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B''H

Moisés y el Éxodo
La trasendencia de un líder

Los judíos y la elección D-vina Tal vez, el Éxodo de Egipto haya
sido uno de los hitos más fundamentales en la historia del pueblo judío.
Sus características milenarias, su constitución como nación, y fundamentalmente
su atemporal código ético, legal y de vida -la Torá recibida en el Sinai- es lo que hace a la existencia misma de este pueblo, a pesar de los avatares de más de dos mil años de cruenta diáspora.
Este episodio, que comienza en los últimos capítulos del Génesis y se extiende a lo largo del libro del Éxodo, fue tan prodigioso, que se convirtió para los judíos en la fuerza dinámica de toda su existencia espiritual. Preguntaos vosotros mismos, le decía Moisés a su pueblo, “si ha habido algo parecido a esta
gran cosa, o se ha oído hablar de algo semejante desde el día en que D-os creó al hombre” y “¿Qué otro Dios ha tornado para Sí un pueblo de en medio de otro pueblo mediante pruebas, signos, prodigios y acciones de guerra, con mano poderosa, brazo extendido y gran terror en el enemigo, como hizo contigo el Eterno, tu D-os en Egipto y ante tus ojos?”.
Como vemos, en el Éxodo se muestra a Moisés señalando a D-os mismo,
en la portentosa maravilla de sus actos, y revela de qué modo se relacionan
con los planes que Él les asigna en tanto pueblo de Su exclusiva
elección: “Vosotros visteis lo que hice a Egipto y cómo los traje con alas de
águila ante mí. Escuchad ahora mi voz y guardad mi alianza. Seréis para mí
propiedad preciada entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra;
seréis para mí un reino de sacerdotes y un pueblo santo”. (Éxodo 19: 4 a 6)
Moisés: el líder Este hecho abrumador tuvo su correlato en el hombre extraordinario que se convirtió en el jefe de la rebelión israelita. Moisés es la figura esencial de la historia judía y la bisagra sobre la cual gira todo. Si Abraham fue el patriarca, Moisés fue la fuerza esencialmente creadora quien moldeó el pueblo, y con él y por medio de él, los judíos se convirtieron en un pueblo peculiar y con un futuro nacional.
La entrega de la Torá, con su descripción detallada y precisa de las normas
religiosas o legales (y, por supuesto, las dos categorías eran inseparables
en la mente del gran legislador), que habrían de regir la vida de
su pueblo, ciertamente era algo que escapaba a la concepción pagana de
su época. En efecto, la obra de Moisés puede concebirse como un repudio
total de cuanto representaba no sólo el antiguo Egipto, sino también al
resto de las cosmogonías imperantes en el Medio Oriente. Como en el caso
de la migración de Abraham, que pasó de Ur y Harán a Canaán, no debemos
suponer que el Éxodo israelita de Egipto estuviera determinado exclusivamente
por motivos económicos. No fue tan sólo un modo de huir de las privaciones.
De hecho, en la Biblia hay menciones de que las privaciones eran
soportables y que la errante población de Moisés a menudo añoraba los
“cuencos llenos de Egipto”. Durante gran parte de su estadía, la vida de los
judíos en Egipto fue más grata (por regla general) que en cualquier otra
región del antiguo Oriente Próximo. Por ello es deducible, además de otros factores,
que el motivo también tuvo un sesgo netamente político. En Egipto los israelitas eran una minoría numerosa e inquietante que estaba creciendo. El
inicio del Éxodo muestra al faraón diciendo a sus gobernados que los israelitas
“son un pueblo más numeroso y fuerte que nosotros. Tomemos pués
precauciones contra él para que no siga multiplicándose” (Éxodo 1: 9 y 10).
Si el temor egipcio al número de israelitas fue el principal motivo de su opresión, destinada específicamente a limitar su número, entonces la esclavitud faraónica era un siniestro presagio del programa de trabajo forzado de Hitler,
e incluso del Holocausto. Las analogías son inquietantes.
Política y espiritualidad De modo que, si bien el Éxodo fue un acto de eparación y resistencia políticas, también, y en primera instancia,
implicó un acto antagónico de dos cosmogonías radicalmente diferentes. Los egipcios veían y temían a los israelitas como opuestos, precisamente porque rechazaban la totalidad del extraño y numeroso panteón de dioses egipcios
y todo el sentido de las prácticas paganas egipcias, que era tan contrastante con la religión de Israel. Así como Abraham sentía que en Ur la religión pagana había llegado a un callejón sin salida, también los israelitas y su jefe
Moisés, quien tenía una visión más amplia que el resto, llegaron a la conclusión de que el mundo de la creencia y las prácticas religiosas egipcias era asfixiante, insufrible, odioso y perverso. Salir de allí implicaba no sólo acabar con la esclavitud física, sino con una cárcel espiritual sofocante:
los pulmones de Israel en Egipto ansiaban el oxígeno de la verdad, y un modo de vida más puro, ético, humano y responsable.

