"Camino a Sebastopol, no muy lejos de Simferopol”, así comienza la que es probablermente la canción en Idish más famosa de la Unión Soviética, “Hey Dzhankoye.”
La canción, que fue llamada así por una granja colectiva cerca de la ciudad de Dzankoy, Crimea que celebra las supuestas victorias de la colectivización soviética de los 20 y 30, transformó mágicamente, según la canción, a los judíos comerciantes en agricultores.
“¿Quién dice que los judios sólo saben comerciar?” pregunta el verso final de la canción, “Miren a Dzhan”, menos de un siglo después que el Kremlin consideró la península como el sitio de un hogar judío potencial.
Los judíos habían habitado la península desde tiempos antiguos, divididos en dos comunidades: los Krymchaks, que seguían el judaísmo rabínico, y los Karaitas, que rechazaban la Torá Oral. Poco después que Catalina la Grande conquistó la región, dominada hasta entonces por el Imperio Otomano en 1783, ella la abrió al asentamiento judío, esperando que los judíos sirvieran como parapeto contra los turcos. Como se prohibió a los judíos el habitar en ciudades importantes, la península ofrecía espacios abiertos y libertad a aquellos judíos aventureros que buscaban nuevas fronteras y estaban dispuestos a tomar una pala en sus manos.
Residentes judíos de Crimea estaban también profundamente envueltos en la cuestión crítica del judaismo en aquella época —sionismo— y a fines del siglo XIX la región se volvió terreno de entrenamiento para futuros pioneros sionistas, que practicaban allí técnicas agrícolas antes de irse a Palestina. Josef Trumpeldor—cuyas famosas palabras, al dar la vida defendiendo el asentamiento Tel Jai de la Galilea norte fueron: "Es bueno morir por nuestra patria”—entrenó inmigrantes potenciales en Crimea (un asentamiento en Crimea fue llamado Tel Jai en su honor).
Los que entrevistamos prefieren redordar a Crimea como una utopía judía. Recordaron cariñosamente las escuelas en lengua idish, dónde aprendieron matemática, historia, marxismo-leninismo, y técnicas agrícolas en idish y recuerdan veladas en los teatros idish estatales en Crimea. Otros pusieron énfasis en cómo judíos convivían con rusos, ucranianos, tártaros musulmanes y alemanes.
Cuando entrevistamos a Tatiana Marinina , por ejemplo, nos contó que su familia se mudó a la granja colectiva Lunacharsrkii , que lleva el nombre del primer comisario soviético de ilustración, en 1931. Ella recuerda con cariño las vacas, los caballos, las ovejas y los viñedos. Describió cómo su madre trabajaba en los campos de algodón. Contó acerca de las relaciones amistosas entre judíos de la granja y alemanes étnicos, que habitaban en las aldeas cercanas, y entre las diferentes facciones religiosas que hicieron de la península su hogar.
La escuela idish se cerró cuando su hermana menor, Sofia Palatnikova, empezó la primaria; Palatnikova nos contó que ella asistió a una escuela dónde se enseñaba en lengua rusa situada en una aldea tártara cercana. Mucha gente con la que hablamos recuerda los tractores y equipo agrícola que las organizaciones filantrópicas judeo-americanas enviaban a los asentamientos judíos.
Zorekh Kurliandchik nos contó acerca de la granja colectiva en la que él vivió durante tres años al principio de los 1930: “El primer tractor estuvo en la granja colectiva judía, Los tártaros venían para mirarlo.” Los nombres de los asentamientos agrícolas establecidos durante esta década reflejan el optimismo de aquellos tiempos y el carácter multilingüe de sus comunidades:
Fraylebn (Idish: Vida libre); Fraydorf (Idish: Aldea libre); Yidendorf (Idish: Aldea judía; Ahdut (Hebreo:Unidad); Ietsirá (Hebreo: Creación); Jerut (Hebreo: Libertad); y Pobeda (Ruso:Victoria), por nombrar sólo unos pocos.
Hoy sólo quedan unos 17.000 judíos viviendo en la península. Una de las pocas sinagogas que quedan en Simferopol, fue vandalizada hace una semana y en su puerta fueron pintadas esvásticas y el slogan "Muerte a los judíos".
Ahora son tanques rusos los que están en camino a Sebastopol, no muy lejos de Simferopol, y los tractores judíos que en su momento llenaron la ruta no son más que un pálido recuerdo.
Traducción: Yehudit Oficyner
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