El juicio por el encubrimiento de los asesinos que volaron la AMIA, mataron a 85 personas, hirieron a unas doscientas y le estropearon la vida a muchas más es una trampa. Fue preparado por el difunto fiscal Nisman para juzgar sólo dos hechos, uno de los cuales, el pago a Telleldín de 475 mil dólares para que acusara falsamente a un grupo de policías bonaerenses, carece de mayores misterios. Excepto, claro, el de cuál fue el motivo que logró unir a la Presidencia de la Nación y su Secretaria de Inteligencia con el juez, los fiscales y la presidencia de una de las entidades agredidas, la DAIA, en la fabricación de una mentira colosal. Nisman dejó afuera del juicio a encubridores del calibre de los ex ministros del Interior Carlos Ruckauf y Carlos Corach –quien fue el cerebro de aquella maniobra–, el jefe de la Policía Federal nombrado inmediatamente luego de la matanza, Juan Adrián Pelacchi, y, por su supuesto, su alter ego Antonio “Jaime” Stiuso. En el caso de Corach, Nisman lo pudo hacer porque primero el juez Claudio Bonadío sobreseyó al ex ministro del Interior de Carlos Menem, decisión que luego fue rechazada por la Cámara. Bonadío no se apartó a pesar de haber sido empleado de Corach en la Secretaría Legal y Técnica de la Presidencia, en los primerios ’90. Como dijo en su oportunidad Néstor Kirchner, en el caso de la AMIA y a diferencia de lo sucedido en el anterior atentado contra la Embajada de Israel, el encubrimiento comenzó antes de que explotaran las bombas que demolieron la mutual judía. Inmediatamente después, desde los Estados Unidos, dónde se encontraba sin un motivo claro, el ministro Ruckauf, de acuerdo con sus anfitriones, responsabilizó a Irán. Horas después, la pesquisa llegó a un edificio de la calle Cochabamba en el barrio de San Cristónal, dónde Carlos Menem había vivido a comienzo de los ’80 y dónde también había un departamento de su médico, Alejandro Tfeli. Casi simultáneamente y a muy poca distancia, llegó también hasta el domicilio y el comercio de Alberto Jacinto Kannore Edul, un empresario textil cuyo padre había sido amigo de Menem. Edul había llamado a Telleldín el mismo día en que éste se había desprendido de una camioneta Trafic que según la Historia Oficial fue utilizada como vehículo-bomba y que según varios investigadores no fue más que un señuelo para ocultar como se colocaron las bombas. Pero lo más importante es que llegó hasta el dueño del volquete puesto frente a la puerta de la AMIA escasos minutos antes de las explosiones. Naasib Haddad era un ciudadano libanés, y él y su hijo Jorge habían comprado 10 toneladas de amonal, el explosivo utilizado en el ataque. Ambos fueron detenidos a pedido de siete fiscales, y liberados horas después por el juez Juan José Galeano a instancias de Ruckauf y Pelacchi en una reunión en la que el presidente Menem puso a disposición del juez el avión presidencial Tango 01 para que viajara de inmediato a Caracas para interrogar a un fabulador iraní que decía tener pruebas de la implicación de funcionarios de su país. Fue Corach (al que la Cámara dispuso que se juzgue más adelante) quien, a través de la camarista María Luisa “Piru” Aramayo, logró llegar a un acuerdo espúreo con Telleldín para acusar falsamente al comisario Ribelli y sus subordinados. Así, la causa AMIA pasó a ser como un cuchillo al que primero se le cambia el mango (amigos sirios del Presidente por iraníes) y luego la hoja (la Federal por la Bonaerense), argumentándose que se trata del mismo cuchillo por haberse conservado un remache (Telleldín). El Gobierno nacional, a través del subsecretario Luciano Hazan, quien coordina la Unidad Especial de Investigación del atentado, ha sido claro al destacar que se juzgará “una gran maniobra orquestada desde distintos poderes del Estado, a distintos niveles, incluyendo el Poder Ejecutivo, la secretaría de Inteligencia, el Ministerio Público Fiscal, el Poder Judicial, la Policía Federal y la de la provincia de Buenos Aires”, y que espera que lo que surja en el juicio “permita, en paralelo, impulsar algunas líneas de investigación sobre el atentado en sí mismo”. Ojalá sea así. Ojalá pueda deshacerse la trampa. Será un pequeño milagro. Como tantos que hubo en estos años.
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