En el Talmud, tratado de Rosh Hashaná (8 a), se determina que el versículo de Salmos 81:4 “Toquen el shofar cuando la luna está oculta, en el tiempo señalado, en el día de nuestra fiesta solemne” que se complementa con el siguiente: “Porque estatuto es de Israel, ordenanza del Señor de Iaacov”, consagran al primer día del séptimo mes, como Día de Juicio, amparándose también en el versículo de Deuteronomio 11:12 “Tierra de la cual .A. tu D’s cuida: siempre están sobre ella los ojos de .A. tu D’s, desde el principio del año hasta el fin de él”. De allí que a principio de año se sabe lo que sucederá a su finalización.
El shofar, que servía en la antigüedad como alarma, alertaba la cercanía del enemigo y se usaba para ordenar que las huestes avancen. El shofar sirve en nuestros días para despertarnos del letargo en el que nos encontramos sumidos por la rutina, cuando actuamos sin ver al inicio de cada acción lo que la misma puede depararnos con los años.
Este año, el sonido del shofar se adelantó un mes y duró un poco más que un mes. Fueron las alarmas que torturaron a los israelíes y a los judíos del mundo en un macabro recuerdo que el antisemitismo no sólo no se ha extinguido sino que ha perdido la vergüenza y sus adláteres salen a la calle en una mezcla corrupta entre derechas e izquierdas, de islamistas y ateos, unidos únicamente por su odio a los judíos. Esas alarmas provocaron que miles de hermanos corran a refugios materiales para escapar de los proyectiles asesinos de nuestros enemigos. Y no nos dieron tiempo de pensar. Y cuando redacto estas líneas, aún no sabemos cuántos shofarot tendremos todavía que oír para salvar literalmente nuestras vidas.
Aprendimos que cada gestión genera una reacción, y toda conducta tiene sus resultados, aunque por lo general no somos conscientes de ellos, ni de cuando se producirán, ni acerca de los efectos que puedan tener para nuestra vida material y espiritual. Si pensáramos en el resultado ante cada acción, nuestra vida sería mucho más placentera.
Los ojos de Di-s se posan sobre la Tierra de Israel no porque sea mejor que la de Egipto, sino porque es dependiente de la acción de sus habitantes. Debe guardarla de las torpezas y los errores. Se posa en la iniciación del año, en el principio del mes hebreo, cuando la luna está oculta, antes que percibamos su luz reflejada hacia nosotros, y ve a través de nuestra oscuridad los efectos de cada acción con claridad meridiana. En esto no hay trampas. No podemos, como reza el ahora proverbio, sumergirnos en aguas puras y cristalinas llevando alimañas y roedores asidos en la mano. No sirven los baños de pureza sino son precedidos por conducta limpia.
Israel desunida es una fórmula para su sufrimiento. Insensibles al dolor ajeno, nos preparamos para que el otro sea indiferente al nuestro. Si no construimos una buena base ejemplar en la educación de nuestros hijos, los condenamos a la enajenación. Si seguimos dioses con pies de barro, se caerán sobre nosotros como el Golem arrastrándonos al fango. En esta última guerra el pueblo judío se mantuvo unido como hacía tiempo que no ocurría. Pero, no debemos esperar a una conflagración para unirnos.
Rosh Hashaná, se acerca con el sonido del shofar verdadero para decirnos que el Día del Juicio no es solamente al inicio del séptimo mes, sino, en cada instante en que actuamos o hablamos. Nos afirma que ese día largo de 48 horas, nos invita a ver sus consecuencias y nos brinda una rara oportunidad de cambiar el rumbo para modificar los resultados. Por eso, pedimos con nuestras últimas fuerzas: Zojrenu, recuérdanos para la vida, Rey que deseas la vida, e inscríbenos en el Libro de la Vida. Acaba con las maldiciones del año pasado e inaugura uno nuevo lleno de bendiciones, en el que la paz verdadera nos alcance en Israel y desaparezcan los antisemitas de todas las naciones. Mientras tanto debemos seguir prestando toda la atención a los shofarot y a las alarmas porque amamos la vida.
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