El genial matemático judío, Grigori Perelman quien demostró la célebre “conjetura” de Poincaré, uno de los siete mayores problemas matemáticos del siglo veinte, declinó el martes 22 de agosto de 2006 recibir el altamente prestigioso Premio Internacional de Matemáticas “Medalla Fields”, un análogo del Premio Nobel de otras ciencias.
Conjetura y demostración
Antes de pasar propiamente a analizar la interesante actitud de Perelman, vale decir algunas pocas palabras acerca de la llamada “conjetura” del matemático francés, Poincaré. Comparada con otros problemas matemáticos —por caso, el gran teorema de Fermat—, la hipótesis de Poincaré aparece como elemental e incluso primitiva, aunque hay que señalar que es complicada para quienes no estén familiarizados con la Topología.
La mera intuición dice que la conjetura de Poincaré es correcta; aunque durante más de una centuria los matemáticos aún no pudieron demostrarla formalmente. Cosa que sí pudo hacer Grigori Perelman. Incluso en la actualidad, en todo el mundo sólo hallamos un reducido número de expertos en condiciones de comprender esta demostración de Perelman, quien elaboró fórmulas matemáticas de extrema complejidad, desarrolladas en aproximadamente unas quinientas páginas.
Estímulo
El Premio “Medalla Fields”, del que hablamos al comenzar estos renglones, fue instituido en 1936 por el matemático canadiense John Fields; se concede cada cuatro años a los mejores logros de jóvenes matemáticos, no mayores de cuarenta años de edad. Fields afirmaba que esta condición etárea sería un estímulo para los más jóvenes a quienes “empujaría” a estudiar más seria y rápidamente. Cabe señalar que Grigori Perelman ya cumplió cuarenta años, y al rechazar este premio, ya no podría obtenerlo nuevamente.
Antecedentes
Vayamos ahora a Perelman, y su ya habitual rechazo a recibir justos y merecidos premios. Tiempo antes había rechazado un cuantioso premio pecuniario: ¡un millón de dólares…!, que le fue asignado por el Clay Institute de Boston (Estados Unidos). Sostuvo entonces este matemático judío de Rusia, que él “no desea otros premios fuera del logro en sí mismo”.
A su vez, cuando hace un par de años rechazó en Europa un premio monetario, afirmó que: “No se justifica recibir un premio de manos de una comisión que no puede apreciar su trabajo”.
Currícula
Desde que falleció su padre, Iaakov, Grigori vive en su natal San Petersburgo, junto a su madre. Y esto pese a que ha tenido ofrecimientos de importantes cargos de parte de institutos occidentales. En su currícula cabe apreciar que ya en 1982, siendo alumno de la Escuela N° 329 (Secundario especializado en Física y Matemática), ganó la Medalla de Oro en las Olimpíadas Escolares Internacionales, ocasión en la que fue distinguido como “Mejor matemático joven del mundo” (tenía sólo 16 años de edad).
Luego supo conducir asimismo entusiastas círculos de participación voluntaria dirigidos a los más talentosos alumnos secundarios. Allí se abordaban problemas y temas matemáticos que excedían los que habitualmente se estudian en la enseñanza media.
En su carrera universitaria continuó con su dedicación a la investigación matemática —disciplina en la que se doctoró—, resolviendo complejos teoremas.
Ejemplar actitud
Para muchos el entusiasta comportamiento de Perelman en el estudio y la investigación de la matemática, tiene un coherente correlato en la actitud de rechazar los premios monetarios, por más suculentos que sean. Por supuesto, que otros ven este rechazo, como una rareza o extravagancia.
Rechazando los premios, Perelman pone en evidencia que una persona puede llevar adelante su misión en el mundo, mantenerse fiel a sus iniciales objetivos y seguir a pie firme la convicción en lo que está haciendo sin necesidad de que desde el exterior interviniesen el dinero, el prestigio, la fama.
