Contrariamente a lo que ha ocurrido con
España, donde el pasado judío nunca ha
podido ser negado, y donde mucha de su
población no puede desmentir la presencia
de lejanos ancestros judaicos, en el caso de
Nápoles y Sicilia ha sido cuidadosa, e
intencionalmente, borrada y ocultada hasta
muy entrado el siglo XX.
La presencia judía en Sicilia y
Nápoles fue mucho más antigua que
en la Península Ibérica, y su expulsión
se produjo en el año 1493 por
una orden del Rey Fernando de
Aragón, el Católico.
Es así como en extensas regiones
de Italia se registra una presencia
hebrea aun más remota. Fueron
los judíos de la Apulia y de Calabria
los que en el año 383 de nuestra era
protestaron a viva voz por la pérdida
de sus privilegios a manos del emperador
Valentiniano II, siendo que el
nivel de sus quejas estaba avalado
por el peso de su número y sus riquezas.
Los historiadores dan cuenta
de la existencia de una numerosa
colonia judía en Pozzuoli, lo mismo
que en la Pompeya destruida por la
erupción del Vesubio, donde parece
ser que había un barrio judío importante.
En el período anterior al 70 de la
era común, cuando fue destruida Jerusalén
por las tropas romanas, numerosos
judíos fueron traídos como
esclavos por Titus a Italia, y un número
muy grande de ellos fue llevado
a Tarento y Otranto, mientras que,
con las revueltas en Judea del 115 y
135 de la era común, la proporción
de esclavos aumentaba incesantemente.
En el siglo XV
En Salerno existió una famosa escuela
de medicina, que si bien no fue
fundada por judíos, tuvo numerosos
profesores y estudiantes de ese origen.
Minuciosas investigaciones determinaron
la existencia judía en numerosos
poblados italianos y en otros
sicilianos tales como Capua, Brindisi,
Venosa, Lavello, Matera, Sorrento y
Catanzaro. Si bien la historia de los judíos
de Sicilia es una crónica de una
vida comunitaria totalmente desaparecida,
y para peor aún, negada, hoy día
se comprueba que muchos de los numerosos
inmigrantes sicilianos llegados
a la Argentina a principios del siglo
XX son de origen judío.
Para 1411, y con la nueva llegada
de judíos provenientes de Francia, del
Imperio Germánico y de España
por las fuertes persecuciones
antijudías, la población judía en
Sicilia habría aumentado en gran
número. Por ejemplo, en Siracusa,
donde para aquella época existía una
importante población de origen judaico,
arqueólogos israelíes encontraron
recientemente los restos de una antigua
sinagoga en la Iglesia de San
Filippo Apostolo alla Giudecca (judería).
Dentro de ella, los mismos pudieron
identificar perfectamente una
mikve, y luego otra, aun más antigua,
fue hallada en la Iglesia de San
Giovanni. Todas estas mikves fueron
utilizadas posteriormente como cisternas
de agua por la población local,
que desconocía su origen judío y, de
acuerdo con los estudios, pudo comprobarse
que habían sido construidas
de acuerdo a las normas judías más
rigurosas, demostrando de este modo
la presencia judía en Siracusa desde
tiempos muy remotos.
El primer exilio por orden de
España
Cuando llegó la orden de España
de que los judíos debían convertirse
o marcharse, el rabino Mosé
Abbanascia dijo: “Dejaremos, y para
siempre, esta tierra donde nacimos,
donde nacieron nuestros, padres,
donde nuestro pueblo ha sentido menos que en otros lugares el dolor del exilio”. Estos judíos
de Sicilia, arraigados desde tiempos antiguos, padecieron
el mismo dolor del destierro que los judíos españoles. El
reino de Aragón tenía posesión de una extensión importante
de Sicilia, y cuando se expulsó a los judíos de España,
gran parte de las comunidades judías sicilianas sufrieron
el mismo destino.
