Hubo y todavía hay cantidad de pueblos, una ingente cantidad de pueblos, que han sufrido horrores a causa de lo que le han hecho otros pueblos. Sin exagerar, fueron víctimas de toda suerte de calamidades a cuál más dolorosa, y con grandes pérdidas en lo que a dignidad y vidas humanas se refiere. Pero quien se lleva las palmas en ese rubro, es, sin dudas, el pueblo judío. Asunto muy serio el precedente y no susceptible de tomar a risa. Sin embargo (los judíos hicieron desde siempre un culto con eso de reírse de sí mismos), parece ser que con los sufrimientos que le infligieron los ajenos no les fue suficiente, y por ello se dijeron que si bien sufrir a causa de terceros les resultó harto gravoso con ésto sólo no les alcanzaba, sino que había que sufrir también "algo",... por cuenta propia. Y como dicho pueblo tiene "jajamim" ("sabios" dicho en hebreo y "vivillos", en su acepción tirando a irónica en idisch) de sobra, y éstos lo son verdaderamente, al punto de pasar sus días sentados meditando mientras los demás trabajan, tales sabios (o vivillos), en sus sesudas elucubraciones, determinaron una cantidad de normas para que ese sufrimiento fuese cotidiano y, además, eterno. Tenemos ahí si no las "mitzvot" (preceptos u obligaciones religiosas), que encima lo son en número mayúsculo: 613. Ni siquiera se preocuparon por redondearlo, no las imaginaron en cantidad de 600 y ni aun de 610, como indicaría la comodidad cotidiana y también la lógica, sino de 613; para agrandar aunque más no sea en 3 (ya que para dilatarlo hasta la próxima decena aparentemente no les daba la creatividad), la suma de los diarios padeceres. Y no sólo lo hicieron con las mitzvot, además les agregaron rituales para ciertos días conmemorativos dedicados a amigarse con Dios, donde el goce está totalmente vedado y el sufrimiento dura las 24 horas. Ejemplo de ello es el Iom Kipur (Día del Perdón), en el que hay que ayunar desde el avistaje de la primera estrella (o imaginársela si acaso estuviese nublado), pasar luego la oscura noche donde por obra del hambre no se consigue pegar un ojo y se piensa solamente en manjares mientras un agudo malestar punza la panza, seguir más tarde con dicho estómago vacío y contrito mientras el sol y la claridad campean en las alturas y las bajuras rezando, y esperar, desasosegado y con un fuerte dolor de cabeza, ver resurgir otra vez aquella primera estrella al día siguiente para salir disparado a casa y allí atosigarse con cuanta comida se encuentre a mano. Sin ignorar por supuesto que posteriormente se será víctima de una horrible descompostura, con una intensa migraña (agrandada por la precipitada ingesta de alimentos y licores) incluida. Con todo, allí no termina la cosa, también, para no dejar al Iom Kipur en solitario, algo parecido se determinó para el Tisha Be Av, en el que los dolores y sufrimientos no son menores.
Pero no sólo se sufre en los días de expiación y en los de recuerdo de los males recibidos recién citados, también, como no podía ser de otra manera, hay que hacerlo en los tiempos festivos. Un ejemplo de ello es Sucot o la fiesta de los Tabernáculos (celebración ésta que viene de muy antiguo) y en los que se festejaba el acabado de la cosecha y sus consecuentes labores, a cuál (en aquellas épocas pretéritas) más pesada y agobiante. Entonces, después de haberse deslomado durante bastante tiempo segando las mieses, lo que normalmente dejaba a la gente rematadamente maltrecha, había y hay (aunque en la vida real se fuese o se sea tendero o médico) que seguir con el deslome por orden de la tradición impuesta, construyendo una cabaña con techo de ramas y paredes de madera. Para allí precisamente, durante ocho días si se es judío laico o reformista y 9 si se es del ramo ortodoxo, ¿celebrar?, comiendo y también durmiendo así haga calor o frío, entre esas cuatro paredes endebles por donde se cuela de todo.
