Comunidades


Periódico Judío Independiente
Gran Hermano 2011
Elogio de la promiscuidad

Por Susana Grimberg. Psicoanalista y escritora
Había terminado de escribir mi nota sobre exhibicionismo y voyeurismo en la televisión, cuando reapareció en la pantalla “Gran Hermano”. Ver a los jóvenes, los llaman chicos y quizás lo sean, mostrándose en un programa que invita al televidente para que realice sus fantasías de voyeur, es decir, un programa que convoca a espiar en la intimidad del otro, no pude menos que preocuparme y formularme algunas preguntas que quizás muchos de ustedes se habrán hecho: ¿por qué espiar en la vida del otro? o ¿cuál es el motivo que pone al sujeto que ganó el casting para Gran Hermano, en posición de realizar sus deseos exhibicionistas? o ¿por qué se somete a los participantes a un modo de vida carcelario con la expectativa de alcanzar, rápidamente, la fama y grandes sumas de dinero? Pero no es sólo eso sino ¿cuál es la intención de los autores y promotores de la idea de recluir a los participantes y exponerlos frente a una cámara para que otros gocen violentando su intimidad?
Pensemos: gente encerrada en un sitio aparentemente atractivo pero que no deja de ser una cárcel, un lugar del cual no puede salir y un grupo que se constituye sabiendo que alguien, siempre, va a ser excluido. La exclusión, inherente al grupo, es producida por los mismos integrantes más aquellos que se suman, desde afuera, espiando para votar.
Si bien, muchos consideramos que la televisión nos brinda la posibilidad de estar informados, noticieros mediante, de diversos aspectos de la realidad nacional e internacional y, también, de diversas manifestaciones de la cultura, en qué categoría podría ubicarse un programa que muestra los pormenores de un grupo de personas que exhiben, desde el comienzo, la absoluta trivialidad del vivir.
No sólo eso sino que muestra que el que se destaca en este juego (así lo llaman), nunca es el mejor sino el más “piola”, el más astuto, el más mentiroso, el más desleal. Y, no importa que sea desleal porque lo único que importa, es el hecho de ganar. Como dije antes, ganar dinero y fama.
Como dije en “Ultraje al pudor”, hoy se vuelve público lo privado. Y los televidentes se quedan no sólo sin dormir para ver qué pasó en el reality, sino para olvidar qué pasa en sus vidas, las frustraciones y también las alegrías.
Víctor Frankl, como escribió Adriana Serebrenik, supo usar este privilegio humano: entre las cosas que nos pasan y la respuesta, está la posibilidad de elegir aún en las más degradantes circunstancias.
Mientras los nazis tenían más libertad exterior, muchas opciones entre las cuales poder elegir su ambiente, Víctor Frankl tenía libertad interior, ese poder interno para ejercitar sus opciones, la conciencia ética y la voluntad de ser libre de cualquier influencia.
Gandhi dijo: “Ellos no pueden quitarnos nuestro auto-respeto, si nosotros no se lo damos”.
Un ejemplo de haberse arrebatado el respeto mutuo, fue cuando los integrantes de Gran Hermano cayeron en una violencia ilimitada, golpeándose entre sí y destruyendo la casa antes de destruirse a si mismos.
La intimidad es un espacio que cada cual construye profundamente. Los medios son también grandes constructores de la intimidad pero, al exhibir la propia experiencia, es cuando el reality introduce lo obsceno y, apunta al escándalo.
En Gran Hermano como en otros reality shows, no se trata de libertad sino de libertinaje. Se los incita a tener relaciones sexuales, a masturbarse si no lo logran y cuando lo hacen, nunca se trata del amor sino que es una ofrenda para el ojo inquisitorial de Gran Hermano y para la expectativa de los televidentes.
Es interesante saber que al abrir la puerta de lo privado, aquello que la cultura deja en casa, al ofrecer lo íntimo a la mirada pública, lo obsceno es el resultado esperado.

Invitación a la promiscuidad.
Cuando se presentó como propuesta innovadora tener que compartir la cama entre cuatro, invocando que eso es socialización, en verdad es una invitación a lo promiscuo. En los episodios anteriores, cada participante tenía su cama, un lugar que podía ser propio, un refugio. Ahora, la obligación es no poder conciliar el sueño. Tampoco, pensar.
Gran Hermano es el espacio en el que es lícito mostrar y asistir a la vida privada, colocada como espectáculo.
Es de preocupar que las miserias y estupideces cotidianas de un grupo de personas, encarceladas en una casa muy alejada de las posibilidades económicas de la mayoría de la gente, pileta de natación incluida, con cámaras grabando día y noche, bajo un ojo que los mira hasta en el último detalle, lejos de producir rechazo, provoque una fascinación generalizada en nombre de la libertad. Cabe preguntar qué está sucediendo con lo más privado del individuo.

El ojo inquisitorial
Orwell en "1984", novela publicada poco tiempo después de finalizar la Segunda Guerra Mundial, describe un lugar opresivo donde no aparece diferenciación alguna y, en caso de que aparezca se lleva adelante un programa de "reeducación", cuyo máximo exponente es "Amar al Gran Hermano", el mismo nombre que lleva hoy el que los vigila, escucha y ordena detrás de las cámaras. Incluso la idea del confesionario, tomada de la iglesia católica, puede irritar a cualquiera, aunque no pertenezca a esa religión.
En “1984", Orwell, denuncia, en definitiva, la destrucción social en una sociedad poseída por el terror.
Y eso es lo que Gran Hermano transmite sin que ninguno de ellos haya leído a Orwell, porque, en verdad, la posibilidad de leer y la libertad que cada sujeto puede obtener por medio de la lectura, parece ser algo imposible de contemplar.
También, Aldous Huxley, en "Un mundo feliz", habla de una sociedad estratificada, de la selección genética, idea suprema del nazismo, y de la clonación, además de inventar la droga de la felicidad en un mundo en el que se han suprimido las diferencias y en el que el pensamiento es perseguido.
Quizás hayan visto Fahrenheit 451, película inspirada en la novela de Ray Bradbury, Es la historia de un bombero, llevada al cine en 1966 por Françios Truffaut, que no se dedica a apagar incendios sino a quemar libros porque, según el gobierno, leer impide ser felices porque llena de angustia y empiezan a ser diferentes cuando todos deben ser iguales.
Quizás me excedo en las comparaciones pero lo hago porque en estos libros, en Fahrenheit 451 y en la película The Truman Show, es el ojo que vigila que pone en juego la invasión a la privacidad. Ese ojo que ve sin mirar, que persigue y sanciona, es el logo de Gran Hermano. Un ojo sin cuerpo pero con voz, un ojo que alienta al espectador a espiar en la intimidad de otros, en lo más privado, sin saber que, como la mujer de Lot, podría convertirse en una estatua de sal.

Susana Grimberg. Psicoanalista y escritora


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