Introducción
Según la Tradición Cabalista Judía, el mundo
está estructurado en base a un Modelo Superior
cuyas pautas permean cada uno de sus detalles.
Este modelo tiene numerosas ramificaciones, repliegues
dentro de sí mismo, y detalles en el interior de
otros detalles que, en realidad, son ilimitados. Así
como hay modelos matemáticos que nos permiten
elaborar teorías acerca del funcionamiento del Universo
(la Teoría de la Relatividad, por ejemplo), así
también, para el misticismo judío, existe un Modelo
Superior que nos permite inferir realidades trascendentales
de la existencia, y que no pueden ser visibles
por el ojo humano.
Matemáticas y Cábala.
Similitudes y diferencias
Salvando las profundas diferencias entre lo que
es un modelo matemático y la metodología utilizada
en la Mística Judía por Nuestros Grandes Sabios,
hay determinadas características de método compartidas
por ambos conocimientos. Pero si bien y,
desde el aspecto lógico-racional, ambos trabajan
sobre un conjunto de variables más o menos
expresables en palabras, o definidas en ecuaciones
específicas, en el caso de la Cábala -y más
específicamente aún- en el diagrama del Árbol de
la Vida, existe un estrecho límite a partir del cual el
conocimiento ya no se podrá expresar con palabras.
Al respecto, y si bien es posible acceder a un
cierto acercamiento intelectual a la Mística Judía,
éste no expresará necesariamente la esencia misma
de lo estudiado. A diferencia de las matemáticas,
-como en cualquier otro conocimiento científico-,
donde el nivel moral o espiritual del estudiante poco importa
y sólo cuenta su capacidad intelectual, el acercamiento a la Mística
Judía requiere un tipo adecuado de conducta y rectitud moral.
Más allá del marketing esotérico (tan en boga hoy día) y algunas
modas del momento, la comprensión profunda del saber
cabalístico, aún sea éste por demás elemental, requiere de un
gran desarrollo del factor intuitivo (o de “conocimiento directo”),
el cual, consecuentemente, sólo puede ser logrado mediante una
ética impecable y una forma de vida acorde a Nuestra Torá. De
lo contrario, todo el resto será desvío y una gran pérdida de tiempo.
¿Qué es un modelo
matemático?
Un modelo matemático es, básicamente,
el estudio de la representación
de un fenómeno complejo (por
sus múltiples variables) basado en
los términos de la teoría de los conjuntos,
y donde el comportamiento de
cada variable influye directamente en
el comportamiento de todas las demás.
En ciencias aplicadas, un modelo
matemático emplea algún tipo
de formulismo matemático para expresar
relaciones de un fenómeno
físico, o para pronosticar determinados
hechos complejos. Por ejemplo,
en meteorología, un modelo científico-
matemático nos permite predecir,
con un cierto grado de precisión, el
recorrido de un tornado o la formación
de un huracán, estudiando el
comportamiento, el tipo de cada variable,
y su influencia en el conjunto.
Por otra parte, y si bien la cantidad
de variables aparentemente puede
ser limitada, (temperatura, humedad,
presión atmosférica, etc.), existen
variables dentro de cada variable,
que exigen por ello instrumentos de
cálculo complejos, como por ejemplo
poderosas y rápidas
computadoras que determinen las resultantes
de estas múltiples
interacciones.
Ciencia y Cábala
Al respecto, a veces
nos preguntamos
cómo es posible que
Nuestros Antiguos
Sabios pudieran aseverar,
con firmeza absoluta,
acerca de realidades
de la física o
de la medicina y que
sólo hoy, a más de dos mil años después
y con todos los elementos y
modelos matemáticos necesarios (tales
como el microscopio electrónico),
estas realidades puedan ser efectivamente
comprobadas. Como vemos,
tendremos que deducir que todas estas
antiguas conclusiones de Nuestros
Sabios, seguramente se deberán a un
conocimiento -complejo y oculto- de
una realidad incognoscible para el
cerebro humano. Y es así que el conocimiento
de este Modelo Superior
que rige la existencia del mundo, implica
un inmenso desarrollo del componente
intuitivo del alma humana,
donde se rompe la frontera entre la
lógica y el conocimiento intuitivo de la
metafísica.