Sicilia en la Guenizá de la Sinagoga del Cairo
Al respecto, y con recientes investigaciones de historiadores
judíos e italianos, se ha obtenido una información
bastante pormenorizada de la vida cotidiana de la época,
en realidad de varios siglos, gracias a que en la Guenizá
de la Sinagoga de El Cairo había numerosa correspondencia
proveniente de esta región del Mediterráneo. Es de
destacar, en este punto, que según una práctica del judaísmo
no puede ser destruido o tirado ningún texto donde
se halle escrita la palabra D-os, y la Guenizá, pasa a
constituirse con el tiempo, un espacio que puede estar en
una sinagoga o en el cementerio donde los judíos depositan
o entierran todos los textos sagrados en desuso, y a
veces los seculares. Es así como los investigadores, ya a
principios de la década del 50’, pudieron enterarse, entre
otras cosas, de la existencia de una familia judía llamada
Ben Yijú, que fue deportada de Sicilia por los invasores
normandos en 1148. Más adelante, y siguiendo esta crónica,
a modo de ejemplo de la existencia de vida judía en
aquella época, Abraham Ben Yijú se mudó a la India, a
Mangalore, porque era mercader, y desde allí escribía a
su familia que residía en Messina (Sicilia). En otra carta
puede leerse cómo un judío de Messina escribió desde
Egipto pidiendo 20 denarios a sus padres para invertirlos
en mercancías que vendería a su retorno. Más aún, se
sabe que este judío de Messina había estudiado en el Cairo
con Maimónides y con un famoso juez judío llamado Isaac
B. Sasun, quien residía en dicha ciudad.
La vida cotidiana en Sicilia
Del mismo modo, y gracias a los documentos encontrados
en la Guenizá de El Cairo, nos enteramos que los
judíos sicilianos realizaban el tráfico mercantil en el Mediterráneo,
exportando coral y algodón siciliano, cuero y queso,
y que desde Messina y Siracusa llevaban grandes hormas
de queso para Alejandría y Egipto, de donde a su vez
importaban terracota, arroz, índigo y lino.
Si bien, para aquella época los judíos pagaban sus tributos
como todos, no obstante ello, y a diferencia de los
gentiles, debían prestar servicios personales a la cámara
real pues eran considerados siervos reales y no ciudadanos
plenos. Una tarea exclusiva de ellos era la costura y el
bordado del estandarte de la galera del comandante de la
flota real, y la lengua que hablaban y escribían era una
mezcla de hebreo y árabe.
Los descubrimientos
En 1901, al producirse un derrumbe en un viejo monasterio de Santa Bárbara, allí
se encontró una inscripción que
había pertenecido al interior de
una sinagoga. Al momento de
su descubrimiento, la inscripción
estaba en la cocina del monasterio,
decorando una fuente
de agua, y en ella figuraba
escrito un texto de homenaje a
la memoria de un donante judío.
Constaba que: “Se presentó
en juicio, ante la misericordia
divina en la reunión de las almas-
Azaria di Minisci, hijo de
Salomon di Minisci...”. La inscripción,
que era en realidad la
escritura de un testamento, detallaba con todo cuidado como se entregaría
una donación, cada año a partir del 1450, y a través de este
texto se pudo saber que llamaban a esa sinagoga Bet Keneset o
Kenisat. A la sinagoga de Taormina la llamaban Bet Keneset Tabarnim
o Kenisat Tabarmin, y a la Sinagoga de Messina la llamaban Kenisat
Massini.
Posteriormente y, en base a meticulosas investigaciones, se logró
elucidar que los judíos recibieron, a lo largo de su historia, crueles
persecuciones, basadas en las acusaciones de sacrificios
rituales, y cada vez que se difundían estas calumnias, los
castigaban cercenándoles derechos adquiridos o
expropiándoles sus sinagogas, escuelas y lugares de estudio.
Esto fue demostrado con el descubrimiento de que la
Capilla de la Virgen de la Candelaria, en Messina, donde
había existido anteriormente una antigua sinagoga, demostró
la habitual práctica de incautaciones a los bienes comunitarios
judíos.
La vida intelectual
La judería de Sicilia, que rivalizaba intelectualmente con
la de Palermo, contaba con eximios rabinos, los únicos que
estaban en contacto permanente con los Gueonim1 de
Babilonia. En el recientemente descubierto Archivo de
Messina, se han hallado numerosos documentos relativos
a la vida cotidiana de los judíos, donde puede
verse que, a veces, incluso constituían sociedades
con cristianos, y comerciaban seda, uva,
cebada y otros insumos. En dicho archivo, también
se hallaron actas de separación matrimonial,
letras de cambio, certificados de impuestos
hereditarios y documentos del año 1200
ocultos en monasterios cristianos.
Tal como en España, la vida académica no
era una preocupación menor; en estas comunidades
había numerosos médicos, y uno de
los más conocidos fue Mosé Heftz de
Bonavoglia, médico de la corte y diplomático.
También hubo importantes sabios, especializados
en temas bíblicos, y maestros en el arte
del tejido -una de las especialidades más características
desarrolladas por estos judíosquienes
elaboraban paños, seda y terciopelo,
para vestir a los suntuosos integrantes de la
Corte Real.