Egipcios y judíos
Dos cosmogonías antagónicas
En este proceso de liberación de la esclavitud egipcia los israelitas actuaban pensando a largo plazo. El descubrimiento del monoteísmo, y no sólo de ello, sino de un Dos único y Omnipresente, movido por principios éticos y dedicado metódicamente a imponerlos a los seres humanos, es uno de los momentos cruciales y determinantes de la historia cuya grandeza se entiende si
consideramos la concepción del mundo egipcio rechazada por los israelitas. Si
bien los egipcios eran sumamente hábiles con las manos y poseían un gusto visual impecable, por contraste, sus conceptos intelectuales resultaban
extremadamente arcaicos e inhumanos. Les parecía difícil o imposible aprehender conceptos generales, tenían escaso sentido del tiempo acumulativo, contrapuesto
al repetitivo, y por lo tanto no poseían una verdadera noción de la historia. El concepto del progreso lineal les resultaba prácticamente incomprensible. Sus distinciones conceptuales entre la vida y la muerte, entre los mundos humano, animal y vegetal, eran frágiles y vacilantes.
Sus creencias tenían más puntos en común con las religiones cíclicas y animistas del Oriente y África, que con todo lo que estamos acostumbrados hoy a denominar religión en Occidente. El cielo y la tierra eran diferentes por el grado de elevación y no por su naturaleza distintiva misma. El cielo era una proyección idealizada de su existencia en la tierra, y estaba gobernado
por un rey en quien encarnaban a un creador y de quien el faraón era la manifestación terrena. La sociedad, tanto celestial como terrenal, siendo absolutamente estática, hacía que todo lo que representase el cambio fuera
aberrante y perverso. Característico de esta sociedad fosilizada, era la ausencia del sentido de la ley impersonal y por ende de una ley codificada o escrita. El faraón era la fuente y el amo de la ley, y sus jueces -por supuesto
había tribunales- actuaban como vicarios para aplicar los juicios arbitrarios del monarca. Como vemos, -y para utilizar un lenguaje contemporáneo- al no haber
división de poderes, los monarcas egipcios, a diferencia del posterior reino de Israel, eran ellos mismos la ley. Más aún, cuando el príncipe Moisés mata al capataz egipcio y, condenado, debe huir, la acusación se basó en el daño a la propiedad del faraón, y no tanto por el crimen de homicidio. Poco podía argumentar un gobernante en contra del homicidio, quien a su muerte preveía ser sepultado junto a sus esposas, esclavos, sirvientes, e incluso animales, todos ellos aún vivos y gozando de excelente salud.
Moisés, el gran legislador
La personalidad de Moisés no tenía parangón -en cualquier aspecto- con ningún líder conocido de todos los tiempos. Era profeta y jefe, y un hombre de actos decisivos y presencia electrizante capaz de mostrar enorme cólera e implacable
decisión, pero también un hombre de intensa espiritualidad y extrema humildad.
Si bien amaba la comunión solitaria consigo mismo y con D-os, lejos de las ciudades, no era un ermitaño ni un anacoreta sino una fuerza espiritual activa en el mundo. Odiando la injusticia y cualquier forma de opresión humana,
Moisés no sólo era un hombre que actuaba como intermediario entre D-os y su pueblo, sino que trataba de adaptar el idealismo más intenso a los conceptos nobles en la vida cotidiana.
Siendo sobre todo legislador y juez, fue el receptor elegido por D-s para transmitir una estructura poderosa, la Torá, destinada a regir, en un marco de humanismo y rectitud, todos los aspectos de la vida privada y pública de Israel.
Los libros de la Biblia que relatan su obra, especialmente Éxodo, Deuteronomio y Números, presentan a Moisés como un gigantesco canal, a través del cual el Resplandor y la Palabra D-vina se volcaron en los corazones y en la mente del pueblo. Pero -desde el aspecto exclusivamente histórico- debemos también
ver a Moisés como una persona de una gran originalidad que se convirtió progresivamente en una poderosa fuerza creadora que revolucionó el mundo. Al abordar conceptos cotidianos, aceptados irreflexivamente por un sinfín de generaciones, y transformándolos en algo completamente nuevo, Moisés logró convertir al mundo en un lugar muy distinto, también imposibilitando el retorno a los antiguos modos barbáricos de ver las cosas. Moisés ilustra el hecho, reconocido siempre por los grandes historiadores, de que la humanidad no progresa siempre por pasos imperceptibles, sino que a veces da un salto gigantesco, a menudo impulsada de manera dinámica por una personalidad iluminada y formidable.
Por eso, la afirmación de varios pseudohistoriadores, en el sentido de que Moisés fue una ficción ulterior y la ley mosaica una invención de sacerdotes que siguieron al Exilio, más que una herejía es una falsedad destinada a destruir el registro de la experiencia humana. Moisés estaba más allá del poder de invención de cualquier mente humana, y si bien su fuerza brota de una narración bíblica -ya que no existen testigos oculares- los conceptos
allí vertidos hubieron sido inimaginables -y menos pasibles de ser redactados- en los tiempos que lo siguieron. La brillante novedad introducida por Moisés de un complejo código basado en el monoteísmo ético -la Torá-, da por tierra -aún para los más escépticosa todas aquellas teorías que la Ley Judía habría de ser escrita a lo largo de varios generaciones. Esto, como ya vemos, e históricamente
hablando, resulta en una imposibilidad elocuente. Salvando diferencias, es algo así como pensar de que la teoría de la relatividad no fue enunciada por Einstein, sino por una cadena de físicos posteriores quienes le dieron forma final. Tal cosa, a más de ser ahistórica, priva a la humanidad del concepto de salto cualitativo.