Cábala: Tres elementos
básicos del Etz Ha’jaim
Formulado en los términos más
básicos, y si bien el Árbol de la Vida
(Etz Ha’jaim) posee diez centros o
emanaciones (Sefirot), tomaremos
aquí, para su estudio, solamente la
interacción entre las tres Sefirot correspondientes
a: Jesed (Piedad),
Gueburá (Fortaleza) y Tiferet (Factor
Armonizante). Dentro de este
esquema cabalístico que implica el
Árbol de la Vida, es de aclarar que
las primeras tres Sefirot (Keter,
Jojmá y Biná) constituyen la tríada
superior de naturaleza incognoscible,
mientras que las siete inferiores
conforman el nivel de lo comprensible
o las del mundo físico. También
es de tener en cuenta que, acorde
con la teoría de los conjuntos, dentro
de cada Sefirá actúan, a su vez,
las diez Sefirot completas, como
subvariables dentro de cada variable.
El primer elemento, o el inicio
de la Creación
El primer principio del esquema
es el punto del comienzo: la transición
de la nada a algo. Este punto
ha sido expresado de diversos modos
como el instante inicial de la
Creación (Tzimtzum), y lo que en física
relativa se conoce como el Big-
Bang. La experiencia masculina (o el principio activo), el polo de la realidad
por sobre la imaginación, el número
uno y la mano derecha, todos estos
elementos de la existencia están encarnados
en la persona de Abraham
Abinu (Abraham). Esta emanación, que
se podría describir como el fulgor puro
de energía que inicia cualquier proceso,
es, por definición, totalizadora e indivisible.
La Torá expresa este concepto
cuando se refiere al primer día de la Creación
en los términos siguientes: “Y fue tarde
y fue mañana, Iom ejad -día uno.” Como
vemos, no se declara “el primer día”, tal
como sí se lo hace con los subsiguientes,
denominados: “el segundo día”, “el tercer
día” etc., ya que en su ser puro, en la raíz
misma de la Creación, éste no constituye
lo primero, sino que simplemente es “uno”
como parte de un proceso de diferenciación
(al principio entre la Luz y la oscuridad)
que recién allí comienza a
desplegarse El segundo elemento, y que corresponde a la Sefirá Gueburá (o Fortaleza),
lo constituye el proceso de creación mismo y la condensación de esa
energía en forma visible. Representa la expansión ilimitada del fulgor del
comienzo, para cobrar luego una forma finita y visible. A este principio se lo
expresa como la dimensión femenina, el número dos, la mano izquierda, y
está encarnada en la persona de Itzjak Abinu (Isaac).
Estas dos energías son antitéticas y complementarias entre sí. La primera
se relaciona con lo infinito (el impulso de creación puro) y la segunda
con lo finito (la materialización de ese impulso en algo tangible). Al respecto,
la primera es unidad indivisible, mientras que la segunda es fragmentación
y dualidad (derecha-izquierda, arriba-abajo, masculino-femenino, etc.).
El tercer elemento
El Factor Armonizante
Como vemos aquí, y referente a los dos principios anteriormente expuestos,
ningún otro par de conceptos podrían ser más opuestos entre sí
ni más mutuamente excluyentes. Y precisamente eso es lo que conduce al
misterio del tercero: la síntesis de esta primigenia tensión cósmica, es donde
se constituye la resolución de esta diferencia. Y, si bien este tercer elemento
es la armonización de los opuestos, su misterio y su cualidad mágica
consisten en que, en un nivel sumamente profundo, revelan que, en
realidad, nunca hubo conflicto. Es aquí donde la primera dimensión, tanto
como la segunda, se funden en una nueva realidad. Cuando hombre y
mujer (la dualidad básica e inicial del ser humano desde su nacimiento) se
convierten en padre y madre, entonces esta dualidad se armoniza y cobra
sentido en la creación de una nueva vida. Es así como el nacimiento de un
hijo o una hija, se constituye en una nueva realidad que unifica esta dualidad
y, al mismo tiempo, permite que el proceso de la creación se siga desplegando
en una nueva dualidad. De estas tres dimensiones, este tercer
Factor Armonizante es, quizás, el más difícil de expresar con palabras, y
solamente -como el nacimiento de un hijo- puede ser experimentado desde
lo interno de cada uno. En Nuestras Fuentes herméticas, a este tercer
elemento se lo asocia con los nombres de armonía, balance, el retorno a la
fuente primigenia, la verdad, el matrimonio auténtico, el número tres o el
centro del cuerpo (el plexo solar o la cámara interna del corazón), y representa
la energía de Yaacob Abinu (Jacob) en el mundo.
