Tras la Guerra de Yom Kippur (1973), por casi cuarenta años Siria ha sido para Israel una amenaza semi-pasiva. Esto es, que solo ocasionalmente le mostró sus dientes al estado judío… Pero que mientras tanto y por detrás, le facilitó espacios, inteligencia y armamentos al Hezbollá, lo que no es poco.
Desde hace ya dieciséis meses, Bashar Al-Assad (joven dictador sirio) y sus secuaces se hallan enfrascados en reprimir una rebelión popular que desestabiliza su sillón, pero que aún no logra derrocarlo por falta de un apoyo concreto de occidente, como el que definió la caída de Muammar al Khadafi (otrora feroz autócrata libio).
Si dicha rebelión hoy derrocare al dictador… Atento al gran número de fuerzas que pugnarían, nadie sabe quien llegaría a asumir el poder. En la puja habrían contendientes tribales al mejor estilo de lo ya ocurrido en Irak; también grupos políticos como los que hubo en Egipto, país en el cual triunfaron los Hermanos Musulmanes, un movimiento con ideas de neto corte medieval y claramente antiisraelí.
Solo como referencia, digamos que Mohamed Morsi (nuevo presidente egipcio) pretende mostrarse más moderno y abierto que otros arabistas conocidos, quien tras algunas declaraciones inicialmente contradictorias, ha ratificado que respetará los acuerdos ya suscriptos a nivel internacional… Pero todos sabemos a quienes representa, y que tarde o temprano nos hará ver su verdadera cara.
En este sentido, y por los recientes y muy reiterados actos antiisraelíes ocurridos desde la Península del Sinaí, nos cabe extrañar a Hosni Mubarak (el derrocado ex presidente egipcio) manejando su lado de la frontera con Israel, pues él -más allá de periódicas y necesarias bravatas- mantuvo un pacífico statu-quo con el estado judío.
Entonces, y por simple paralelismo… Si algún otro radical declarado fuere designado como nuevo presidente en Siria, Israel podría quedar entre medio de un muy peligroso CORSET DE ACERO.
ALBERTO JORGE SILBERSZTEIN
Ciudad de Buenos Aires
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