Hitler, en su lugar en el infierno, debe estar celebrando con júbilo su triunfo. Una gran mayoría de los países y de la opinión mundial dio un respaldo inequívoco a sus discípulos de Hamas (quien considere que este calificativo es una exageración solo debe leer la carta constitutiva de esta organización islamista radical)
Al negar a Israel el derecho de defenderse mediante el bloqueo a una fuerza hostil que no sólo le declaró la guerra, sino que postula su extinción mediante la violencia, prácticamente ha dado un fuerte apoyo moral a quienes aspiran, ni más ni menos, a un segundo Holocausto del pueblo judío. No es casualidad que quienes condenan con singular dureza la acción israelí, no tienen ningún comentario que hacer a las frecuentes exhortaciones del presidente de Irán, Mahmud Ahmadinejad, a borrar a Israel del mapa.
Podrán encontrarse miles de argumentos para condenar la acción israelí contra la mal llamada "Flotilla de la Libertad", y calificarla de inoportuna, torpe, inapropiada o contraproducente. Indudablemente, en un acto de insólita ingenuidad el ejército israelí se equivocó. Esperó una resistencia pasiva de presuntos pacifistas y se encontró con centenas de militantes armados de barras de hierro y cuchillos y preparados para una operación de linchamiento. Pero cabe preguntarse ¿qué país renunciaría a un arma legítima desde el punto de vista del derecho internacional como un bloqueo naval y permitiría que un vecino hostil, que se niega a la misma idea de la paz y la convivencia pacífica, reciba libremente pertrechos bélicos por mar? Porque es evidente que la intención de los viajeros de la flotilla no era entregar la escasa ayuda humanitaria que traían los barcos, que es menor que la que Israel deja pasar semanalmente a Gaza, sino romper el bloqueo y posibilitar más tarde la entrega de armas y pertrechos bélicos a Hamas.
Asimismo fue claro para todo el mundo que la intención de los organizadores era realizar una espectacular operación mediática. Tampoco había dudas de que todas las opciones de Israel para contrarrestar este burdo pero eficaz golpe propagandístico eran malas. Pero entre una derrota coyuntural en la opinión pública y una derrota permanente en su situación estratégica de seguridad, optó por la primera. Dada la experiencia de Israel con sus concesiones voluntarias hechas a los palestinos, como la retirada de Gaza de 2005, parece la opción menos negativa.
Existen ciertas ominosas similitudes entre los años previos a la Segunda Guerra Mundial y la situación actual. Antes del Tratado de Munich, firmado el 30 de setiembre de 1938 por la Alemania nazi, la Italia fascista y las dos principales potencias europeas, las súpervíctimas de Europa en los discursos de Hitler eran la gran minoría alemana en Checoeslovaquia, asentada en el territorio de los Sudetes. Es cierto que existían quejas legítimas de parte de los alemanes de los Sudetes, y los líderes checoeslovacos negociaron incansablemente una autonomía ampliada con el líder de la minoría alemana, Konrad Henlein, quien, de hecho, era un agente nazi. Las negociaciones estaban condenadas de antemano al fracaso porque Hitler había dado instrucciones a Henlein de exigir siempre más de lo que los checoeslovacos pudieran conceder. Algo similar se ha dado en las negociaciones entre Israel y los palestinos, por ejemplo, cuando Arafat rechazó las generosas concesiones ofrecidas por Ehud Barak, en el año 2000 en las negociaciones realizadas con la mediación del presidente norteamericano de entonces, Bill Clinton.
Israel tiene dos enemigos "Sudetes" en sus fronteras : Hamas en la Franja de Gaza y "Hezbollah" en el Líbano. Ambos son peones en la gran lucha por el poder en el Medio Oriente entre el Irán shiíta y los mal llamados países árabes moderados sunnitas, Arabia Saudita y Egipto. Del mismo modo que para Hitler los "derechos de los sudetes" eran un pretexto para hacer avanzar sus planes de expansión en Europa, para la teocracia reaccionaria iraní los "derechos de los palestinos" son un medio para expandir su influencia y poder en el Medio Oriente.
Otro aspecto que recuerda a la situación de la preguerra europea de los años treinta es la actual extensión del antisemitismo en el mundo. No es ningún secreto que el antisemitismo, tanto de origen religioso como político, está muy extendido en el mundo musulmán, donde la gran mayoría no establece diferencia alguna entre los judíos del mundo entero y el Estado de Israel, ambos odiados por igual. Más aún, el antisemitismo es un arma en la lucha por el poder en el mundo musulmán. Esto es evidente luego de las ventajas políticas obtenidas por el primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan gracias a su apoyo a la flotilla, cuya principal organizadora fue la organización islamista turca IHH vinculada a los Hermanos Musulmanes, de definida orientación extremista.
Lo trágico es que, como lo demostró este incidente inflado hasta el delirio, no sólo en el mundo musulmán sino también en el Occidente democrático el odio individual al judío se ha transmutado al judío colectivo, el Estado de Israel. Es una ceguera histórica terrible.
Hitler comenzó con los judíos pero ese sólo fue un comienzo. El Islam radical, al igual que Hitler, comienza por los judíos, encarnados ahora por el judío colectivo en su único estado independiente en el mundo, pero sus enemigos, en última instancia, son todos los infieles, es decir, todos aquellos que no aceptan al Islam como su religión.
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