Suele mencionarse a Janucá, como la fiesta de las luminarias, y lo más llamativo es que se la asocia a la palabra “milagro”. Quisiera hoy compartir algunas de las enseñanzas de mi maestro, el Rab Jaim Zukerwar, con su permiso.
Afirma él, que, usualmente, el milagro, se vincula con un suceso producido a partir de una fuerza externa a nosotros… sucede por una causa que excede a nuestras posibilidades y acciones…
Sin embargo, en hebreo, “milagro” se dice “nes”, y alude a un concepto, de acuerdo al judaísmo, preponderantemente activo y para nada pasivo.
El hombre debe actuar para que ocurra, para que se revele. Su acción y su intención (kavaná) son fundamentales, porque crean un espacio y un tiempo en el que puede revelarse lo superior, la fuerza del Kadosh Baruj Hu (Santo bendito sea), que está en estado latente y esperando ser recibida por el hombre. Esto implica, además, que la emuná (fe) del hombre es la que crea espacios para que lo no habitual, lo “milagroso”, se manifieste.
Puede asemejarse a la situación en que una persona quiere dar amor a otra, pero aquella no lo acepta. Al no crearse ese espacio de recepción, el otorgamiento no puede cumplimentarse. Es decir: no es suficiente con que alguien quiera dar, debe también haber otro, dispuesto a recibir para que el acto se concrete.
De la misma forma, el Kadosh Baruj Hu nos está ofreciendo permanentemente la luz de Janucá, ese milagro que hace posible la expansión más allá del mundo físico…, pero el hombre tiene que crear el espacio apto para recibirla.
El conocimiento de las leyes que rigen la Creación (el sistema de Torá y Mitzvot), nos ayuda a crear espacios para que el bien se manifieste, ya que la verdad, o sea el Bien Absoluto, es preexistente, increado… y el hombre debe descubrir el velo que lo oculta a sus ojos.
De eso se trata precisamente el entrenamiento y educación que nuestros sabios promueven para que demos a nuestros hijos, por ello también Janucá se relaciona con la palabra jinuj (educación).
Para el judaísmo, la educación es el vehículo que nos permite exceder el conocimiento que nos produce la percepción sensorial. Nos permite trascender las barreras del mundo material-sensorial, al que alude simbólicamente la dominación griega, con su culto por la belleza exterior, despojada de su esencia interior. O sea, que es la educación, la que nos abre las puertas al “nes”.
Encender las velas de Janucá es encenderse a uno mismo. Cada una es la representación de una sefirá, e implica, por lo tanto, un grado de conciencia que el hombre deberá adquirir... No se trata meramente de un acto exterior, un ritual vacío, sino que conlleva una reflexión, un nivel de conciencia superior, invocado por la intención con que se realiza.
Cada vela enciende una luz dentro de nosotros que será luego proyectada al resto de las personas (Or lagoim).
El Shamash (vela piloto) es la Jojmá, la sabiduría… es la novena vela, que se enciende cada día y a su vez, enciende a las demás.
Quiera el Kadosh Baruj Hu que en este Janucá, encendamos cada día la luz que nos permita ascender a un nuevo nivel de conciencia, para expandirlo a toda la humanidad.
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