La verdadera existencia
Tal como se explicó anteriormente,
y por la ilimitada complejidad del
proceso, el propósito de este artículo
no lo constituye el rastreo de
las infinitas raíces y las ramificaciones
de la aplicación de estas ideas,
sino entender el modo en que se
aplican en el mundo de la experiencia
humana. En términos emocionales,
el primer elemento, Jesed o Piedad,
es esencialmente placentero,
y conteniendo la gratificación sentida
ante una nueva creación, también
revela la sorpresa de la aparición
de algo que previamente estaba
latente pero oculto. En cambio,
el segundo elemento, Guebura o
Fortaleza, necesariamente implica
esfuerzo y restricción, y lleva en sí
el dolor de la renuncia a aquel potencial
infinito, reducido ahora a proporciones
finitas. El sacrificio de
toda esa energía primaria creativa,
eterna e ilimitada, y que renuncia a
sí misma para cristalizarse en un
espacio y tiempo limitado, refleja
también el dolor de la separación de
su origen puro, y la aparición de una
dualidad mayormente conflictiva.
Aquí, el uno, absolutamente libre e
ilimitado, se convierte en dos, sometiéndose
a los limites de una
existencia que, para ser “algo”, tiene
que dejar de ser “todo”. Pero luego
viene el tercer factor, donde se
constituye el júbilo humano verdadero
y maduro. En esta etapa, es
donde se expresa la felicidad que
implica la resolución de las dudas,
y la profundidad emocional que se
siente al comprender porqué lo que
parecía ser una pérdida, era en realidad
pura bondad y un regalo de lo
Superior. Y este es el júbilo experimentado
ante la recompensa bien
merecida. Si la modalidad asumida
por la primera fase es el éxtasis de
la Unidad, y la segunda el dolor de
la separación y la auto-restricción,
la tercera es el júbilo de una existencia
que nos trasciende. Tal vez -
y en esta dimensión de lo físico- el
ejemplo más paradigmático es
cuando una persona joven se entrega
al matrimonio. Al principio, y
cuando ve que hay muchas cosas
que hacía antes y que ya no puede
hacer, tal vez pensará que perdió
una libertad, de alguna forma ilimitada.
Pero luego, cuando nace su
primer hijo o hija, entonces se da
cuenta que esa libertad perdida se
ha convertido, instantáneamente,
en júbilo permanente y verdadero.
Más adelante, y con el correr de los
años, estos padres tendrán a su vez
que entregar a sus hijos en matrimonio,
y eventualmente podrán
sentir esto como una pérdida (la
sensación del nido vacío), pero
cuando nace el primer nieto, entonces
aquella restricción de ver a los
hijos partir del hogar, se convierte
en una nueva fuente de júbilo. Y en
definitiva, ciclo tras ciclo, este es el
movimiento de la vida misma. Potencial
de libertad absoluta (Sefirá
Jesed), restricción de esa libertad
(Sefirá Gueburá) y júbilo total (Sefirá
Tiferet)
Masculino y femenino
La dualidad inicial
Al describir estos complejos y
profundos conceptos, los escritos
de Sabiduría Metafísica toman
recurrentemente como ejemplo al
propio cuerpo. Si bien estos escri-
Pensamiento judío
tos, por supuesto, se están refiriendo a una
realidad superior, y siendo lo físico una proyección
visible de lo espiritual, entonces
podremos partir de lo físico para comprender
algo de lo espiritual. Si ponderamos lo
masculino y lo femenino en términos físicos
y biológicos, entonces veremos un
ejemplo cabal de todo lo que hemos dicho
hasta ahora. Si bien la gestación y el desarrollo
de un ser humano -quizás el proceso
más significativo que existe tanto en
el hombre como en la mujer- requiere obviamente
de la intervención de un padre y
de una madre, el grado de intervención entre
ambos, respecto de este proceso, es
de diferente grado de involucramiento.
Como vemos, la contribución masculina
es infinitamente pequeña en espacio y
tiempo, y consiste meramente en la contribución
del código genético del padre y nada
más. No implicando ni esfuerzo ni dolor,
constituye simplemente el impulso del comienzo
(Jesed). En cambio, la dimensión
femenina, Gueburá, es lo opuesto. En esta
dimensión, representada por la mujer, la
expansión se desarrolla en el espacio y en el tiempo, formándose el niño, físicamente,
dentro de la madre durante un
largo transcurso de tiempo. Allí, donde
se expresa esfuerzo y dolor, el minúsculo
aporte de un código genético por
parte del padre, se cristaliza en forma
tangible dentro del cuerpo de la mujer.
Y finalmente, el niño nace porque tanto
el padre como la madre se han fusionado
en una unidad, la concepción del
niño, y cada componente singular se ha mezclado para
formar un tercero. Esto es, una nueva realidad y un nuevo
ser humano, que trasciende de una generación a otra
(Tiferet).
