...o el porqué de las pruebas de la vida
Al decir de muchos investigadores de la mente humana, con cada crisis personal que un individuo experimenta, paralelamente también comienza a formarse, en su interior, el germen de un proceso de crecimiento personal. Si bien es cierto que
esto dependerá también de la forma y profundidad con la que el individuo
elabore y resuelva estas situaciones conflictivas, las crisis, en general, representan una gran oportunidad de cambio. Esto, válido a nivel colectivo,
como veremos más adelante, es también particularmente significativo en la historia del pueblo judío.
En el presente artículo, basado en los escritos del rabino Akiva Tatz,
ponemos a disposición del lector una interesante y profunda reflexión acerca
del significado metafísico de los procesos críticos, y su correlato en
el crecimiento, tanto en lo personal como en lo colectivo.
Introducción
Tal vez el tema del conflicto y el crecimiento espiritual sea uno de los
puntos que más reiteradamente aparecen en la Torá. Al respecto, y en
uno de los fragmentos más representativos de este tema, donde se relata
la historia de Iosef y sus hermanos (en los últimos capítulos del Génesis),
se describe dramáticamente el tema que nos ocupa.
Si bien el relato del Éxodo es uno de los textos fundantes en la identidad
espiritual judía, también será muy esclarecedor reflexionar acerca
del período inmediatamente anterior.
Como sabemos, los judíos, formados en el crisol de la esclavitud egipcia,
y luego de cuatrocientos años de vasallaje y más de cuarenta años errando por el desierto, finalmente arribarían a la tierra prometida y comenzarían
-a partir de allí- a conformarse como una consolidada nación.
Pero sin embargo, la raíz de esta prolongada prueba se hallaba ya en la
experiencia previa de Iosef y sus hermanos en Egipto.
Es interesante observar que un detenido examen del curso de los acontecimientos descriptos en este fragmento de la Torá, nos esclarecerá acerca de las características propias de las pruebas y las crisis, tanto en lo personal como a nivel de pueblo.
Tentaciones, pruebas y errores:
la historia de la humanidad Tal como afirma nuestra Tradición Judía, las raíces de las pruebas con que nos enfrenta la vida -y que con frecuencia están ocultas- comienzan con un simple error humano. Y esto, que se puede rastrear desde su origen primordial con la experiencia de Adam y la subsiguiente historia de la
humanidad, es el justo lugar desde donde se inician, lenta e inexorablemente,
las conflictivas crisis y los momentos de prueba ulteriores.
Pero veamos cómo describe la Torá esto respecto a la venta de Iosef en manos de sus hermanos.
Tal como lo relatan nuestras Sagradas Escrituras, luego de cometer
el terrible acto de entregar a Iosef a un traficante de esclavos, sus hermanos,
sabiendo que habían cometido un grave e irreversible error, habrían de comenzar una larga y agobiante prueba. Luego de tamaño acto, al regresar junto a su padre con las pruebas del destino final de Iosef (el manto ensangrentado), y al ver que su padre Jacob había perdido todo su preciado don profético a causa
del dolor por lo sucedido, los hermanos tomaron conciencia inmediatamente
de que ellos mismos eran los culpables de estos acontecimientos.
Por consiguiente, y si bien como muchas otras pruebas, el tormento de la culpa se prolongó indefinidamente y los hermanos de Iosef no alcanzarían a vislumbrar cómo podrían reparar este error sino después de muchos años. Y solamente lo hicieron así, cuando después de más de veinte años se encontrarían de nuevo con Iosef en un contexto radicalmente impensado. Dolorosamente, y durante cada día de estos años, los hermanos de Iosef contemplaban a su padre experimentar
su duelo con la misma intensidad de aquel primer día. Pero si la herida en el alma de Jacob no cerraba, tampoco decrecía la culpa de los hermanos por ocasionar tanto sufrimiento a su padre.
El factor tiempo y la fuente del inacabable conflicto
Y este es el curso que sigue a cualquier error propio de la condición humana:
al principio comienza con un desliz (que a veces nos parece insignificante),
y luego sus consecuencias parecen interminables.
