He leído con atención la nota publicada en Comunidades ( edición 543), titulada ¿Un dilema insoluble?. Al respecto hace pocas semanas en el grupo Un Espacio Para Nosotros, en la Universidad Maimónides, hemos tratado y debatido la película Amour. Los protagonistas Georges y Anne, de ochenta cumplidos, son dos profesores de música clásica jubilados. Anne sufre un infarto. Al volver del hospital, un lado de su cuerpo está paralizado. El amor que ha unido a la pareja durante tantos años se verá puesto a prueba. La situación que plantea la película se asemeja al dilema que enfrenta la sociedad israelí con referencia al caso de Keren Shtalrid, quien se enfrentaba ante una enfermedad terminal y escribió la siguiente carta a un periódico israelí. "No puedo más. Estoy harta de la vida debido a mi tremenda enfermedad. Ya no me quedan fuerzas para luchar contra este sufrimiento. Merezco una vida mejor y más agradable y por eso he perdido la voluntad y el sentido de vivir aunque tenga todo vuestro apoyo y amor. No estoy preparada para esta vida de sufrimiento. No quiero que lo lamentéis demasiado y sólo os pido que hagáis cosas interesantes. Me voy sin tristeza. Gracias por todo". Éste es un extracto de la carta de la israelí Keren Shtalrid, de 33 años, que vivía, en el moshav Nir, cerca de Ashkelón. Cuatro años, ocho operaciones y un cáncer terminal determinaron su dramática decisión. Tras planear su propia muerte junto a su padre, un prestigioso doctor, Mordejai Shtalrid, de 66 años éste le inyectó a su hija una sustancia letal y luego se suicidó ahorcándose. Sarah, esposa del doctor y madre de Keren, era ajena al trágico plan y encontró los cadáveres al despertarse en la mañana del viernes. "Estamos destrozados. Entendemos que Keren, que tenía la mente en perfectas condiciones, decidiera poner fin a su sufrimiento. Es su derecho, pero debía ser hecho de forma ordenada, y no así, con su padre muerto", El doctor Shtalrid también dejó a su familia una carta en la que revelaba: "Keren había pedido constantemente morir". "No podía más viéndola sufrir tanto", escribió el padre. En el año 2005, la Knesset en Israel ha aprobado la Ley de la Eutanasia, que ayuda a los enfermos terminales a morir con dignidad. Esta ley afecta a los enfermos mayores de 17 años, cuya esperanza de vida no supera los 6 meses, cuya vida depende de elementos mecánicos y/o electrónicos. Esta ley autoriza al paciente terminal (con una expectativa de vida menor a los seis meses de vida) no continuar con los tratamientos médicos para alargar su vida. La petición y voluntad deben ser del paciente y no de la familia. Si no puede decidir por sí mismo, alguien autorizado tiene la potestad de autorizar la medida. Se trata de casos muy concretos. La gran mayoría no tiene aún una respuesta legal. La ley permite a discontinuar los tratamientos médicos que prolongan la vida del enfermo terminal, en todo caso no es similar al caso de Keren, en que su padre le inyecto una sustancia letal y enfrentado ante la realidad de haber matado a su propia hija se suicida. Las opiniones ofrecidas en el excelente artículo muestran dos de las miles que cada uno de nosotros puede dar al respecto. El Rabino David Stav, nos recuerda que la moral occidental se basa en la Torah entregada por D’os al pueblo de Israel, que santifica la vida. El otro columnista, menciona que en los EE.UU. hay una ley sobre una nueva forma jurídica “muerte consentida por médico” y aboga por su legislación en Israel y expresa que si esa ley hubiera existido el padre de Keren estaría vivo. Habla de un grito conmovedor que no podemos dejar de oír. ¿Y que del grito de los que quedan? ¿Y que de los que sobreviven al Dr. Mordejai Shtalrid?. Honremos la vida, respetando la muerte. Marcos Stofenmacher marcos@stofenmacher.com Ramos Mejía
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