El misterio y milagro del nacimiento
El Rambam (Maimónides) explica que el nacimiento de
un niño es un claro ejemplo de estos conceptos. El misterio
y el milagro del nacimiento revelan, de forma impresionante,
las relaciones que existen entre el mundo de la
materia y las Dimensiones Superiores. La experiencia de
la madre es, quizás, el ejemplo más claro del sendero que
lleva de la prueba y el sufrimiento, a la mismísima autoredención.
Como vemos, al principio, el embarazo se desarrolla
gradualmente y sin grandes incomodidades, pero
luego -como la mayor parte de las pruebas y las crisis en
la vida- el parto, al ocurrir súbitamente, expresa una intensidad
que está más allá de toda comparación con respecto
a los apacibles meses precedentes. Ese doloroso momento,
ciertamente y en primera instancia, no brinda la
apariencia de una generosa y dadora vivencia de vida. Más
aún, si una persona que no tuviese ningún conocimiento
de cómo son la fisiología humana
y el proceso del nacimiento, observara un parto por
primera vez, sin duda estaría convencido de que está presenciando
un verdadero desastre. En el momento cumbre
del parto, cuando son observadas superficialmente las
cosas, y cuando todo esto parece tomar el peor cariz posible,
entonces nace un niño, y sólo entonces, se comprueba
que todo ese proceso era, en realidad un nacimiento, y
que toda la experiencia estaba muy lejos de ser aquel desastre
que suponía aquel ingenuo observador.
Concepción y Redención
Pero, en términos más profundos, la experiencia del
nacimiento mismo nos enseña otro gran principio.
El niño, que todavía no nace, vive en un medio en el
cual se adapta perfectamente. Estando contenido en el líquido
amniótico, y con una circulación sanguínea y otros
detalles específicos de su fisiología, adecuados totalmente
para su medio ambiente intrauterino, el futuro ser se
siente absolutamente cómodo en su entorno. Y, si bien
muchas de sus características son radicalmente diferentes
de una persona que ya ha nacido, tales condiciones de
vida -tan aptas para el niño por nacer- serían absolutamente
fatales para el ya nacido. Como vemos, y dado que
las características necesarias para mantener la vida en
nuestro mundo serían fatales en el suyo, esto se convierte
en una situación sin salida. Si el niño nace, aparentemente
debería morir por el cambio de condiciones. Pero si no
nace, también debería morir porque la gestación tiene su
propio tiempo limitado. Y es así que aquí existen dos condiciones
de vida opuestas, y, aparentemente, sin solución
alguna.
Pero entonces se da principio al nacimiento: un ser que
está perfectamente adaptado para una serie de condiciones
específicas, de repente, se ve arrojado a otra serie de condiciones, donde la muerte se halla a sólo unos cuantos
minutos de distancia. Y, en forma sorprendente, en el corto
espacio de unos pocos minutos críticos, entonces, mágica
y milagrosamente, ¡todo se invierte! Tal como declara al
respecto el Talmud: “Lo que está cerrado se abre, y lo que
está abierto se cierra”. Casi instantáneamente los pulmones
se abren y aspiran aire, y la sangre que mana de los
conductos umbilicales, misteriosamente, se detiene al mismo
tiempo que estos conductos se contraen fuertemente.
Y de repente, un niño ha nacido vivo en este mundo, y
este mundo está perfectamente adaptado para este nuevo
ser.
Y dentro de este milagro que significa la vida, Nuestro
Sabios afirman que el nacimiento es el símbolo más elocuente
de todos los procesos de transición cósmicos. Desde
el nacimiento de una estrella hasta el crecimiento de un
simple retoño de árbol, la Tradición Mística Judía nos enseña
a ser sumamente compasivos con todo lo existente,
porque todo es fruto de un milagro donde lo Superior también existe en cualquier
forma de vida, desde
una estrella a una simple
hoja de un árbol.
Mirar al maravilloso mundo que nos rodea con compasión,
respeto y Sentido de lo Sagrado, es la conclusión necesaria
del estudio de este Modelo del Universo. Y cualquier
desvío de estas elevadas actitudes, han de significar, lisa
y llanamente, que no se ha entendido nada, y más aún,
que cualquier supuesto estudio de la Mística Judía, por
algún advenedizo, se ha convertido en una total y absoluta
pérdida de tiempo.
Por el Lic. Ernesto Antebi
Basado en algunos conceptos del libro «Vivir
inspirado» del Rabino Akiva Tatz (páginas 1 a 4
y 19 a 21)
Editorial Jerusalem de México
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