El midrash Tanjuma en Miketz nos dice “nuestro patriarca Jacob, no recibió consuelo”. Rechazó a quienes querían confortarle después de la desaparición de su hijo Iosef. “Y rasgó Jacob sus vestidos, y puso tela de saco sobre sus lomos, y se enlutó a causa de su hijo, muchos días. Y se levantaron todos sus hijos y todas sus hijas para consolarlo, mas él rehusó ser consolado, diciendo: Así descenderé a mi hijo, enlutado, hasta la sepultura. De este modo le lloraba su padre”. (Bereshit 37:34-35)
El 10 de av de 5754, hace ya muchos años estaba en Yerushalaim elaborando duelos, dolores, y sufrimientos. Pasados y presentes. Todos propios. Algunos individuales y privados. Los demás de mi pueblo. Compartidos.
Ese día, en el que no termino de entender por qué hay quienes se empeñan en guardar la fecha del calendario gregoriano, cuando la hebrea es tan significativa, -además de ser propia-, fui sacudido por una nueva conmoción, en la que nunca había pensado aunque era más que previsible: El viejo edificio de Pasteur con todo lo que tenía adentro y con sus seres humanos y los que transitaban por allí fue borrado de la geografía tantas veces transitadas por mí y por tantos como yo. Todos pudimos haber estado allí. Todos estuvimos allí.
Cuando, pocos meses después regresé a las calles porteñas, mis piernas no me permitieron ir hasta allí y tuve que esforzarme para acercarme y poder gemir de cerca lo que había llorado desde Sión hasta casi secarme extenuado sin entender, pero, comprendiendo demasiado bien.
Luego volví a un edificio nuevo. Con algunas de las viejas personas. Pero, las otras ya no estuvieron más. Y, me temo que tampoco su espíritu quedó tras las nuevas estructuras. Incluso estuve en la cuadra en alguno de los actos de recordación. Estaba allí - presente y ausente- buscando estar cerca de cada persona presente y de cada ausente. Y no lo logré. Muchos de los presentes estaban ausentes, y los ausentes no se dieron cita.
Nejamá, -consolación- histórica comienza en nuestro calendario al salir el 10 de av ( fecha hebrea dee la masacre de AMIA). El Shabat siguiente hasta se llama Shabat Najamú, -el Sábado de Consuelo- por la lectura de los profetas que se realiza en él y que dan inicio a las siete semanas para elaborar el duelo de las tres semanas en las que recordamos nuestro estado de sitio. Estado que duró varios siglos, y que es recordado año tras año, permitiendo elaborar lo perdido. Sitio que trajo muerte y desasosiego y no sólo en los años de la destrucción de los Templos, sino que nos acompañó por todas las latitudes en casi todos los tiempos. Y no por casualidad.
El consuelo es sólo posible cuando se pueden tomar en cuenta las opciones del presente y del futuro, pero, cuando la persona se queda en la pérdida y no intenta repararla, se sume en la desesperación nihilista. El consuelo es un acto individual que necesita del deseo de vivir. Es un hecho íntimo. Quienes intentan consolar cumplen con un papel fundamental, pero, sus tareas no pueden tener éxito si el doliente no consiente en aceptarlo.
El Midrash Yalkut Shimeoni, en Isaías, nos trae otro ejemplo de rechazo a consolarse. El Santo Bendito intenta una y otra vez, por medio de sus enviados a consolar a la Congregación de Israel, los profetas y los Padres de la Nación por la destrucción. Y todos fracasan en esa misión, cuando el pueblo usa los mismos argumentos de Job (21:34): “¿Cómo pues me consuelan en vano, viniendo a parar sus respuestas en falacia?”. Todos los enviados se reúnen frente al Todopoderoso, diciéndole no les aceptan los consuelos. Sólo cuando la Congregación puede sollozar directamente frente al Trono Divino, quejarse directamente, acepta recibir el consuelo directamente de El.
La elaboración del duelo según las normas judías, cumple con varias funciones: Es una respuesta a la soledad, al haberse quedado solo. Es decirle que uno está con él. Permite la autovaloración. Romper con la impotencia que provoca la pérdida. El dolor de uno es el dolor del otro. Las personas le dicen al doliente: “Pero tú, un hombre de mi rango, mi compañero, mi íntimo, con quien me unía una dulce intimidad, en la Casa de H’” (Tehilim 55:14), tienes valor, hombre, eres igual que yo. El concepto talmúdico de la obligación de consolar al prójimo es para rendir honor a la vida. Es honrar al sufriente para que viva. El verdadero consuelo puede encontrarse en D’s, que es el Señor del Consuelo, y el que Consuela a los Dolientes (confirmado en Ketuvot 8b).
La guemará en Ievamot 65b nos enseña que así como uno tiene la obligación de decir cosas que pueden ser oídas, debe abstenerse de aquellas que no serán bienvenidas. Se debe saber consolar y abstenerse de las frases que no ayudan. Ayudar si, agregar banalidades no.
En Sotá 14 a, la Torá Oral nos pide que imitemos al Creador, que consolaba a los dolientes como leemos en Bereshit 25:11: “Y sucedió, después de muerto Abraham, que D’s bendijo a su hijo Isaac”.
El consuelo se lleva a cabo en el terreno del doliente, en su hogar, en su dolor. Ocupa un lugar central para que quien entre a consolarle sin conocerle no se equivoque.
Dijo rabí Iojanán: quienes vienen a consolar no puede abrir la boca hasta que hable el doliente (Moed Katan 28b). El sufriente decide. Por ello no se le saluda. El no quiere saludar. Esos abrazos de nuestra época parecen más sacudidas para evitar la compañía silenciosa que una verdadera solidaridad. El duelo judío es silencioso. En ese silencio difícil que parece imposible y al que tanto se trata de espantar con las palabras… huecas.
Dice el profeta Ieshayahu en 22:4: “Por esto dije: Déjenme, lloraré amargamente; no se esfuercen por consolarme de la destrucción de la hija de mi pueblo”, frase que el Midrash adjudica a D’s.
Doce años después hay muchos que intentan consolar, la mayoría de buena fe. Pero, hay que consolar también a H’ quien, según Berajot 59 a, “Cuando recuerda a sus hijos sumidos en su dolor entre las naciones del mundo, deja caer dos lágrimas al gran océano”.
No parece que se pueda lograr consuelo cuando los criminales, sus instigadores, sus secuaces, permanecen sin que se les haga justicia. Gozando de criminal impunidad. Nuestro patriarca Jacob no podía aceptar la injusticia cometida con su hijo. Ninguno de nosotros puede hacer lo mismo mientras haya injusticia.
Rendiremos homenaje a los muertos y nos uniremos a sus familias pero, no intentemos consolarles porque consolarnos no podemos. Quizás el día en el que se haga justicia.
Nos queda la esperanza individual, a la que no podemos renunciar: “D’s mío, el alma que me has dado es pura… Tú la has creado, me la has infundido… la guardas dentro mío… Y me la quitarás y me la devolverás en el futuro venidero”.
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