Lo primero que te digo es que se trata de un espectáculo multimedia impecable en lo que se refiere a lo técnico: el despliegue de luces, sonido, imágenes, todo ajustado hasta el mínimo detalle, lo cual suele ser poco frecuente en estas pampas, en las que la improvisación y la buena voluntad muchas veces esconden la falta de recursos o la voluntad para invertirlos. Hablemos ahora del contenido del espectáculo: la película de Alan Parker estrenada en 1982 desarrollaba la historia de Pink, una estrella de rock a la que han afectado profundamente la muerte de su padre en la Segunda Guerra Mundial, una escuela autoritaria, una madre sobreprotectora, diversos fracasos sentimentales, hasta que termina creando un muro psicológico que lo aísla del mundo como forma de protegerse. Intenta suicidarse con drogas y en el éxtasis de su alucinación se convierte en un Hitler. Finalmente es realizado un juicio en el que se dictamina que el muro sea derribado para que el personaje vuelva a vivir en el mundo. En el espectáculo que nos ocupa las cuestiones psicológicas se han minimizado y el acento está colocado en una declaración anticapitalista y antibélica. El propio Roger Waters por momentos se personifica en el dictador, se cubre con una capota negra, se coloca guantes negros, lentes oscuros y desde las alturas dirige el desfile de sus tropas. La sensación que crea en el espectador es de agobio, de encierro. Todo apunta a hacer sentir en carne propia la brutalidad y la arbitrariedad. Y aquí surge la primera reflexión: ¿es lícito combatir la brutalidad utilizando la agresión? El alegato que se presume pacifista en realidad es violento y genera violencia interna. En forma repetida se ven imágenes de aviones que tiran bombas, pero no se trata de bombas comunes: son cruces, medias lunas y estrellas, hoces y martillos, signos pesos, logotipos de Shell y muchas, pero muchas estrellas de David. Llamativamente no caen bombas con forma de cruces esvásticas, ni con la forma del león británico o del águila americana. Confieso que ver mezclado nuestro símbolo nacional con todas esas imágenes resulta chocante. Uno piensa: bueno, es una imagen alegórica, luego vendrán otras. Pero no, la cuestión se repite en forma consistente a lo largo del espectáculo. El "súmmum" lo constituye un enorme cerdo negro inflable que sobrevuela todo el estadio durante un buen rato. que tiene cuernos y una mirada feroz y representa al capitalismo salvaje y belicista, que en su cuerpo porta inscripciones diversas como "deberías confiar en nosotros "quien muere de hambre, muere asesinado", martillos cruzados, signos pesos, hoces y martillos, logotipo de Shell y por supuesto, una estrella de David coronando todo. Ese cerdo es finalmente atacado por la multitud, que lo "acuchilla" y termina destruyendo en una especie de "pueblada". Ver aparecer nuestro símbolo nacional sobre el lateral del cerdo resulta bastante chocante. Mientras esto sucedía me preguntaba ¿qué estarán sintiendo los cientos o miles de judíos que están presenciando este espectáculo? ¿Lo aceptarán como algo natural y lógico? ¿Se sentirán culpables? ¿Ocultarán las medallas que llevan colgadas? ¿Sentirán náuseas?
Lo primero que pensé es que Roger Waters está bastante desinformado y que por eso tergiversa la realidad. Luego sentí que no, que en realidad todo tiene una intencionalidad de transmitir un mensaje, llámese antiisraelí, antisionista o antijudío. Colocar el símbolo de nuestro pueblo que a lo largo de la historia fue acosado, perseguido, quemado, asesinado, gaseado en masa en el lugar de los victimarios que someten al mundo a la guerra, al hambre y a la destrucción es una maniobra artera, que está puesta allí especialmente para nosotros. Sobre el final del espectáculo Waters se dirige a nosotros y nos recomienda: "No sean paranoicos".
Ahora bien, ¿qué nos queda por hacer? ¿Prohibirles a nuestros hijos que asistan al espectáculo? ¿Ignorarlo como si no existiera? ¿Tomarlo como un hecho artístico exento de otra intencionalidad que la de impactar? En mi caso opto por confrontarlo, hablar con mis hijos, discutirlo, tratar de que se den cuenta que no se puede separar el producto artístico de la semilla de destrucción que porta. Cuando me preguntan qué me pareció el show de Roger Waters lo utilizo como oportunidad para develar, cuestionar, dejar en evidencia que cuando la semilla está envenenada, el fruto no puede ser dulce y agradable. Poner en evidencia lo siniestro es nuestra manera de continuar trayendo luz a este mundo nuestro tan oscurecido y cuestionado por el odio y el sinsentido. No sea cosa que los muchachos salgan de la cancha de River y se les ocurra ir asesinando cerdos por ahí. De paso, recordemos se acaban de cumplir 20 años del atentado a la Embajada de Israel.
Daniel Schulman
|
|
|
|
|
|