Final de obra. Final de la obra de la Creación. Nuestro tiempo del nuevo año se inició con el mundo y nuestros días festivos concluyen con el plano de ese mundo. “El Creador miraba la Torá, y diseñaba el universo” enseñaban nuestros sabios. La Torá, nuestra Sagrada referencia del cotidiano vivir y nuestra identidad de pertenencia, es el mismísimo plano de la Creación…
Sheminí Atzeret y Simjat Torá llegan para adornar cual broche de oro semanas intensas y días maravillosos, donde lo humano estuvo en juego y el destino de la humanidad, en juicio de valor y de vida. Rosh HaShaná trajo consigo el recuerdo de Un Juez, que implora por la justicia entre Sus hijos, los seres humanos por doquier. Iom haKipurím nos regaló la posibilidad de creer en nuestras propias fuerzas y ver –para reveer- cuánto podemos cambiar –a tiempo- cada decisión. Sucot, nos derramó desde el cielo, el bálsamo de la quietud, la paz y la sabiduría que concede el construir…El poder construir espacios precarios pero llenos de vitalidad, de encuentro, de sueños y por sobre todo, de cielo.
Ahí el plano del mundo. Allí descubrimos lo que El Creador plantó en medio de aquel Jardín seguro, disfrutable, placentero.
“Tadshé haáretz deshé…” dijo D’s cuando quiso cubrir de verde la geografía terrena. ‘Que la tierra se recubra de cobertura vegetal’. Tal como la vemos. Tal como nos impresionamos ante el paisaje una y mil veces visto pero que no deja de asombrar. Pero… ¿sólo de verde se habría de cubrir la tierra?
El plano de la Creación posee niveles. Allí la superficie. Lo visible. Lo perceptible y lo llamativo a los ojos de los creados. Pero ingresemos en el segundo plano. Aquel que subyace. Aquel que despierta curiosidad y no menos asombro al intelecto del hombre en cada generación.
“Deshe” formulaban los sabios –los que sabían leer en cada palabra una nueva-, nos anuncia el plano que el Creador observó para instalar la viabilidad en Su Mundo. Y es así que interpretaron la palabra como una sigla: Din, Shalom, Emet… O sea: la justicia, la paz y la verdad.
Una tierra que se recubra de lo justo; un universo que pueda concebir la paz como medio de vida; seres humanos que puedan sembrar la verdad en el camino del porvenir de todos los tiempos.
Cuando arribamos al final de Sucot, nuestro recurso de amparo ya no es el Shofar del año nuevo ni el ayuno del perdón; ni siquiera la fragilidad con que vemos la vida transcurrir entre las paredes quebradizas de una Sucá… Es el tiempo de descubrir el plano esencial. Es la hora de correr los velos y llegar hasta la letra. Poder introducir nuestros ojos –así como las manos plantan en la profundidad de la tierra- entre cada letra y letra. Poder redescubrir a D’s e intentar, develar al hombre y sus intrincadas apuestas.
“Sisu veSimjú beSimjat Torá” son las palabras enhebradas en una eterna melodía que despierta en nosotros todos los recuerdos, las reminiscencias de días pasados y de tiempos presentes.
‘Alégrate y regocíjate en el tiempo de la Alegría de la Torá’ nos dice la melodía y la letra a cada uno y uno de nosotros. La felicidad es tenerla. Es compartirla. Es transmitirla. Es, en última instancia, poder saberla…
Cuando el iehudí arriba a esta estación, lo esperan todas esas letras, desde la “Bet” del ‘Bereshit’ hasta la “Lamed” de ‘Israel’. Porque su propia letra –su propia vida diseñada en una delicada letra de las 22 consonantes del alfabeto hebreo- espera por ‘su dueño’…Espera a que el ‘rey’ venga a armar su corona, su diadema de gloria.
Porque la canción de la infancia sigue su curso. “UTnú Cavod la Torá” –‘concédele honor, dignidad a la Torá’-… ¿Quién yo? ¿Cómo dignificar la Torá que proviene de Manos del Creador? Allí la sorpresa. Regocijarme con la Torá no es sólo bailar con ella por algunas horas…Ese baile, ese sentirme abrazado a la eternidad, es ‘coronarme’. Aunque resulte imperceptible esa corona, algo ha sido puesto en mi cabeza. Y desde allí debo ‘bajarlo a mi corazón’… “Las Palabras que Te ordeno hoy, las pondrás en tu corazón, las transmitirás a tus hijos, hablarás sobre ellas, al estar en tu hogar, al hacer tus caminos…”, nos recomienda nuestro ‘Shemá’ a diario.
Debo alegrarme, a no dudarlo. Pero nuestro judaísmo nos habla siempre de reciprocidad. Que aquello que hagamos encuentre su eco…Nuestra alegría que se desata –felizmente- con la llegada de este día, Quiera D’s que encuentre su eco: que también nuestra sagrada Torá esté alegre –feliz- con nosotros…
Sheminí Atzeret y Simjat Torá nos vuelven a poner en el camino de la vida tras ‘las fiestas’. Porque la vida, cuando se sabe vivir, es una fiesta permanente. Porque nos deja entrever las razones; nos permite exponer las emociones; nos regala el latido de sentimientos que impulsan al cada ser humano a creer y a crear, a crecer y amar…
Volvemos a los días simples pero llenos de Torá. Felices de saber que hay un proyecto, que hay un sustento, que hay una lucha por enfrentar. Felices de saber que la tenemos… Felices de poder saberla…
Comienzan los días cuando la justicia debe vestirse de realidad; cuando la verdad, debe ser la semilla a sembrar; cuando la paz sea el resultado de ambas.
De ser así, estaremos trazando en el plano de la Creación los caminos seguros que conducen de regreso a ese Jardín único. Pero más allá de lo paradisíaco, los caminos que nos devuelven al “Etz haJaim” –aquel ‘árbol de la vida’- que espera por nosotros. Mientras tanto, la sagrada Torá nos da de probar de su fruto. “Etz jaim hí…” –‘Árbol de vida es ella’- le cantamos cuando despedimos su presencia de entre nosotros. Imagino queridos lectores que todos comprenderán ya el porque…
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