Más aún, a veces la duración misma de las consecuencias de nuestros errores incluso parece excluir cualquier tipo de resolución posible. Y más allá de cualquier enfoque místico o trascendental, uno puede ver esto claramente
en la vida cotidiana. Más o menos oculto, o según el psicoanálisis,
más o menos inconsciente, uno puede observar esto especialmente en la vida familiar. Por ejemplo, el conflicto entre hermanos derivados de viejas competencias ocultas infantiles, o así mismo las querellas maritales
donde se persiguen uno a otro con constantes reclamos por antiguos errores cometidos. Todo ello irá conformando un creciente esquema de conflicto que, luego al intensificarse con el tiempo, puede llegar a niveles que incluso parecerían imposibles de sobrellevar.
El encuentro entre Iosef y sus hermanos
Autocorrección y liberación del conflicto
Volviendo al tema que nos atañe, en el relato de Iosef vemos cómo una irreflexiva decisión errada se convierte en crisis, y luego esta misma
crisis comienza a empeorar con el tiempo. Los hermanos, puestos a prueba por su padre Jacob al regalarle a Iosef el manto ornamentado (catalizador de las emociones bajas de los hermanos -léase envidia-), terminaron demostrando su incapacidad absoluta para formar, ulteriormente, el núcleo de una nación integrada.
Y es así que ante la prueba fallida y el lacerante dolor del padre, la crisis moral se agrava y se presenta como interminable.
Pero D-s, y veinte años después, les brinda a los hermanos de Iosef una dramática oportunidad para corregir aquel terrible error. Y es así como en medio de una hambruna, los hermanos debieron viajar a Egipto para comprar alimentos, y lo que debería ser un trámite normal -una simple operación de compra- pasaría a convertirse en una verdadera pesadilla.
Con el dinero en mano y la voluntad de compra (además, por así decirlo, con el
permiso temporal de residencia) los her manos de Iosef pronto se verían acusados
de espías por un alto dignatario egipcio, que luego se volvería (aparentemente)
un verdadero atormentador. Y, según la extraña exigencia de este alto mandatario
del faraón (Iosef), eventualmente los hermanos regresarían a Canaán con el
alimento, pero dejando tras de sí a uno de ellos en calidad de rehén con el propósito de obligarlos a conducir posteriormente a Benjamín a Egipto. Y aquí aprendemos un aspecto más de la dificultad humana: ¿por qué este alto dignatario -Iosef- exigiría que traigan ante su presencia al hijo que se
quedó en Canaán para cuidar a su padre?
¿Por qué tantas exigencias para un simple trato comercial? Esto, que para alguien que no ve las cosas en su conjunto parece ser tan incomprensible, tan injusto y, de hecho, tan de pesadilla, lo único que puede generar en su interior es una gran confusión y amargura.
Todo tiene un propósito: aún el sufrimiento Prosiguiendo, y para aumentar aún
más la confusión entre los hermanos, ya en viaje de regreso a Canaán,
sorpresivamente, los hermanos descubren que el arbitrario dignatario (Iosef) les
había reintegrado el dinero de la compra subrepticiamente.
