Especial para Comunidades
Actualmente existe un amplio -si bien insuficiente- consenso internacional respecto al hecho de que Yasser Arafat es un obstáculo real a toda chance de progreso hacia la paz entre palestinos e israelíes. Israel ha anunciado repetidamente en el pasado su intención de remover dicho obstáculo, y se ha debatido incluso públicamente de que mejor manera hacerlo.
Desconsiderando el historial terrorista de Arafat pre-Oslo 1993, aún durante el denominado proceso de paz, el líder de los palestinos posee un récord lamentable en el área de la promoción de la paz: bajo su tutelaje, los programas educativos, medios de comunicación, y mezquitas incitaron al odio anti-israelí, él toleró operaciones terroristas contra Israelíes, y ya desde 1997 Arafat autorizó atentados terroristas efectuados por el Hamas y la Jihad Islámica. Tres años atrás orquestó un levantamiento violento durante el cuál ha financiado operaciones terroristas contra objetivos civiles y militares israelíes.
La administración Bush comprendió que para que la paz prospere, Arafat debía irse. El presidente George W. Bush articuló este concepto en un famoso discurso pronunciado el 24 de junio de 2002, en el que condicionó el apoyo norteamericano al establecimiento de un estado palestino a la creación de un nuevo liderazgo no comprometido con el terror. Desde entonces, los Estados Unidos e Israel se unieron en una política común de aislamiento del presidente de la Autoridad Palestina y titular de la OLP. Esta aproximación al "fenómeno Arafat" alcanzó su máxima expresión en la figura de Mahmoud Abbas como nuevo premier palestino, más la política no funcionó. Arafat permaneció como el gobernante fantasma en las sombras de Abbas, boicoteando y trabando su accionar al punto que Abbas debió renunciar al cargo al poco tiempo. Hoy, Ahmed Qurei, un títere de Arafat, es la figura gobernante nominal.
El fracaso de este approach, sumado a la presión popular israelí luego de continuos y horribles atentados terroristas, han llevado al gobierno de Ariel Sharon a considerar nuevos enfoques. Entre ellos, los dos más salientes han sido la expulsión o eliminación física de Arafat.
La noción de la expulsión tiene precedentes en los casos jordano (1970) y libanés (1982). El escenario más probable sea un Arafat regresando a un clásico rol que ha llevado a cabo con efectividad en el pasado: el de globetrotter internacional, visitando capitales de todo el orbe, generando declaraciones oficiales de apoyo a su "causa", varias resoluciones de la ONU, y bastante conmoción mediática. Una posibilidad es que con el tiempo el escándalo inicial se desvanezca y Arafat pase a convertirse gradualmente en un marginal y frustrado viejo político en alguna capital foránea. Otra posibilidad, el verdadero riesgo, sería que la presión internacional sea tal que Israel se viera obligada a tomar la desastrosa y humillante decisión de admitir su regreso. Este "retorno a la patria" acrecentaría el poder simbólico y real de Arafat y provocaría un efecto boomerang dramático.
La eliminación física del líder palestino resolvería de cuajo esta última consideración, pero podría provocar una reacción muy violenta en la calle palestina y árabe. Gobernantes árabes indudablemente condenarían este acto e incluso amenazarían o actuarían de manera impredecible, aún cuando internamente podrían estar a gusto con la gesta israelí. Ellos posiblemente manipularían a un enojado pueblo palestino y a grupos radicales islámicos para caldear aún más la situación. Matar a Arafat se ha convertido en una opción legítima ante los ojos de la sociedad israelí, con el periódico The Jerusalem Post instando en un reciente editorial a realizar precisamente esto. Los precedentes de la eliminación de figuras claves de los regímenes talibanés e iraquí por parte de Estados Unidos podrían ser usados por Israel en la guerra mediática, y el poder disuador de Israel recuperaría algo de su dañada credibilidad. Pero es evidente que un paso tan arriesgado, aunque quizás necesario, acar.
El experto mesooriental Robert Satloff sugirió un approach que, en la coyuntura presente, pareciera ser el más viable. En una columna publicada en Los Angeles Times unas semanas atrás, Satloff postuló que Arafat sea expulsado; pero no por la fuerza ni solamente por Israel, sino por vía diplomática bajo la tutoría norteamericana. "Tal como le dijo al Charles Taylor de Liberia, al Ferdinando Marcos de las Filipinas, y al Raúl Cedras de Haití, Washington debiera ahora decirle a Arafat que, por el bien de su pueblo, él debe irse", escribió este analista.
La base de esta idea radica en la política revolucionaria enunciada por Bush en junio de 2002. Pareciera lógico resucitar ese concepto y exponer al pueblo palestino, al mundo árabe, y a Europa y otros simpatizantes de la causa palestina a una simple elección: un estado palestino sin Yasser Arafat, o Yasser Arafat sin un estado palestino.
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