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Periódico Judío Independiente
Nuevas formas de esclavitud
Víctimas de una sociedad de consumo que nos consume

Por Por Lic Shira Denise Kilemnic
En nuestros días, el aire está teñido de una engañosa “liviandad” que respiran las nuevas generaciones. “Descafeinado”, “Express” y “Light”, son términos que ya no aluden tanto a cualidades de alimentos sino más bien a pobres calidades de relaciones humanas.
Numerosos son los ejemplos: así, el concepto de “Amistad” para la Real Academia Española, se circunscribe a la idea de “Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”; término que, a todas luces, resulta incompatible con la vaga la noción del concepto de “amigo” que -entre la masividad de las redes sociales y los modismos callejeros- resulta devaluada en la sociedad actual.
Otro concepto depreciado es el de “pareja”. En esta época, es casi una proeza lograr consolidar una “pareja estable”: Los seres humanos estamos sumergidos en una tecnología alienante que fomenta un exacerbado individualismo. Víctimas de una sociedad de consumo que nos consume. A veces, mediante la “infoxicación” -neologismo que alude a la saturación de información- que nos hace correr desbocados detrás de lo urgente, sin prioridades, tratando de estar en todos lados -y estando, paradójicamente, en ninguno-, comunicándonos de maneras que evitan el verdadero diálogo. Otras tantas, viviendo una suerte de “adolescencia tardía”, que se alarga -exponencial y abismalmente- plagada de fugacidad y falta de compromiso, en tanto que la responsabilidad y el sacrificio hoy no gozan de buena prensa. El resultado deviene en este nuevo “ Egipto “ o un éxodo sin rumbo, como limbo permanente conducido por los designios del placer inmediato, las emociones constantes y la adrenalina. Los formatos afectivos de los comerciales de TV -pseudo cuentos de hadas- resultan ser “lobos con piel de cordero” que se intentan copiar y pegar como si todo fuese un molde único, sin capacidad de espera.
En la práctica, los “príncipes azules” destiñen muy rápido y las “princesas” han tenido que salir a trabajar, a estudiar y hasta a gobernar, debiendo sacrificar su vulnerabilidad para llegar a los puestos más altos. Se ha producido un proceso de visibilización del protagonismo de la mujer, en la cultura, en la ciencia, en el desarrollo económico y social. La inefable consecuencia se traduce en una polaridad sexual invertida, donde resulta muy difícil mantener los roles “masculino” y “femenino”. Ello, en tanto que, si se proporcionan las mismas oportunidades a quienes de antemano –léase, por cuestión de género- tienen situaciones desiguales, el resultado seguirá siendo desigual. Así, en esta época no es novedoso percibir que muchos hombres, en reiteradas oportunidades, se sienten inferiores ante el avasallamiento de la mujer en varios planos y no logran sentirse “proveedores” y/o “cuidadores” de la familia; viéndose, asimismo, impedidos de recibir el “honor” necesario que reclama su autoestima. Las mujeres avanzan, los hombres retroceden… y todos pierden. Finalmente esta “Súper Mujer”, que todo lo puede con su independencia y autosuficiencia, lamentablemente sucumbe ante la “kryptonita” del reloj biológico cuya alarma delata una maternidad tardía, a veces, muy difícil de lograr.
La tibieza de la que hablo equipara “relación sexual” con “divertimento” y no con el colofón de una unidad de dos que decide darle trascendencia a la Creación mediante un vínculo sólido como piedra basal de la familia. Es ciertamente alarmante.
Habrá quien piense que exagero, pero seguramente más exagerada será la suma de terapia que alguien deberá pagar por los niños víctimas de matrimonios infructuosos como consecuencia de padres confundidos.
En efecto, hoy el mercado instala en el imaginario colectivo –mediante modernos eufemismos dialécticos y bombardeo de imágenes- un “Vale Todo” mediático que no es posible “desenchufar” de la mente de las personas. Con rotunda claridad, expresó el Rabbí Najman de Breslav: “Donde están tus pensamientos, tú estás. Procura que ellos estén donde tú quieras estar…”. Entonces, surge una pregunta: ¿Cómo es posible conectar el alma humana con el altruismo y propiciar la evolución espiritual del ser, cuando la materia conduce los pensamientos -y por ende, nos transporta- hacia mediáticos callejones sin salida? ¿Cómo podría inmunizarse a toda una sociedad del virus que avanza subrepticiamente, disfrazado de tibia modernidad, afectando –inclusive- a quien decidiera no encender una computadora, un celular o una TV?
Quien mire su propio ombligo considerará que no hay por qué preocuparse, pero apuesto que un día descubrirá que aquello que antes no lo inquietaba en el corto plazo, hoy se ha vuelto el futuro alarmante que comienza a quitarle el sueño.
Claramente, el manto de minimización del problema y la desidia que coadyuva para no salir de la propia “Zona de Confort”, evita percibir el in crescendo, tal como sucede con el experimento de la rana: si se coloca una rana en una olla al fuego, donde la temperatura sube poco a poco, finalmente la rana terminará por cocinarse sin darse cuenta de ello. La rana nunca salta, la rana se acostumbra.
En la actualidad somos todos un poco ranas, cocinándonos en las ollas de una falsa modernidad condescendiente que opera como Amalek, quien “te enfrió el corazón ante el resto de las naciones del mundo” . Así, ese corazón indiferente, queda impávido ante una vertiginosa movilización sin límites del límite último a la escala del abismo, estación final a la que arriba una sociedad de consumo inducida a demandar el sabor de lo prohibido, pagando el más alto de los precios: vendiendo su propia integridad.
Alguna vez estudié en la Facultad de Derecho que aquello que resulta socialmente inaceptable, si se transforma en cotidiano, pasará a ser normal por legitimarse como “costumbre” en el tiempo.
Difícil es escapar, entonces, de un paradigma que nosotros mismos avalamos al quedarnos en silencio, haciendo “la vista gorda” y restando valor a las señales de alarma que se suceden, empedrando -con minimización y justificación- el sendero de una moderna “Sodoma y Gomorra”. Cada vez que miramos para otro lado es un zócalo más del círculo vicioso de este mal recuerdo no a reiterar.
Lamentablemente, en una cultura que todo lo permite, aún cuando uno se cuide –conforme surge de las bases del judaísmo- “cada uno es garante por el otro”. Razón por la cual, el fracaso de uno, es el fracaso de todos.
En primer lugar, tenemos que desacostumbrarnos y sacar “el piloto automático” que muchas veces impera en nuestro accionar.
Como afirma el axioma de PNL: “Lo importante es que lo importante sea siempre lo importante… y no que lo urgente tape lo importante”.
Así, importante es entender que cuando no accionamos, igualmente actuamos por omisión. Redefinirnos es conectar con nuestra verdadera esencia a fin de juntar el valor y la convicción para “pegar el volantazo” que nos desvíe de la autopista del “libre deseo”, que arrasa con todo, pone en la mira a cualquiera y hasta puede incluso enfrentarme ante un otro que legítimamente pueda creer que compartimos el mismo código –generalmente aceptado- convirtiéndonos socios de este libertinaje.
Sobre dicha base, el límite resulta ser la verdadera libertad, allí donde se erija una barrera de valores y preceptos supremos, susceptible de contener a todos quienes queramos ser contenidos, preservándonos de los vientos huracanados de una tibieza condescendiente que ya es hora de que pase de moda.

Número 562
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