justamente como un “nuevo Moisés”: también él debió soportar la incomprensión, cuando no el hostil rechazo de mucha gente del ambiente científico. Otorgando una nueva visión del hombre y de la cultura, Freud tiene razones —inconscientes incluso— para suponerse como revelador de nuevos mandamientos morales; o por lo menos, el descubridor de las razones que fundan toda moral.
Si bien su conocida hipótesis de que Moisés era un egipcio, perteneciente a la secta de Iknatón, no encuadra ni en los lineamientos de la religión judaica ni en la perspectiva de los historiadores respecto de los acontecimientos del Sinaí, el nacimiento de la religión mosaica y la valoración de las fuerzas morales que ésta conlleva, implican el reconocimiento de un importante grado de inserción de Freud en el judaísmo.

Original postura
Su postura es original, valiente como a lo largo de toda su obra. Y, es de no poca importancia el retrato que nos hace de Moisés, ya que nos lo muestra como un inflexible líder que impone una moral mucho más estricta que la precedente. El judaísmo —se ha señalado— es una “religión de padre” (es Abraham el gran padre), y justamente Freud toma partido por el padre (identificándose con el líder, no con la masa): “… el pobre pueblo judío, con su acostumbrada tozudez, siguió negando el crimen del padre y ha expiado amargamente esta actitud en el curso de los siglos…”, escribe.
Incluso se ha advertido que el pesimismo freudiano en cuanto a la naturaleza del hombre, tiene una similar característica con la ira de Moisés cuando el pueblo —en el desierto— decide retomar la idolatría (en el caso del becerro de oro).
Y si bien Freud indica que la nueva religión habría provenido del Cercano Oriente, también es ubicable allí la tierra de Eretz Israel. Pero lo que más vale remarcar es que considera a la base ética, el fundamento de la revelada religión monoteísta.
Lo que la hoguera no se llevó
Pero su época fue también una de las más dolorosas, con el advenimiento del nazismo. Ya en la temprana hora de Hitler en el poder, llegó la quema de libros. Toda aventura del pensamiento y toda obra de judíos alimentó la pira incendiaria de la barbarie nazi. Por supuesto, los libros de Freud ocuparon entonces allí un “privilegiado” lugar.
“En otra época me hubiesen quemado a mí, ahora queman mis libros”, dijo Freud con resignación. Pero no mucho después, también su vida corrió riesgo y él mismo debió huir de Austria —cosa que logró hacer poco antes de consumarse la anexión del país por la Alemania hitleriana—.
Lo que no lograron Hitler y sus secuaces —capaces de asesinar a seis millones de judíos y provocar una guerra con casi sesenta millones de muertes— es silenciar la voz de los libros. Y entre estos libros cuya voz y cuyas ideas, la hoguera de los criminales nazis no logró apagar, están también los del ilustre, Sigmund Freud.

Opacidad y transparencia
El Gran filósofo judeoholandés Baruj Spinoza aseveró: “Nadie es tan opaco, que no pueda ser atravesado en algún grado por la luz”.
Del mismo modo, podríamos decir, que nadie es tan transparente que no oculte algo, que no nos sea dado ver.
Transparentar esa opacidad, fue la inquietud permanente del gran maestro Sigmund Freud.






Agosto-Septiembre de 2007- Elul-Tishri 5768
Página Principal
Nros. Anteriores
Imprimir Nota

DelaCole.com


www.lavozylaopinion.delacole.com

E-mail: lavozylaopinion@gmail.com

Reg.Prop. intelectual 047343
Los ejemplares del periódico se pueden conseguir en los locales de los comercios anunciantes.

Auspiciado por la Sec. de Cultura de la Ciudad de Bs. As., Registro No 3488/2003 (15-01-04)

Editor y Director: Daniel Schnitman
Socio U.T.P.B.A 14867

Adherido a Sind. Intern. Prensa libre 4339

El contenido de los artículos es de exclusiva responsabilidad de los autores. Su inclusión en esta edición no implica presumir que el editor comparta sus informaciones o juicios de valor. Los artículos publicados pueden ser reproducidos citando la fuente y el autor. La dirección no se hace responsable por el contenido de los avisos publicados.

PRODUCTORA IDEAS DEL KOP S.A.