Desde su nacimiento, hace casi 63 años, el Estado de Israel (con defectos y errores) ha sido un faro de democracia, libertad y progreso en una zona del planeta en donde esas palabras tenían poco significado.
Excepción habida en cierta moderación de la corona de Jordania y/o en la vacilante democracia del Líbano, a nadie escapa que durante todos esos años, en el Medio Oriente, la Península Arábiga y el Norte de África han actuado -con total impunidad- una serie de monarquías y dictaduras personalistas y sólo sostenidas a sangre y fuego, más propias del feudalismo medieval que de los siglos XX y XXI.
Recientemente, tras los hechos surgidos en Túnez y contagiosamente propagados entre diversas naciones del área, un necesario cambio de estilo de vida –que se gestó en las sombras- está dando a luz entre sus otrora aplastados habitantes.
Huestes de jóvenes sin horizonte -si es que se prolongaban invariantes dichos gobiernos y sus corruptos esquemas de poder-, a simple pecho descubierto han hecho tambalear y aún caer tales estructuras.
Esta surgencia revolucionaria se temió por años. Se la esperaba amparada en cierto fanatismo. Sin embargo, y para sorpresa de todos, brotó en base a connotaciones mucho más terrenales: democracia, libertad y trabajo.
Es seguro que algunos grupos extremistas pretendan aprovechar esta momentánea efervescencia para pescar en río revuelto. Pero resulta altamente auspicioso que sólo al chimpancé iraní se le ocurriera culpar de todo esto a los EE.UU. e Israel, mientras que por el otro lado, el delirante libio haya endilgado las culpas al grupo Al-Qaeda. ¡Vaya contradicción! .
¿Será que, al fin, el pueblo árabe se ha dado cuenta que la retórica -y el odio incluido que esparcía- no los llevaba a ninguna parte? ¿Será que, de una vez por todas, los habitantes de esos países empiezan a ver más allá de aquello que sus tiránicos gobernantes estaban dispuestos a mostrarles? ¿Será que, quizás en diez años más, Israel tendrá mejores vecinos e interlocutores hacia una verdadera paz regional?
Si todo esto pudiera llegar a ser así, por ellos, y por Israel, ojala que logren culminar bien con todo lo ya ardua y sangrientamente iniciado.
ALBERTO JORGE SILBERSZTEIN
Ciudad de Buenos Aires
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