Naturalmente, según presenciamos el desarrollo de los eventos, podemos comenzar
a comprender aquello que, en lo inmediato, los hermanos no podían llegar
a entender. Como sabemos, Iosef los atormenta así con el único propósito de conducirlos a su propia corrección, y por su propio bien -sin rencor ni resentimiento-, Iosef está motivado exclusivamente por el amor que siente por ellos. Si Iosef exige que le traigan a Benjamín -el otro hijo de Rajel como él-, esto es exclusivamente para poderlos colocar en la línea de fuego de la lealtad. Es decir, tentarlos una vez más para ver si traicionaban a Benjamín tal como lo habían hecho con él mismo muchos años atrás, pero esta vez sin fallar, para poder corregir así aquel antaño error que había signado tan funestamente sus vidas. De este modo, los hermanos podrían revertir la historia cósmica a su curso apropiado, apareciendo aquí una apuesta de carácter extremo. Iosef no podía revelar su verdadera identidad a sus hermanos (porque de lo contrario ya no sería una prueba) y, al mismo tiempo, se exponía a sufrir tanto como sus hermanos por ponerlos en dicha situación. Exteriormente, este es el único camino que ve Iosef para redimir a sus hermanos, viéndose incluso obligado a ser cruel a pesar de su reticencia. En síntesis, el mensaje que se nos enseña aquí es obvio: el sufrimiento tiene un propósito y un objetivo específico y, a pesar de que duela intensamente, y pareciera imposible de comprender en lo inmediato, D-s esta armando así la propia redención, y en cierto sentido -tal como Iosef- Él también esta sufriendo junto a cada persona, y a
Su pueblo como conjunto.
Redención y Entrega
Prosiguiendo con el relato bíblico, finalmente, y cuando la hambruna deja sin alimento a Jacob y a los hermanos de Iosef, estos no tienen otra alternativa que llevar a Benjamín a Egipto. Luego -y quizás sea esto lo más cruel de todo- las cosas comienzan a dar la apariencia de ir bien y todos los hermanos son liberados emprendiendo así, juntos e intactos, el alegre retorno a casa. Pero, como en la vida y con frecuencia, la crisis final de un suceso cualquiera
viene precedida de una fugaz ilusión de salvación. Es así que surge la euforia y el alivio es tangible... y luego, súbitamente, llega un desastre sin precedentes. Como leemos en la Torá, mientras los hermanos de Iosef viajaban,
de pronto escucharon a sus espaldas el retumbar de los cascos de caballos: Iosef había enviado a un mensajero para buscar en sus pertenencias, a alguien que - según dice- le ha robado en su propio palacio. El objeto robado (una
copa de oro) extrañamente es hallado en la alforja de Benjamín y los
hermanos se ven obligados a enfrentar ahora la tentación más grande:
no es sólo que el gobernante de Egipto le ha dado regalos a Benjamín en su presencia (para inducirlos así a sentir la misma envidia de la que Iosef fue objeto en su momento), sino que ahora cuentan con la prueba misma de que Benjamín era la causa de todas sus presentes dificultades.
Pero no obstante ello, y a pesar de todo, los hermanos no volverían a incurrir en el mismo error que cometieron con Iosef, y por ello no lo entregarían. Es así que, agrupándose a su alrededor para protegerlo, los hermanos finalmente logran redimirse a sí mismos de su error primigenio al anteponer su lealtad por sobre la gran amenaza externa.
Y es así como los hermanos, siendo que sus únicas opciones presagiaban la total y propia destrucción- hace que Yehudá se aproxime y enfrente a su aparente
opresor, ofreciéndose a sí mismo como rehén en reemplazo de su hermano más pequeño. Es en este momento de confusión y agonía, -y al punto del olvido total de sí mismo- en que Yehudá, en su calidad de líder, se ofrece en un acto de
autosacrificio y de lealtad última y reparación del error inicial (la venta
de Iosef). Porque si el error primero “Yo soy Iosef”: cuando todo cobra sentido Es en ese momento de entrega por parte de Yehudá cuando los hermanos escuchan, mudos y sorprendidos, las palabras mágicas: “Yo soy Iosef’. Y sólo allí, a través de la bruma de la agonía y casi a punto de la rendición total, aparece el hecho revelador: “Yo soy Iosef’. Esta es la naturaleza propia de toda liberación: precedida por un sacrificio personal, y ocurriendo en el momento
más improbable, lo más asombroso de todo es que la redención y la liberación
de las consecuencias es provocada por la misma fuente de su tormento. Es así como el causante de sus pesadillas, su perseguidor egipcio, se revela como la fuente misma de su redención: su hermano Iosef. Es entonces cuando el aparente
enemigo termina convirtiéndose sorpresivamente en el salvador, y también, por extensión, son así las pruebas de la vida.
