Tal como siempre me ocurre, en una ocasión había concretado la realización de un viaje sin tener en cuenta el calendario hebreo.
A la sazón debía revisar un campo en la localidad de Papagayo, paraje que se encuentra en la Pcia de San Luis frente a las sierras que enmarcan una bella postal paisajística.
Combiné fecha, medios etc y cuando se aproximó el día ,me percaté que eran los correspondientes a Pesaj, motivo por el cual alteré todo el calendario y arreglé mi viaje para el día posterior al segundo seder de dicha efemérides.
Transcurrieron hermosos los dos sedarim y a la madrugada siguiente emprendí el viaje .
Por tradición en esa semana no ingiero pan ni farináceo alguno, por lo tanto me llevé un paquete de matzáh y salí a la ruta.
Al llegar, no pude menos que contemplar el lugar, maravilloso por cierto y me dispuse a pasar los días siguientes en un sitio paradisíaco, trabajo al margen.
Como el campo en cuestión no tenía buenas instalaciones, opté por pernoctar en una cabaña de un complejo turístico que por la fecha estaba casi desierto , en espera de los turistas que llegarían para semana santa.
Dormí muy bien por la noche y al levantarme a desayunar tomé asiento en una mesa con vista a la montaña, provisto de mi termo, mate y tabletas de matzáh, que puse con cuidado en un plato.
En eso estaba, cuando fui interrumpido por una señora que venía a ofrecer sus productos regionales envueltos en primorosas bolsitas de yute, eran nada menos que alfajorcitos de maicena y de dulce de leche , tentadores pero prohibidos para mi en ese momento.
Al insistir la señora en que probara uno de sus productos, sin querer ofenderla le expliqué que yo no debía comer ese tipo de alimentos al menos una semana por motivos personales, sin querer extenderme sobre el particular con una desconocida.
Fue cuando la señora observó las tabletas de matzáh en mi plato y dijo muy sueltamente. ¡claro, es Pesaj!.
Imaginen mi sorpresa, fue como si me explicara la teoría de la relatividad, en ese momento la miré con mas atención, cosa que antes no había hecho.
La mujer era de cabello castaño y su tez era blanca curtida por el sol y arrugada tal vez por el mismo motivo, sin embargo, sus ojos claros indicaban un origen probablemente europeo y su altura no era la común entre las mujeres del lugar .
La invité a sentarse, le convidé un mate e inquirí sobre como ella sabía que era Pesaj y que sabía al respecto, si es que sabía algo más.
Adriana (tal su nombre) se sentó y entre mate y mate me fue hilvanando su historia.
Nacida en Buenos Aires, en un hogar judío tradicional, transcurrió su vida como cualquier chica de la época hasta su adolescencia, en ese momento según ella, era absolutamente bohemia y despreocupada, alternaba con otros como ella y era la época del florecimiento hippie en la Argentina , en el mundo exterior ya era historia pasada.
Tenía largas reuniones con sus pares, arreglaban el mundo, hablaban de amor y paz, se drogaban con cierta frecuencia y por supuesto , renegaban de sus padres, hogares, etc , etc.
Ya en ese momento había represión y persecución hacia los diferentes en la ciudad y conoció las detenciones en comisarías con su doble carga merced a su condición de judía.
Decidió junto a su pareja y amigos alejarse de la Capital, como el fenómeno turístico se iniciaba en Merlo (Pcia de San Luis), hacia allí enfilaron dispuestos a vivir de la venta de sus producciones artesanales en ferias creadas ad hoc que rápidamente pulularon en la plaza de la ciudad.
Viviendo en carpa, comiendo salteado, quedaron prendados de la belleza del paisaje y de la paz que el mismo proporcionaba, amen de la falta de controles y persecuciones por parte de la policía lugareña.
A todo esto, se me hacía tarde para ir al campo, así que le pedí a Adriana que regresara a la tardecita para seguir su relato y al no saber como estimularla, la invité a cenar conmigo y le garantice que compraría sus productos, se marchó prometiendo volver.
Al regresar de mi tarea, me bañe y me dispuse a cenar (con matzáh) y como la noche era hermosa ,me senté en una mesita afuera de la cabaña ya que cerca corría un riacho , el rumor del agua sobre las piedras y el canto de los pájaros daba marco a una de esas hermosas noches que me ha brindado la vida y por las cuales agradezco a D”.
En eso apareció Adriana, venía más acicalada, con ropa limpia y peinada, junto a ella un chico de unos doce o trece años que se aferraba a su pollera, curioso por la situación diferente.
Los invité a sentarse y pedí cena para ellos, me pusieron pan en la mesa, pero como no era para mi, no me molestó ni tentó.
De inmediato el chico llamado Marcos se abocó a comer con fruición y Adriana siguió con su relato interrumpido.
Su pareja era un muchacho del interior con quien compartió muchos años y cinco hijos, pero los hábitos y la adicción del hombre hicieron que su vida fuera un infierno.
A los pedidos de sus padres para que regresara, ella se negó porque se había habituado al lugar, pese a las carencias y por otra parte, en Buenos Aires había llegado un período negro de su historia con persecuciones y asesinatos, ella era candidata a ser una víctima más.