La figura de Moisés en el mundo greco-latino antiguo
Moisés no sólo fue el más destacado de todos los judíos de la Antigüedad sino también fue el único que influyó considerablemente sobre el mundo antiguo. Fue así que en el siglo IV AEC, los griegos lo refundieron con sus propios dioses y héroes, especialmente con Hermes y Museo, y se le atribuyó la invención de la escritura hebrea, que, considerada como el preludio de la escritura fenicia, por lo tanto también lo fue de la griega. Ya Eupólemo, del siglo V AEC., afirmaba que Moisés era el primer sabio real de la historia de la humanidad. Por otra parte, el filósofo Artapanos, de la misma época, le atribuyó la organización del sistema de gobierno egipcio y la invención de toda clase de
máquinas guerreras e industriales. El poeta Aristóbulo creía que tanto Romero como Hesíodo se habían inspirado en los trabajos de Moisés, y muchos escritores
antiguos adoptaron la postura de que la humanidad en su conjunto, y la civilización griega en particular, debían mucho a sus ideas. Por ello, no sorprende que los escritores judíos helenizados de la Antigüedad apoyasen
esta tradición que muestra a Moisés como uno de los principales arquitectos de la cultura antigua. Josefo afirma, incluso, que Moisés introdujo en el mundo la palabra ley -entonces desconocida en griego- y que fue el primer legislador de la historia mundial, reprochando a los filósofos y a los legisladores posteriores de robar o copiar sus ideas. Y en este sentido, extrañamente, ¡Heráclito y el mismísimo Platón serían los principales acusados de tal plagio! Aún más sorprendente es la afirmación del escritor pagano Numenio de Apamea (siglo II DEC) en el sentido de que Platón fue sólo un Moisés que hablaba griego. Es así que los escritores antiguos -no sólo los de Grecia, sino que también los del Medio Oriente pagano- estaban convencidos de la existencia de
Moisés, y además lo consideraban una de las figuras formadoras de la historia mundial.