Luego de la renuncia al “Medalla Fields”, el prestigioso diario británico “The Telegraph” lo vio como un ejemplo, y escribió: “La renuncia de Perelman habrá de inspirar a muchos idealistas en el mundo, y devolverá a las universidades el espíritu de entusiasmo y de inconformismo”.
Para pensar
En síntesis, no hay duda de que la actitud original y singular —por llamarla de alguna manera— de Grigori Perelman, nos lleva a todos a repensar la relación entre valores, ideales y disciplina científica.
Max Liebermann, artista plástico.
Hace unas semanas leí la siguiente información en una revista mensual judía de Miami: “La exhibición `Max Liebermann: del realismo al impresionismo` quedó inaugurada el 20 de julio y continuará en el “Museo judío” de Manhattan hasta el 20 de diciembre de 2006”.
A continuación paso a relatarles algo sobre la vida y la obra de éste, casi olvidado, artista plástico judío.
No obstante haber sido una de las personalidades más importantes del mundo del arte alemán de su tiempo, casi se ha olvidado al destacado pintor Max Liebermann (1847-1935). Había nacido en el seno de una asimilada y rica familia judeoalemana, pero jamás se avergonzó de su judaísmo. Estuvo casado con Martha y tuvieron una hija Kaethe, quien les dio una nieta; ésta última quedó retratada en un famoso cuadro pintado por Max junto a su abuela.
Como máximo exponente del movimiento artístico berlinés conocido como “la secesión berlinesa”, entre 1898 y 1910, ocupó un lugar de honor en la cultura alemana. Sirvió como presidente de la Academia de Artes Prusiana desde 1920 hasta 1932; un logro inusual para un judío en su tiempo.
Cuando Hitler ascendió al poder, Liebermann se vio obligado a abandonar su puesto, y sus cuadros pronto fueron descolgados de las paredes de los museos alemanes.
Max Liebermann comenzó como realista, y pintó un cierto número de cuadros acerca de la vida campesina en Holanda, que reflejaban un aprecio en él por la vida bucólica. En sus cuadros naturalistas a menudo se lo ha acusado de mostrar “fealdad”, y se lo ha señalado como un “pintor de bosta”. En una naturaleza muerta, por ejemplo, empleó pedazos de carne trozada y ensangrentada sobre una mesa como tema. En la primera versión de su cuadro “Jesús a los doce años en el Templo” (1879), Liebermann pintó al niño como judío, con un rostro judío, sin ninguna ornamentación romántica. Un crítico escribió que Jesús es “el niño judío más horrible y desvergonzado que uno pudiera imaginar”. Liebermann posteriormente repintó el cuadro, de modo que el niño se viera más como un ángel, tal como era habitual en la tradición artística.
Cuando Liebermann comenzó a ser reconocido a finales del Siglo XIX, empezó a pintar retratos de la elite política y cultural del país y así inmortalizó en sus lienzos la vida de las clases sociales más altas.
Liebermann a lo largo del tiempo modificó su estilo hacia el impresionismo bajo la influencia de los pintores franceses. Una buena parte de cuadros los pintó en su jardín de la casa de fin de semana junto al lago Wannsee.
Podemos decir, que sus obras se distinguen por su claridad, su veracidad, exenta de sentimentalismo y su preferencia por reflejar la vida diaria. En la técnica, es notable la plasticidad de sus figuras, casi palpablemente tridimensionales.
Entre sus cuadros más conocidos podemos nombrar: “El taller del zapatero”, “ El Asilo de Huérfanos de Ámsterdam”, “Mujer con cabras” y una serie de retratos, entre ellos dos autorretratos.
En el ideal sionista, Liebermann no creía; pero hacia el fin de su vida, ya perseguido por el régimen nazi, escribió una carta a Jaim Nájman Bialik con las palabras siguientes: “una vez te di una explicación de por qué no era sionista. Hoy pienso distinto. Me resulta difícil aceptarlo, pero he despertado de un sueño en el cual estuve sumido todo una vida”.
Max Liebermann, un ser humano, un judío, un artista plástico, que merece ser recordado
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