Turquía -considerado el país musulmán más alineado con Occidente durante las últimas seis décadas- parece haber dado un brusco viraje de timón hacia el Oriente en tiempos recientes. Kemal Ataturk orientó a Ankara hacia el Occidente a comienzos del siglo XX; un siglo después, Recep Tayyip Erdogan (ascendió al poder en el 2002) parece decidido a deshacer el legado pro-occidental del fundador de la república turca.
A partir de 1946, Turquía eligió el lado occidental de la disputa en el marco de la guerra fría, se sumó a la OTAN y pujó por ser aceptada como miembro pleno en la Unión Europea. El año pasado, el premier Erdogan caracterizó a Occidente de ser “inmoral” y desde entonces promovió un acercamiento con el mundo musulmán; especialmente con los sectores más intransigentes. En enero del 2008, el gobierno islamista turco recibió con honores al presidente de Sudán, Omar al-Bashir, luego de que éste fuese acusado por la Corte Penal Internacional de cometer crímenes de guerra en Darfur. (A principios de este año recibió al vicepresidente sudanés Ali Osman Taha). En momentos en que la comunidad internacional luce un poco más dispuesta a acercar posiciones en torno a la cuestión nuclear de Irán, Erdogan definió al programa nuclear de ese país como “pacífico y humanitario”, dijo del presidente iraní “no hay duda que él se nuestro amigo” y fue uno de los primeros líderes mundiales en congratularlo luego de las elecciones fraudulentas de junio último. Respecto de Siria, país al que Turquía amenazó con invadir una década atrás por el cobijo dado por Damasco a Abdullah Ocalan y su Partido de los Trabajadores Kurdos (“Les diremos ´shalom´ a los israelíes desde los Altos del Golán” sentenció oportunamente un diario turco), apenas el mes pasado Ankara anunció la creación del Consejo de Cooperación Estratégica con el régimen de Assad; ejercicios militares conjuntos están siendo planeados. Asimismo, el oficial Partido de la Justicia y el Desarrollo que gobierna Turquía ha pedido a la familia de las naciones que “reconozca a Hamas como el gobierno legítimo del pueblo palestino”.
Naturalmente, las relaciones con Israel no podían permanecer inalteradas en esta coyuntura. Apenas un día antes de invitar a Siria a sumarse a ejercicios militares el mes pasado, Ankara des-invitó a Israel del ejercicio anual de la fuerza aérea turca denominado “Águila de Anatolia” llevado a cabo conjuntamente con Jerusalem, Washington y la OTAN desde mediados de los años noventa. Los turcos explicitaron que no permitirían la participación de aviones israelíes que hubieran bombardeado posiciones de Hamas durante la guerra de Gaza. En respuesta, los italianos y los estadounidenses abandonaron el evento provocando así su cancelación. También un día antes de recibir al vicepresidente sudanés, Erdogan insultó al presidente israelí Shimon Peres en el Foro Económico Mundial de Davos al acusarlo de “mentiroso” y retirarse de la sala, no sin antes opinar que los israelíes “saben como matar gente”. En Ankara fue recibido por una multitud que ondeaba banderas de Turquía y Hamas. Durante la contienda que enfrentó a Hamas con Israel en la Franja de Gaza a comienzo de año, Erdogan se alió abiertamente con los palestinos declarando entre diciembre de 2008 y enero de 2009 que Israel era una nación de bandidos, que no debía permanecer en la ONU, y que cometió crímenes contra la humanidad, por lo cuál Alláh la castigaría. También comparó a Gaza con un campo de concentración y acusó a los judíos de violar el Antiguo Testamento.
Desde el ascenso del partido islamista de Erdogan al poder, la sociedad turca ha cambiado. Según datos presentados por el experto Soner Cagaptay en Foreign Affairs, el número de personas que se identifican a sí mismas como musulmanas ha crecido el 10% entre 2002 y 2007 (población de 77 millones) y casi el 50% se define como islamista. En el 2002, el 80% de la población quería que su país ingresara a la UE, ese porcentaje había caído al 30% para el año pasado. Resulta evidente que la sociedad turca está atravesando un proceso de islamización -en detrimento de la occidentalización- lo que no resulta tan claro es si ello es causa o consecuencia del extremismo islamista del partido gobernante. En cualquier caso, esta observación del Wall Street Journal ha captado con fidelidad la nueva situación turca: “Como un estado secular musulmán, Turquía ha sido un pilar de la OTAN y un baluarte contra el radicalismo político (comunista, baatista, islamista) de sus varios vecinos. Ahora el Sr. Erdogan puede estar apostando a que el futuro de Turquía yazca en la cima del mundo musulmán, en lugar del último lugar de su contraparte occidental”.
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