De Manetón a Freud
La versión judeofóbica de los orígenes de Moisés
Pero como contrapartida, en los escritores paganos antiguos también se manifestó, a partir de mediados del primer milenio AEC, la tendencia de percibir a Moisés como una figura odiosa, y el creador de una forma de religión que era extraña, estrecha, exclusiva y antisocial. Es así que, fundamentalmente en Alejandría, Moisés aparece fuertemente relacionado con los primeros movimientos del antisemitismo sistemático.
Hecateo de Abdera (siglo IV AEC), que escribió una historia de Egipto (ahora perdida), lo acusó de separar a sus seguidores de los restantes hombres y de fomentar la xenofobia. Por su parte Manetón (aprox. 250 AEC), fue el primero que enunció la extraña y persistente leyenda de que Moisés no era en absoluto judío, sino egipcio, y un sacerdote renegado de Heliópolis que ordenó a los judíos matar todos los animales sagrados egipcios e imponer el dominio extranjero. El concepto del sacerdote egipcio rebelde a la cabeza de una rebelión de proscritos que incluía leprosos y negros, se convirtió en la matriz fundamental del antisemitismo mesooriental, a través del antiguo libelo de Ur, adornado y repetido a través de los siglos con persistencia extraordinaria. Se lo reproduce, por ejemplo, dos veces en pasajes antisemitas de cartas de
Karl Marx a Engels. Y es extraño también, que Sigmund Freud, que ciertamente no era antisemita, basara su obra Moisés y el monoteísmo, en la versión de Manetón de que Moisés era egipcio y sacerdote. Además de ello, Freud habría de agregar de que las ideas religiosas de Moisés derivaban del culto solar monoteísta de Ajenatón, y muchas otras teorías de su invención, ya que -a diferencia de Jung- como historiador Freud era un excelente neurólogo. Tal vez por capricho, o en un ataque de rebeldía contra sus orígenes -el nazismo ya se cernía sobre Viena-,
y dada su formación judía, descripta generosamente por la historiadora
lacaniana del psicoanálisis, Marthe Robert, (en su libro De Edipo a Moisés),
aún así resulta inexplicable el hecho de que Freud haya adoptado tal teoría.

El Código Mosaico y las civilizaciones antiguas de Medio Oriente
El factor evolutivo de la humanidad
Si bien muchos historiadores escépticos de principios del siglo XX y finales del siglo XIX, teorizaban -aún sin mucho fundamentoque la legislación mosaica lejos de ser original se basaba en antiguos códigos -fundamentalmente
acadios y sumerios- la reciente introducción de los modelos estructurales de
análisis lingüístico han refutado en forma concluyente estas posturas.
Para los tiempos del Éxodo, la visión del mundo de las culturas mesopotámicas era muy distinta a las que proponían los israelitas.
Mucho más dinámica que las egipcias, pero también más confusa, en ellas se rechazaba el concepto de un solo dios como fuente última de poder. La comunidad de estos dioses ejercía una autoridad última, eligiendo -como los griegos lo harían en su momento con Júpiter- a un jefe del panteón (por ejemplo,
Marduk) y determinaba que los humanos fuesen inmortales (tal el caso de Gilgamesh) cuando eso era deseable. Por lo tanto el cielo se hallaba en un permanente estado de perturbación lo mismo que la sociedad humana.
En realidad, una era la réplica del otro, y el zigurat (pirámide escalonada) constituía el nexo de unión donde se realizaban los rituales paganos. Si bien, a diferencia de los egipcios el monarca humano no tenía carácter
divino y debía responder ante los dioses como cualquier otro, estas ideas no proporcionaban una base ética a la vida, y más aún, originaban una permanente incertidumbre acerca de que era en definitiva lo que los dioses representaban o deseaban. Su placer y su cólera eran arbitrarios e inexplicables, y el hombre buscaba, interminable y ciegamente, el modo de ganárselos mediante
sacrificios, mayoritariamente, humanos (preferentemente mujeres vírgenes
o niños)

El Código de Hammurabi y el decálogo: una similitud ficticia
Si bien son innumerables los códigos de diferentes reyes acadios y sumerios hallados en diferentes excavaciones arqueológicas, el material más impresionante de todos, el Código de Hammurabi, fue hallado en 1901 en Susa, al este de Babilonia.
Escrito en acadio sobre un bloque de diorita de un metro ochenta de altura,
el código corresponde a los años 1728- 1686 AEC, y actualmente se conserva
en el Museo del Louvre (París).
Si bien diversos investigadores afirman que aunque la ley mosaica era -
por la estructura misma y sin tener en cuenta el contenido- parte de una tradición del Oriente Próximo, sus diferencias con todos los restantes códigos
antiguos son tantas, y tan fundamentales, que lo convierte en un cuerpo
legal y doctrinario completamente diferente. En primer lugar, los otros códigos
legales, pese a la afirmación de que respondían a la inspiración de los dioses, provenían de reyes individuales, como Hammurabi o Ishtar; y por lo tanto estos códigos eran revocables y esencialmente seculares, siendo modificables según la voluntad del gobernante de turno. En la Torá, en cambio, sólo D-os formula la ley -la legislación del Pentateuco le pertenece en exclusiva-, y ningún rey israelita pudo, o intentó siquiera, establecer un código legal por fuera de la misma. Según las Sagradas Escrituras Moisés fue un profeta, el más grande de todos, que no siendo un rey -y menos aún un médium- carecía del poder de modificar una sola coma de lo que D-s le transmitía. Por lo tanto, en la Torá no se distingue entre lo religioso y lo secular o entre las leyes que rigen la vida pública y privada -ambos son uno y de origen D-vino-, o entre el derecho civil, penal y moral.

