Hay dos grupos de personas, que, partiendo de extremos opuestos, tienen una característica en común: ambos grupos sienten enorme satisfacción al ver que judíos ocupan posiciones de poder e influencia.
Un grupo está formado por judíos orgullosos de los logros de sus correligionarios.
El otro grupo es el de fanáticos antisemitas, para quienes cada judío que tiene éxito o adquiere notoriedad en política, no importa si es de derecha o de izquierda, conservador o liberal, conformista o anarquista, republicano o demócrata, capitalista o socialista, es una prueba adicional, irrefutable, indudable, de la existencia de una conspiración judía para gobernar el mundo. Para esa gente, el comunista Trotsky y el capitalista Rothschild formaron parte de una misma conspiración y trabajaron para el mismo objetivo.
En las elecciones de este mes, en los Estados Unidos, ha sido elegido un número record de judíos que servirán en el Congreso: 32 representantes, (de un total de 435), y 13 senadores (de un total de 100), 7% y 13% del total respectivamente. Estos porcentajes son mucho mayores a los que proporcionalmente, de acuerdo a las estadísticas, correspondería a la pequeña minoría judía: 5.300.000 en una población total de 300 millones, menos del 2%.
Por supuesto, para aumentar el entusiasmo de los dos grupos arriba mencionados, Obama ha elegido como "chief of staff" (jefe de su oficina, cuya responsabilidad es controlar quien tiene acceso al presidente) a Rahm Emanuel. Este judío americano, - hijo de un ex-israelí que luchó en el Irgún contra la ocupación británica, al lado de Menahem Begin, - tiene en su curriculum haber servido como voluntario en el ejército israelí, durante la Primera Guerra del Golfo. Debido a su agresivo estilo político, Emanuel ha sido apodado "Rahmbo" por sus admiradores.
No hay duda que ambos grupos tienen ahora sobrados motivos para estar de plácemes.
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