No obstante ello, y dependiendo del humor
de los gobernantes de turno, a menudo se les
imponían tareas humillantes, obligándolos entre
otras labores, a desempeñarse como verdugos,
lo cual era un trabajo considerado infamante
por toda la población.
La dispersión
Luego de la expulsión en 1492, algunos
judíos optaron por huir hacia Calabria,
Nápoles y Roma, pero la mayoría de la
población judaica se exilió en Estambul,
bajo dominio musulmán, donde cada grupo
proveniente de la misma región de
Sicilia contaba con su propia sinagoga. Un
rabino, Elia Mizrahi, hablaba de una comunidad
siciliana organizada y numerosa,
para fines del siglo XV, en Salónica, donde
las comunidades se dividían en Sicilia
Nueva y Sicilia Vieja. En aquel nuevo lugar,
los hijos de los exiliados sicilianos se
adaptaron gradualmente los rituales de España
y, a pesar de que por un largo tiempo
mantuvieron la memoria y las particulares
costumbres sicilianas, finalmente éstas
se perdieron definitivamente.
Otros lugares adonde se desplazaron
fueron a Albania, Arta, Triccala, Castoria y
Partazo en Grecia, Damasco en Siria, Jerusalén
y Safed en Palestina. Más aún, y
con una completa dispersión, otros emigraron
a Bulgaria y a varias islas del Mediterráneo,
tales como Rodas y Chipre,
siendo los apellidos y las denominaciones
conservadas, prueba fiel de los orígenes
de sus portadores.
Testimonio de la Gran Dispersión, es
que en Adrianópolis (actualmente Edirne,
Turquía) había sinagogas llamadas
Mesina, Puglia y Calabria. Más adelante,
y extendiendo su deambular, los judíos
sicilianos llegaron a la isla de Corfú, provenientes
de la Apulia, (o puglieses) quienes
hablaban el dialecto siciliano y el de la
Puglia, al que unieron el griego, para luego
terminar hablando en el elegante estilo
veneciano. Es de mencionar que estos judíos,
radicados ya en la conocida Piazza
Venecia, tenían privilegios negados al resto
de sus correligionarios, y cuando los
judíos fueron expulsados de Venecia, en
1571, el decreto no incluyó a los judíos de
allí y de Corfú.
Los marranos sicilianos
No todos los judíos sicilianos se
exiliaron, algunos se quedaron convirtiéndose
al cristianismo, pero aún así esto no
implicó la solución de sus problemas. Las
autoridades inquisitoriales, provenientes
del Santo Oficio español, los consideraban
falsos cristianos, o marranos, encarcelando,
en un solo año, a 1449 personas,
y condenando a 441 de ellas a
ser quemadas en la hoguera.
Muchos de los apellidos que los
conversos no abandonaron figuran en
los archivos inquisitoriales: Barone,
Campagna, Constantino, Amato, Marino,
Mazza, Romano, Staiti, Bonfiglio,
Birgandi, Bruno, Bonanno, Pugliese
etc. Ejemplificador es el caso de uno
de estos conversos llamado Guglielmo
Raimondo Moncada. Nacido en
Agrigento, Moncada, partió de Messina
en 1470 para estudiar en Roma, al principio
fue protegido por algunos nobles
por ser considerado una personalidad
extraordinaria. Pero cuando estuvo a
punto de ser ordenado obispo, cayó en
desgracia por la frecuentación de ciertos
ambientes intelectuales romanos
estudiosos de la Cabala o Mística Judía.
Parece ser que, aunque los conversos
fueron muy numerosos, muchos lo
fueron sólo en apariencia, practicando
el judaísmo secretamente,
trasmitiéndolo de padres a hijos, por lo
menos durante el siglo posterior a la
Expulsión. El modo en que se borró en
Sicilia todo resto de presencia judía fue
mediante la violencia y las persecuciones
sistemáticas e implacables, porque no ha
quedado ninguna leyenda, ninguna tradición
popular, ningún relato literario, ni ninguna
obra histórica local que hablara de
los judíos de Sicilia. Con la retirada de los
españoles y, a pesar de que hubo autorizaciones
por parte de reyes y emperadores
e intentos de judíos de establecerse
en la región, las persecuciones
de la iglesia fueron
tan consecuentes en su
crueldad, que luego de
trescientos años, en 1741,
un relato del Rav Ismaele
Sangui-netti contó que había
un oficial en Mesina
encargado de reprimir
todo intento judío de retornar
a su antigua tierra.
Por Alicia Benmergui
Israel
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