La indivisibilidad entre lo D-vino y el comportamiento humano
Esta indivisibilidad tuvo importantes consecuencias prácticas. En la teoría
legal mosaica todo lo que implique incumplimiento de la Ley (ya sea en el
ámbito público o privado) ofende a D-os y debe ser sancionado. Todos los
delitos son pecados, del mismo modo en que todos los pecados también son
delitos contra la sociedad en su conjunto.
Por otra parte, la mayoría de los códigos legales del Oriente Próximo antiguo
estaban orientados, mayormente, hacia la propiedad, y las personas mismas
eran formas de propiedad siendo que el valor de sus vidas podía ser
cuantificado. En cambio para la ley mosaica, más orientada hacia D-os que a
la propiedad privada, la vida humana era invalorable. De hecho, en el caso de
los crímenes con pena capital, se repudiaba el concepto de la “ley del rico”: un
asesino, por rico que fuera, no podía evitar la ejecución pagando, incluso si su
víctima era un simple servidor o un esclavo. Más aún, existen muchos otros
delitos -como aprovecharse de las viudas y los huérfanos- en que la cólera de
D-os es tan grande, que ninguna compensación financiera permite apaciguar
la Ira D-vina. No obstante allí, donde la intención no es herir ni matar ni pecar gravemente, y la lesión es una consecuencia involuntaria, entonces allí sí son aplicables las leyes de la compensación, y el infractor “pagará según decidan los jueces”.
El mito de la Ley del Talión en la legislación judía
Un detalle importante que hasta el día de hoy está rodeado de confusión,
es atribuirle al Código Legal Judío la Ley del Talión, siendo que este principio fue extraído literalmente del Código de Hamurabi, escrito
en el 1792 AEC cuatro siglos antes de la entrega de la Torá. Cuando la Ley Judía afirma el famoso -y mal traducido- “ojo por ojo...”, en realidad la traducción exacta es “ojo por debajo de ojo” (ain tajat ain). Esto es;
si un individuo, por ejemplo en una pelea, le arranca el ojo al contrincante, entonces el agresor deberá pagarle la indemnización que fijen los jueces. Más aún, en caso de asesinato, la familia de la víctima en ninguna circunstancia podrá recurrir a la justicia por mano propia -lo que estaba permitido y aceptado por el Código de Hamurabi-, sino que deberá recurrir a los jueces, quienes, con las pruebas correspondientes, tomaban la decisión final.

Lo sagrado de la vida humana
Otras diferencias, no menores, es que mientras otros códigos contemplaban la pena de muerte por delitos contra la propiedad, por ejemplo el saqueo durante un incendio, para la ley mosaica un delito contra la propiedad bajo ningún concepto podía ser capital, dado que la vida humana es demasiado sagrada allí donde sólo se violan los derechos de la propiedad.
Mientras por ejemplo el Código Asirio enumera una grave serie de castigos físicos, que incluyen la mutilación facial, la castración, el empalamiento y la flagelación hasta la muerte, la ley mosaica prohíbe terminantemente estas prácticas, inhumanamente ejemplificadoras, porque el respeto al cuerpo, aun en el caso del crimen más aberrante, es sagrado. Asimismo la crueldad física
se reducía al mínimo e incluso la flagelación se limitaba a cuarenta azotes, y debía ejecutarse “en presencia” del juez: “no sea que al golpearle más sea excesivo el castigo, y cometas una vileza contra tu prójimo” (Deuteronomio
25:3). En realidad, la ley mosaica era mucho más humana que cualquier otra de su época porque al centrarse en D-os, automáticamente también se centraba en el
hombre.
Concluyendo, la entrega de la Torá, hace exactamente 3322 años, significó -y hasta el día de hoy lo sigue siendo- un fundante paso evolutivo de la humanidad más que ningún otro y es precisamente allí donde el pueblo judío tiene el privilegio de ser actor y testigo.

Fuentes
Los judíos de Luis Suarez.
Editorial Ariel 2003
La historia de los judíos
de Vicente Risco
Editorial Barcelona 1994
Historia de los judíos de Paul Johnson Editorial
Javier Vergara 2003.
www.wikipedia.com
Investigación y redacción
Lic. Ernesto Antebi
Marzo de 2010 / Nisan del 5770  Año 9 Nº 33

Revista de historia y cultura judía. Publicada por A.I.S.A. Asociación Israelita Sefaradí Argentina

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