Es decir, el pueblo judío no sólo fue la víctima propiciatoria e inocente que debió soportar toda suerte de angustias por obra de otros, sino que además, visto lo que hace de año en año como "cuentapropista", evidentemente gusta del sufrimiento. Paradigma de ello es la tan mentada madre judía, cosa que también podemos extender al padre aunque se lo nombre menos, y porqué no también a parientes, amigos y favorecedores de la misma confesión, quienes sufren por todo motivo y en cualquier momento, ya sea en la adversidad o cuando la suerte sonríe, lo mismo da. Es que no hay para los judíos oportunidad que no encuentren propicia para sufrir. Por caso, después de una larguísima diáspora, por fin han conseguido tener un Estado propio. ¿Y cómo festejan los judíos el día de su Independencia?: acertaron, en medio del imaginable jolgorio, también sufriendo. Lo hacen, invariablemente, o golpeándose con un martillito de plástico en la cabeza sea al amigo o al desconocido, o tirando sobre las multitudes que se aglomeran en las avenidas esos palitos encendidos que largan estrellitas muy simpáticas, pero que también queman la ropa y la piel, o empujándose con el vecino para molestarlo y molestarse a uno mismo.
Quiérase o no, las cosas son así, sin olvidar de agregarle los pesares que encima duran meses, cuando se está en los preparativos para el Bat o Bar Mitzvá y cuyo objetivo principal, fuera de lo tradicional antes enunciado, pareciera ser el estragar (justo a la edad en que se cambia la voz) una a una todas las canciones rituales, para que sufran, y mucho, los familiares e invitados al evento. Para, tras la fiesta que le sigue y mientras el actuante principal gasta parte de la misma lamentando lo magro de los regalos recibidos, olvidarse, en la mayoría de los casos y hasta que aparezca en el futuro una ceremonia similar donde el que sufrirá será él en persona, del musicalmente desentonado asunto.
Y así llegamos a Pesaj o Peisaj, que será dentro de unos pocos días y que debiera considerarse, por lo que representa, la fiesta alegre por antonomasia. ¿Qué es lo que se festeja? Ni más ni menos que la liberación del pueblo judío de la esclavitud. Y por ello, por la grandiosidad que semejante conmemoración conlleva, se aglutina toda la familia alrededor de una mesa y, en medio de ritos más especiales que en otras ocasiones se festeja el magno acontecimiento, al que se llama Séder,... también sufriendo. ¿Qué es si no tener que pasar una semana entera comiendo ese mazacote cuadrado, lleno de canaletas y agujeritos y muchas veces quemado, al que llaman "matzá"? Y ésto lo hacen o deben hacer tanto los judíos que tienen dentadura propia, así como los que la llevan postiza, e inclusive, también, los que no tienen una cosa ni la otra. Y tal ingesta es una de tantas; porque además el inicio del Séder consiste en tomar determinados alimentos, cada uno de los cuales simboliza algún aspecto de las tribulaciones por las que pasaron durante su época de sometimiento en Egipto. Por ejemplo, toman rábanos, lo que significa la amargura de la experiencia, mientras que el consumo de una mezcla de nueces troceadas, manzanas y vino, simboliza el mortero de construcción utilizado por aquellos lejanos predecesores esclavos, en sus trabajos forzados.
Ahora bien, después de ese mare mágnum de amargos simbolismos, por lógica sobreviene la calma, ésta investida de los esperados manjares que son toda una apoteosis y con los cuales se debería haber empezado y terminado el Séder, si de festejar a pleno se hubiese tratado. Porque es en ese momento en que llega la sopa con pequeños kneidalej que son en verdad una caricia al paladar y seguidamente los kneidalej más grandes flotando en "yarkoie" (una salsa tradicional ashkenazi que ya pocos saben hacer), que rozan la lujuria. Y luego, como si ésto fuera poco, les siguen los guefilte fish y el exquisito pollo al horno, a los que quienes saben celebrar Peisaj como se debe aderezan con JREIN, cosa que sus exigentes paladares por supuesto les terminan agradeciendo. Todo ello además regado con los más selectos vinos y otros bebestibles (claro que con una inscripción en su etiqueta que diga: Casher le Pesaj) y coronado más tarde por los mejores postres que las mujeres mayores de la familia (hoy los hombres también) saben preparar.
