El momento más emocionante del Seder de Pesaj llega rápido, cuando un chico es llamado a recitar las Cuatro Preguntas. Los abuelos son partícipes del momento en que la tradición es pasada a una tercera generación. Al recitar el ma nishtaná nos damos cuenta que sólo tres de las cuatro preguntas conciernen a nuestro Seder, la cuarta se ha tornado irrelevante.
Todavía comemos Matzá en lugar de pan, todavía comemos hierbas amargas y humedecemos el alimento dos veces. Pero ya no nos reclinamos en la mesa del Seder. Algunas hagadot tienen instrucciones como “La primera copa se toma reclinándose a la izquierda”, pero creo que si intentáramos hacerlo, alguien nos diría “¡Sentáte derecho, estás en el Seder!”.
Una posible traducción a la última de las cuatro preguntas sería: “Todas las otras noches comemos tranquilos o apurados. ¿Por qué en esta noche todos comemos tranquilos?”
Lo que hace tan especial a la noche del seder, es que no solamente comemos matzá y maror, sino que pasamos toda la noche en él. En esta noche, nadie se va temprano para una salida o para ver un partido. Nadie se levanta a la media hora para ver la tele. Nadie llega tarde y se prepara un sándwich en la cocina. Celebramos nuestra libertad tomándonos toda la noche para compartir la comida. En la antigüedad, si eras esclavo, había alguien que tenía el derecho a decirte cuándo debías levantarte, cuándo y cómo y cuánto tenías que trabajar. En Egipto, la muestra de ello fue lo que sufrimos los judíos, por eso, después del éxodo, el Shabat es mencionado como zejer leietziat mitzraim, como recuerdo del éxodo de Egipto, un símbolo del hecho de que ya no somos más esclavos. Si queremos dormir hasta tarde, y no trabajar una mañana, somos libres para hacerlo.
En el mundo moderno la esclavitud expresada por la posesión física de una persona sobre otra, ya no existe. La pregunta de Pesaj ya no es quién es dueño de nuestro cuerpo, sino quién es dueño de nuestro tiempo. ¿Somos libres para hacer lo que deseamos con nuestro tiempo, o alguien lo controla?
Como muchos otros inventos, el reloj fue creado para ser nuestro sirviente. Pero lamentablemente se ha convertido en nuestro amo, y muchas horas de nuestra vida son regidas por él. Ponemos el despertador para levantarnos a cierta hora, en vez de levantarnos naturalmente. Nos apuramos con el desayuno para tomar el colectivo, el tren o el auto. Interrumpimos una conversación porque nuestro programa favorito está por comenzar. Llevamos por todos lados nuestra agenda de bolsillo, para ver todas las cosas que tenemos que hacer. Desde esta perspectiva, el hombre de negocios que no puede tomarse una tarde libre para ver a su hija bailar o a su hijo participar de un partido de fútbol, es un esclavo.
El podría ser un esclavo muy bien pago, pero esclavo al fin, pues no es dueño de su tiempo. Lo mismo sucede cuando un jazán debe saltearse partes del servicio para que el Bar Mitzvá llegue a tiempo a la fiesta.
Debido a esto, es que Pesaj simboliza su mensaje de liberación de la esclavitud con una cena tranquila. Nos sentamos en la mesa del seder sabiendo que no tenemos ninguna otra obligación para esa noche. Y por eso el Shabat permanece como el gran símbolo semanal de la libertad y como el recuerdo del éxodo. No tiene el propósito de ser un día de prohibiciones y restricciones, sino un día que nos pertenece, un día sin agenda, sin obligaciones.
En la hagadá, el hijo sabio pregunta: “¿De qué se tratan todas estas leyes y rituales?” y nosotros respondemos “ein maftirim ajar ha pesaj hafikomán” -no debe terminar hasta que se acabe el seder-. No podemos volver atrás y ser una sociedad pre-moderna sin relojes ni horarios. Pero podemos al menos saber lo que eso nos cuesta. Y cuando reclamamos el manejo sobre nuestro propio tiempo, en Shabat, en Pesaj, podemos detenernos y apreciar cuán agradable es sentirnos libres.
Itzjak Berezan
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