¡Luces, luces, luces!
Di-os nos dice: ¡Enciendan luces, luces que iluminen la negrura allí, donde se encuentren!
Sometidos a esta diáspora (como frente a cualquier evento que debemos transitar en nuestras vidas particulares y nacionales), nuestro libre albedrío, se debate entre revelar nuestra fuerza interior, o (Di-os no lo permita), rendirnos, darnos por vencidos y seguir la corriente que “todo el mundo” nos dicta.
No existe peor enemigo, peor enfermedad, que esta silenciosa “cultura de esto es todo lo que hay”. Esta mentalidad, nos corroe los ideales y nos presiona a perseguir objetivos materialistas estúpidos, haciéndonos creer que las “maravillas” están allí afuera, en la mirada de lo que los demás aprueban. Estos, son los mismos “demás" que frente a nuestros tropiezos, no dudarán en usarnos de felpudo para limpiarse la sangre de otras víctimas que han pisoteado anteriormente en su progresivo camino al éxito.
Los helenistas, los griegos, trataron de robarnos esa singularidad; esa luminosa particularidad que guarda cualquier judío dentro de su alma.
Los griegos de aquellos tiempos, trataron de “modernizarnos”, de “globalizarnos”, y muchos caímos en aquel entonces, (en nuestros días), en la trampa de creer en las piedritas de colores.
Y Di-os, a través de las luces de Jánuca, nos dice: “Allí, no hay nada, lo que te vende el mundo “civilizado”, es cáscara”.
Uno, tiene la opción de usar la cáscara para cuidar del fruto valioso que debe madurar, pero la cáscara debe ser una herramienta y no el fin último.
El judío, tiene una misión, vino a ser Luz para las Naciones, y en esta confusión que provoca “el lado oscuro” con tanto uso y abuso de la publicidad comedora de cerebros, terminamos buscando la Luz, fuera de nosotros.
Jánuca nos viene a gritar en el corazón, que Di-os puso en Su Torá Su flujo vital, allí está la Luz verdadera, y nosotros tenemos “libre acceso” a ella.
Cumplir la Torá es descubrir la sabiduría Divina guiándonos en nuestras profesiones, nuestras tareas, nuestros vínculos; es buscar la excelencia como seres humanos.
Pero mientras sigamos corriendo detrás de las zanahorias de “moda" que nos pone el mundo “moderno”, lo único que estamos haciendo es, transformarnos en pequeños burros de carga, olvidando que somos nosotros los príncipes y princesas encargados de llevar en nuestras manos la antorcha que ilumine toda la existencia.
El ego es grande y cede fácilmente frente a la presión del entorno.
Uno puede “avivarse” a tiempo, y dejar de ser un primitivo con celular y zapatillas de última generación. Uno puede renunciar a la carrera loca que degrada nuestra esencia al punto de comer ese cerdo que quisieron obligarnos a tragar en aquellos días, los griegos de todos los tiempos. Uno tiene siempre la opción de vindicar su herencia o (Di-os no quiera), perderla.
Los que se animen a sacar su luz, su fuego interior, serán llamados Macabeos y los que no, -(Di-os los perdone) -, nadie recordará sus nombres.
¡Jánuca Sameaj!
Deborah Starkloff
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