Y éso, ya que se trata de un festejo, debió haber sido Pesaj. Sin sufrir, porque es una auténtica celebración. Pero no, tras las delicias, como era de esperar, de nuevo aparece el sufrimiento, cosa de no malacostumbrarse. Obra del ceremonial aceptado y practicado, es entonces cuando los menores de la familia deben hacer las "arba kushiot o sheilot", ésto dicho en hebreo, o las "fir fragues" en su acepción idisch, o las "cuatro preguntas protocolares referidas a la liberación" para que lo entiendan todos, ya que estamos hablando en español. Y dicho ritual, donde se enmarcan estas preguntas es en verdad insoportable, porque generalmente los párvulos no se las aprendieron previamente y algún mayor tiene que hacerles de apuntador, confundiéndolos más todavía. Siendo que en la actualidad hay muchos abuelos (los encargados, si es que todavía viven, de disipar las dudas al respecto) que no hacen mejor perfomance que los chiquillos, ya que contestan mal a las preguntas o dicen cualquier cosa entre dientes, porque la memoria se les fue de paseo.
Pues bien, es en ese momento, terminado el ceremonial hablado y no quedando más ganas de deglutir nada por sabroso que parezca o sea, en el que algunos, salvo los encargados de la posterior limpieza, amenazan con retirarse. Pero no, que no se vayan todavía, que la fiesta no ha acabado. No por lo menos sin antes enterarse, aquellos que lo ignoran aún, que hay judíos que no se permiten tamaña glorificación a la libertad de su pueblo, sin terminar sufriendo más y mejor. Ya que ciertos profesantes ultras de la fe, que por suerte no son mayoría, al día siguiente de la finalización de Pesaj (una semana más tarde del epicúreo Seder mencionado), para no perdonarse el haber estado de buen humor en aquella oportunidad ya que eso no sería enteramente apropiado para quien se considere un buen judío... ayunan pesarosamente y por las siguientes 24 horas.
Y ésto sin embargo tampoco es todo, para terminar verdaderamente y volviendo a la pantagruélica cena inicial, deberemos mencionar a los artífices de la comilona y detenernos en un personaje en especial, el que más ha sufrido de entre ellos, para colocarlo en lo más alto del podio. Porque los manjares que se indicaron antes tuvieron que prepararse. Y hubo quien sufrió horrores previamente, para que uno de esos manjares, si no el más importante, estuviese presente en la mesa. Hacer los kneidalej, por caso, no es la ruina física, económica ni moral de nadie, tampoco lo es para quien le tocó cocinar el pollo o armar los guefilte fish, y menos todavía lo habrá sido para quienes les tocó confeccionar los postres, ya que seguramente se habrán deleitado a escondidas con las inevitables chupaditas a los dedos grasientos de chocolate o a los utensilios con restos de los riquísimos dulces que hayan quedado pegados en sus resquicios. Todos ellos, los hacedores de esos manjares especiales para Pesaj, llevaron fácil y agradablemente dicho trajín y todo cuanto se puede decir en honor de ellos, es que cumplieron con su deber. Pero, en medio de ese batallón de cocineros y reposteros, hubo ese que sí debió sufrir hasta lo indecible, para dar fe de su condición de judío y para que una de las cosas principales del Séder estuviese servida en la mesa. Un sentido homenaje entonces al Héroe (que no otro es el motivo principal de este escrito), no pocas veces anónimo y en ocasiones duramente vilipendiado por no haber dado con el gusto particular de algunos comensales, que tuvo a su cargo semejante tarea: la de pelar las "raíces" de rábano picante y posteriormente rallarlas, para poder preparar el sabrosísimo JREIN. Y quien no lo crea, hará bien aunque más no sea en una sola oportunidad, porque para dos difícilmente le dé el coraje, de ofrecerse para realizar esa dolorosa labor. Ya que cuando el JREIN lo prepara otro, todo se reduce a degustarlo y disfrutarlo y no pasa nada. Pero el pelado y posterior rallado del tal rábano no es chiste. Preferible es mil veces respirar el gas lacrimógeno que tiran en las manifestaciones políticas, que el juguito que larga el rábano-raíz antedicho, puesto que éste hace llorar como si hubiese ocurrido una verdadera tragedia y deja tremendos padecimientos en nariz, garganta y ojos, que tardan días en desvanecerse.
¡¡¡Jag Pesaj Sameaj!!! y que les aproveche.
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