Para salir de la droga, llevó a su marido a una iglesia pentecostal donde concurrían otros como el, lograron algún resultado pero era recurrente y siempre volvía a su adicción .
Adriana se entusiasmó con el mensaje de los pastores y se hizo acolita, pasando por un bautismo y educando a sus hijos en esa religión que le daba soporte espiritual y marco de referencia junto a otros como ella .
De hecho, cada tres palabras me hablaba “del Señor” y de Jesús, lo cual me dio mucha tristeza, me percaté que era un miembro de la casa de Israel perdido definitivamente.
En esa época, ya sus padres habían fallecido, con la herencia que le tocara, había comprado una casa humilde en un barrio cercano y se ganaba la vida vendiendo los productos que elaboraba con la ayuda de sus hijos. Todo me pareció muy triste.
Terminado su relato, cumplí lo prometido, compré varias bolsitas de sus alfajores que guardaría para llevar a mi casa, post Pesaj como regalo a mis hijos y me dispuse a dar por terminado el encuentro.
Para mi sorpresa, me dijo que quería pedirme algo más, pensé que sería dinero, pero me equivoqué, su pedido era que le cantara alguna de las cosas que se cantaban en el seder de Pesaj, lo cual era impropio y no tenía una Hagadáh a mano, pero insistió y hube de complacerla, pese a lo impropio de la situación.
Su hijo había terminado de comer todo lo que pudo, también ella y yo empecé a cantarle en voz apenas audible las canciones de Pesaj que recordaba y que dos días antes entonara junto a mis hijos.
El chico no entendía nada ,pero Adriana no paraba de llorar, vaya a saber que recuerdos se movilizaban en su mente que le provocaban ese llanto.
Me sentí obligado a explicar y traducir al niño cada una de las cosas que decíamos en el seder, los símbolos y parte de la historia del éxodo de Egipto.
Según Adriana “el señor” me había traído , yo estaba aún impactado por el hecho de haber cantado las canciones que canté, a la orilla de un río serpenteante, frente a una sierra imponente y bajo el tapiz de una noche estrellada, me sentí bien y me fui a dormir.
Transcurrió otra jornada de trabajo, volví a la cabaña y avisé que al día siguiente dejaría el lugar, estaba disponiéndome a cenar cuando el sonido de una pequeña motocicleta alteró la quietud de la noche, era Adriana.
Descendió del motociclo con el niño de la noche anterior y otro más, me alegró y sorprendió su llegada, obviamente los invité a mi mesa , aceptaron enseguida.
Mientras los dos chicos engullían , Adriana me pidió les relatara sobre la fiesta de Pesaj , cosa que hice cuando aflojaron con la comida.
Fue una sobremesa larga, narré sobre la epopeya del pueblo hebreo, la simbología, los cantos y cuando les cante el “Ma nishtanáh”, note que Adriana, otra vez llorosa, me seguía con el estribillo.
Para mi fue mágico, estar allí con una mujer desconocida, con dos changos morochitos de piel cobriza, cantando oraciones en hebreo , rodeado de montañas , arroyos y el trino de los pájaros que expresan todo el canto de la naturaleza.
Adriana tomó mis datos , me despedí de ellos y supuse ahí terminaba mi contacto con ellos.
Al irse en su motocicleta gimiente ,recordé la frase talmúdica que dice que aquél que da debe agradecer a quien recibe por haberle permitido ser mejor ser humano, yo había dado muy poco, pero me sentía muy bien de haberlo hecho, aunque fuera causa perdida, estaba bien conmigo mismo.
Semanas más tarde, recibí una carta de Adriana, me contaba de su lucha diaria y de lo bien que le había hecho nuestro encuentro que según el pastor, había sido providencial y orquestado por “El Señor” en el cielo.
Respondí su carta y otras posteriores, recuerdo que en una de ellas le comenté que para la ley judaica, sus hijos eran hebreos por haber nacido de vientre judío, tema sobre el cual me inquirió en misivas posteriores.
Cuando fue la crisis económica del 2001/2, me avisó que venía a Bs As, me encontré con ella en la terminal de ómnibus, me alegró verla, venía con su hijo mayor quien por intermedio de un sheliaj de San Luis había gestionado su viaje a Israel, cosa que hizo en los meses siguientes
Con la llegada de los medios electrónicos, Adriana comenzó a mandarme e mails, contándome sobre su vida y el desarrollo de sus hijos, ella sigue siendo acolita de la iglesia pentecostal, de la cual ahora es pastora o algo así.
La semana pasada, recibí un e mail de Adriana, me relata que su hijo entró en una orden jasídica en Jerusalem y está haciendo una carrera rabínica, lo cual me pareció insólito.
Ese chico hambriento y morochito será uno de los que regresa al viejo tronco del judaísmo, tal vez, solo tal vez, haya tenido yo algo que ver con ello, por aquella hermosa noche en Papagayo, junto al río serpenteante, al pie de la montaña ,en que un hereje como yo, se atrevió a recordar una noche de Pesaj, cantando viejas melodías
Sin lugar a dudas, es uno de los pesajim que recuerdo con más amor.
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