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En estos días en que festejamos el 58º aniversario de la independencia de Israel, nos viene a la memoria del histórico atardecer del viernes, 14 de mayo de 1948, 5º día del mes de Íar, cuando el pensamiento de todos los judíos del mundo se volvió al oscurecido edificio del Museo Municipal de Tel Aviv, donde se hallaba reunido el primer Consejo del Pueblo del país judío. Todos aguardaban expectantes las palabras que vendrían de allí, abriéndose camino como haces de luz por entre negros nubarrones. Ante la mesa rodeada por los representantes del pueblo, David Ben Gurión se levantó de su asiento, y exclamó con voz firme:
—”¡ Am Israel jai be-Israel!”
(“¡El pueblo de Israel vive en Israel!”)
Y siguió diciendo Ben Gurión: “En Érezt Israel nació el pueblo judío, allí se forjó su estampa espiritual, religiosa y política, allí vivió una existencia estatal, allí creó valores culturales y humanos y legó al mundo entero el inmortal Libro de los Libros, el Tanaj.”
“Es un derecho natural del pueblo judío, el de ser como todos los pueblos, dueño de sí mismo en su patria ancestral”.
En una de las paredes de la sala, envuelta en opacado resplandor, el Dr. Herzl, desde su retrato, parecía mirar a los asistentes, iluminado y seguro de sí, como repitiendo las palabras de su obra redentora, “Judenstat”, “El Estado Judío”:
“Creo que ha terminado para mí la vida terrena y que ha dado comienzo la historia universal, la historia del pueblo judío”.
El Estado Judío fue un hecho, el febril ensueño de Herzl se hizo realidad. La fantasía se revistió de carne y de sangre y cobró vida: una auténtica vida estatal judía.
Pero así como no existen luces sin sombras, tampoco hay alegría sin dolor. En la histórica sesión solemne del primer Consejo Provisional de Gobierno, compuesto de 34 miembros, junto con la proclamación del Estado Judío, se rindió homenaje a los héroes que dieron su vida por la restauración nacional: los Macabeos y los Bar Kojbas que se alzaron en el Gueto de Varsovia y en todos los Guetos; y los jóvenes y muchachas caídos en Éretz Israel, en las etapas previas a la concreción de su ideal.
Así fue y sigue siendo el destino histórico del pueblo judío:
“Meavdút lejerút” (de la esclavitud a la libertad), “Meafelá leor gadol” (de las tinieblas a la luz radiante).
Cuando, por una parte, ese pueblo había sufrido golpes tan brutales, y por la otra, decenas de millones de árabes amenazaban aplastarlo, en ese momento de oscuridad creciente, que parecía el menos apropiado, brilló la luz clara de la redención, no sólo para los judíos de Israel, sino para los del mundo todo.
El mismo Ben Gurión lo cuenta: “Nuestros mejores amigos de entre los pueblos, nos advertían que no proclamáramos el Estado Judío. Sabían que los países árabes vecinos enviarían sus ejércitos para aniquilarnos. Por eso nos aconsejaban: —”Piénsenlo bien, no lo hagan, porque 3 ó 4 semanas después de la invasión árabe no va a quedar un solo judío con vida. Ellos, nuestros amigos no judíos –sigue relatando Ben Gurión– no podían concebir que un pueblo sin ejército, sin armas, con las solas fuerzas clandestinas de autodefensa, armadas con unos pocos fusiles y granadas de mano, lograría oponerse a las tropas de 7 países árabes, con su armamento pesado, sus tanques y sus aviones de combate. Estaban convencidos de que ningún judío saldría vivo de esa confrontación”.
Cuando el Estado Judío pasó de los sueños a una realidad palpitante, reconocida por las grandes potencias, decenas de miles de “olim” (inmigrantes a Israel) surcaron libremente los mares desde todos los rincones del planeta, rumbo a la tierra añorada. Naves judías, luciendo la bandera azul y blanca, anclaron una tras otra en los puertos de Haifa y de Tel Aviv.
Y en esa histórica noche del 14 de Mayo de 1948, se inició una nueva era para el pueblo judío, a partir del resurgimiento de su Estado Nacional. Esa noche, el Rabino Maimon, uno de los más importantes asesores de Ben Gurión, declaró solemnemente desde la tribuna, en medio de un contenido silencio: —” Este Sábado, por primera vez en 2000 años, las velas de la judeidad que habita la Tierra Santa se encenderán en territorio del Estado de Judío”.
La ciudad de Tel Aviv amaneció al día siguiente envuelta en un mar de banderas. La gente bailaba en las calles, compartiendo el regocijo. La alegría no tenía límites. Inmediata-mente después, el ejército judío emitió la orden de que todos los hombres y mujeres en edad militar se incorporaran a sus filas, para participar en el desfile triunfal de la independencia y para defender el país de quienes pretendían aniquilarlo.
Una vez vencidos los ejércitos que planeaban arrojarnos al mar, vinieron años de construcción y de crecimiento, unos más plácidos y otros más azarosos. En su transcurso no faltaron las guerras ni los atentados, tal como sucede también en nuestros días. Pero el país siguió desarrollándose en todas direcciones.
El tratado de paz firmado hace casi 27 años (1979) en Camp David entre Egipto e Israel, y el comienzo del proceso de paz con sus altibajos, a partir de 13 de Septiembre de 1993, como todos los grandes acontecimientos de la historia judía, reúne alegrías y tristezas, luces y sombras; y en este caso, pesar por las víctimas inocentes de asesinos suicidas, de quienes los envían y de los gobiernos responsables que los estimulan y los enceguecen. Sin embargo, podemos afirmar que el proceso de paz, igual que “Iom Haatzmaút” (el Día de la Independen-cia), hermosea nuestro presente y embellecerá nuestro futuro a través de las generaciones. Nosotros, por nuestra parte, sólo podemos augurarnos lo que expresa la vieja frase: “Leshaná haba-á birushaláim habnuiá” (“El año próximo en la Jerusalém reconstruida”).
¡Amén y amén!
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