Los caminos de D-s son inescrutables Prosiguiendo con el desarrollo de esta idea podemos señalar entonces dos elementos básicos, en este complejo
proceso de revelación de la redención: uno que inspira y reconforta, y el otro que tiene una característica más desapasionada. Primeramente tenemos aquí un concepto profundo y cardinal: la redención no consiste meramente en el cese del dolor de la prueba, sino que por el contrario la prueba misma y el sufrimiento que esta implica (en la persona de Iosef), finalmente se convierte a sí mismo en la redención buscada. Esto hay que entenderlo claramente.
Si aquello mismo que nos provoca dolor también es la fuente de la redención, entonces -más allá de la conclusión de cualquier evento por más doloroso que sea- uno concluye, lógica y necesariamente, que todo lo que D-os determina
es bueno. Es así que, como parte de las indescriptibles emociones que los hermanos sintieron cuando Iosef se reveló como tal, en ese mismo punto se hallaba precisamente la conciencia de que todo lo que habían sufrido a lo
largo de esos veinte años era esencial para sus vidas.
Ahora, los hermanos eran capaces de evaluar cada uno de los detalles del tormento que habían experimentado, como intrínsecos a su felicidad misma, ya que sin ellos no hubieran podido alcanzar nunca la perfección de su espiritualidad.
Y, tal como afirma el dicho, “los caminos de D-s son inescrutables”.
Prueba y Redención Al respecto, y en los términos generales de la vida, el
concepto de un proceso de evolución espiritual se expresa del siguiente modo: existe una afirmación cabalística en el sentido de que en el Mundo de la Trascendencia (Haolam Habá) “el sabor del árbol y el sabor de la fruta
son los mismos”. En el Mundo Venidero, expresado en términos metafóricos como un huerto de árboles, éstos son algo único: no sólo sus frutos son comestibles, sino que también los mismos árboles lo son. Pero, ¿qué significa esto? ¿A quién se le va a ocurrir comer un árbol cuando, desde ya, posee a su alcance sus frutos? Pero después de la exposición anterior no nos será difícil comprender algo de la belleza que este concepto encierra. Tal como declara Nuestra Tradición Mística Judía, “árboles’ y “frutos” aluden respectivamente
a los conceptos de “proceso” y “conclusión”. En este mundo, donde no es posible ingerir el árbol mismo, éste, no obstante, constituye la base a partir de la cual se produce el fruto, el cual sí puede ser comido. De ello deducimos
que en la Creación siempre existen dos etapas fundamentales: primero el trabajo y la preparación, y luego el resultado y la recompensa. En esta poética metáfora, el árbol es sólo un medio para alcanzar el fin: el fruto. Y este
mundo, al ser semejante a un árbol, se constituye solamente como lugar del trabajo y la preparación, para luego obtener un estado de existencia superior más feliz, y espiritualmente más evolucionado.
A modo de conclusión
En lo concerniente a todo esto que venimos viendo, conviene destacar que nuestra intención no debería ser atravesar por este mundo sin luchar en él, a fin de alcanzar la realidad del próximo; sino que es precisamente nuestra
lucha misma, en este mundo, lo que constituye la mismísima realidad del siguiente. La diferencia que esta visión de la vida presupone es inmensa. A pesar de que las pruebas siguen siendo pruebas -y con frecuencia no dejan de ser ni más incomprensibles, ni menos dolorosas por acreditar este conocimiento-, aun así, el saber fehacientemente de que estas pruebas constituyen la esencia
misma de la realidad última y de nuestra felicidad, todo esto redundará en una profunda fuente de fortaleza que la vida misma requiere. En definitiva, esto que llamamos Fe, se constituye así como una fuente de inagotable fortaleza
y elevada energía a la que todo ser humano debería aspirar.
Por el Lic. Ernesto Antebi
Basado en el libro «Vivir inspirado»
del Rabino Akiva Tatz (páginas 21 a 27). Editorial Jerusalem de México
|
|