EL gobierno del presidente venezolano, Hugo Chávez, ha incorporado el antisemitismo a su agenda política. No como una preocupación o un mal por combatir, sino como uno de sus ítems. En tal sentido, las declaraciones que Chávez formuló semanas atrás, cuando, después de la intervención del gobierno de Alvaro Uribe en territorio ecuatoriano, describió a Colombia como "la Israel del continente", no debe ser tomada como un acto más de provocación.
Esa frase fue interpretada por amplios sectores que simpatizan con él como una nueva demostración de su rebeldía antiimperialista, digna de ser aplaudida y festejada. Si Israel es un "enclave militarista" en Medio Oriente, entonces Colombia cumple un papel similar en América del Sur. Ambos deberían, siempre desde esa visión, ser combatidos en el marco de la "resistencia global al imperialismo".
Tal interpretación ignora una realidad alarmante.
El gobierno de Chávez, tanto a través suyo como por medio de otras instancias ligadas con él, ha progresado en una escalada de manifestaciones y acciones antisemitas que son, cuanto menos, toleradas por la máxima autoridad, cuando no ejecutadas directamente por ella misma.
Una lista acotada incluye lo siguiente:
Dos allanamientos contra la Sociedad Hebraica de Caracas (en la que funcionan un club deportivo, una sinagoga y una escuela), con la excusa de que allí se acopiaban armamentos y explosivos. Casualidad o no, el primero de ellos ocurría simultáneamente con una de las frecuentes visitas de Chávez a Teherán. Quizá los allanamientos no se hayan efectuado por orden directa de Chávez, pero resulta poco probable que ocurrieran sin su visto bueno o su conocimiento;
Un discurso en vísperas de la Navidad de 2005, en el que dijo: "El mundo tiene riquezas para todos, pero algunas minorías, entre ellas los descendientes de los asesinos de Cristo, se han apoderado de las riquezas de este mundo". La acusación de deicidio (el asesinato de Cristo) fue uno de los argumentos centrales del antisemitismo religioso, que provocó la muerte de incontables judíos a lo largo de siglos. El Concilio Vaticano II eliminó esa acusación colectiva contra los judíos hace ya más de cuatro décadas, pero Chávez parece no haber tomado nota todavía. A eso podríamos sumarle el mito de la concentración de la riqueza (y, por lógica consecuencia, de la concentración del poder), otro clásico del imaginario antijudío.
Permanentes ataques desde tribunas mediáticas oficialistas, particularmente desde un programa televisivo, La hojilla (cuyo emblema es una hoja de afeitar), emitido a través de un canal público. A modo de ejemplo, vale la pena mencionar una emisión durante las manifestaciones estudiantiles que precedieron al último referéndum, en la que el conductor, Mario Silva, menciona a los miembros de una familia judía como financistas de la conspiración, y agrega: "No me pueden decir antisemita; yo siempre dije que aquellos empresarios judíos que no están con la conspiración que lo digan". Es decir: los judíos son siempre culpables, a menos que se demuestre lo contrario.
La sociedad entre Chávez y el presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad, dio pie a un curioso revisionismo del Holocausto por parte del presidente de Venezuela. Si bien no ha llegado a negarlo de manera explícita, Chávez dijo que Israel actuaba "peor que Hitler" durante la guerra entre ese país y el grupo terrorista Hezbollah. Según su enfoque, el Holocausto fue, en todo caso, un enfrentamiento entre grupos armados sin deportaciones, campos de exterminio ni cámaras de gas. De más está decir que Chávez jamás criticó la negación del Holocausto que predica su socio de Teherán.
Chávez tampoco se diferenció del presidente iraní con relación a los reiterados llamamientos de Ahmadinejad en favor de borrar del mapa a Israel, una propuesta sin lugar a dudas genocida.
El gobierno venezolano se manifestó dispuesto a recibir a delegados de Hamas, un grupo que en su carta orgánica declara su voluntad de destruir a Israel y cita los Protocolos de los Sabios de Sión (un panfleto antisemita de comienzos del siglo XX) como prueba de la existencia de una "conspiración judía" para dominar el mundo.
Pero por encima de lo ya referido -y, quizá, como marco que engloba y que permite entender mejor este breve recuento- lo más escandaloso es que Chávez ha cortado todo diálogo con la comunidad judía venezolana.
Durante uno de sus viajes a Caracas cuando era presidente, Néstor Kirchner recibió a dirigentes judíos venezolanos y ofreció su cooperación para intentar recomponer el diálogo. Sin dudas, un gesto valioso, pero que en realidad deja al descubierto una situación escandalosa: los ciudadanos venezolanos judíos no tienen posibilidad de entablar diálogo con su propio gobierno. Sería equivalente a que los argentinos judíos tuviéramos que recurrir a un presidente extranjero para acercar alguna inquietud a nuestro propio gobierno.
Por su parte, Cristina Fernández de Kirchner participó, siendo aún senadora, en una reunión de la Confederación de Asociaciones Israelitas de Venezuela, durante la cual aseguró que alzaría su voz para denunciar cualquier hecho de antisemitismo en el continente. Conviene, entonces, estar alertas a lo que ocurre en Caracas.
Con su profesión de fe antijudía, Chávez parece más un vocero del pensamiento reaccionario que un líder de la emancipación latinoamericana.
El autor es representante del Centro Simón Wiesenthal para América latina.
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