Para el psicoanálisis, las cuestiones sociales y políticas no son el decorado sobre el cual se desarrolla la escena del mundo sino el tejido, el entramado de la red entre los sujetos, que puede convertirse en una trampa mortal. En ese entramado, se encuentra la inseguridad.
No voy a referirme a los recaudos que deben tomarse para enfrentarla, porque son bien conocidos por todos, pero voy a subrayar la importancia del NO, indispensable para que la vida sea posible.
En mi nota sobre violencia escolar, mencioné que los Diez Mandamientos (salvo dos: Honrarás el sábado y Honrarás a tu padre y a tu madre), se sostienen en el No, no matarás, no robarás…, que hace de la vida un Don. Es por ese No, que se ejerce la función paterna. También la madre usa el No, para cuidar a los hijos.
Pareciera que se trata de algo muy simple pero no lo es. Se puede mencionar la palabra No, pero es difícil hacer uso del No. Sobre todo con los adolescentes, cuyas vidas corren peligro en estos tiempos en los que la sociedad vive como por fuera de la ley. No se trata de acercarse a ellos como amigos porque los padres no son amigos, sino como padres cuyo deber es protegerlos, orientarlos y saber decir “No”, a tiempo, un No que tenga fuerza de ley.
Santiago Kovadloff, en LA NACION, al referirse a la decadencia de la ley, dijo: “La ley, en la Argentina, se ha convertido en un mandamiento desoído. A fuerza de verse vulnerada, su palabra ha perdido función rectora”. Esto influye negativamente sobre toda la gente.
Albert Camus (1913-1960, Nobel de Literatura en 1957) denominó al siglo XX el siglo del miedo y, escribió que muchas veces, la humanidad se había encontrado ante un porvenir incierto; la diferencia era que antes se podía salir de las encrucijadas gracias a la palabra y a los valores éticos por medio de los cuales se podía armar alguna esperanza. En aquél entonces, dijo algo válido para hoy, que “al carecer de la vía de la palabra, se ha ido perdiendo la “confianza” del hombre, siempre dispuesto a creer que se podía obtener de otro hombre reacciones humanas, hablándole con el lenguaje de la humanidad”.
Para el hombre moderno, la libertad es un derecho ineludible. Pero, ¿cómo disfrutar de la libertad de trabajar, de vivir, de moverse en la vida, si es la misma vida la que parece no tener importancia, no solo para los delincuentes sino, lo que es más grave, para quienes nos gobiernan?
La paranoia y las previsiones en materia de seguridad
Algunos políticos, con un discurso que oscila entre la culpa y la fascinación, justifican al que delinque sólo por su situación de pobreza. Suelo responder que la pobreza ha crecido, pero que no todos los pobres son delincuentes. La mayoría es gente trabajadora, o personas que luchan por encontrar un trabajo y eso no los conduce a la violencia. De todos modos, están los que sí caen en la violencia y se apoyan en el terror, la mejor manera de paralizar a cualquiera. A causa de ese terror, los lazos sociales se han ido disgregando en tanto que la paranoia se apropia de muchos.
Daniel Sabsay, importante constitucionalista, sostuvo que en la Argentina, llevamos una vida paraconstitucional, impuesta por los mismos gobernantes que incumplen o ignoran las leyes, alimentando la inseguridad que sobrellevamos.
La inseguridad, me ha llevado a encontrarme con pacientes que no sólo padecen las enfermedades comunes a todos, sino que llegan afectados por lo que les provoca el maltrato social que vivimos. Es un sufrimiento distinto, ocasionado por la crisis de valores, la caída de los ideales, la ausencia de proyectos, la pérdida de la autoestima, el deterioro del sentimiento de identidad. Todo esto produce síntomas como la hipocondría, trastornos del sueño y del apetito, apatía, labilidad en los vínculos. A estos síntomas ya hice referencia en mi nota sobre violencia escolar pero, la inseguridad la trasciende e invade la vida afectiva.
Estamos viviendo situaciones traumáticas que atentan contra la propia historia y hacen tambalear vínculos y proyectos y, como consecuencia, aparece una angustia imposible de poner en palabras. O que sólo puede ponerse en estas palabras: terror, desconfianza por el otro, sobre todo si es pobre o está en una actitud que se presume sospechosa. Esto puede conducir a una decisión: la de aislarse cada vez más.
Por otra parte, inmersos en la crisis política, social, económica y ética de nuestro país y saber que vivimos en un mundo inestable, el miedo a ser el próximo excluido nos sobrepasa.
Como a toda la gente, al debilitarse los lazos sociales, caemos en la cuenta de que se ha ido borrando otra dimensión: la de la vida pública. ¿Quién puede sentirse protegido entre cuatro paredes, sea en su casa o en su trabajo, muchas veces precario?
¿Cuál sería la condición necesaria para rescatarse del malestar social?
El sujeto humano va evolucionando desde la dependencia de los padres a la necesidad de luchar para asegurarse un buen porvenir. En otras palabras, tiene que pasar de ser sujetado a ser sujeto de su propia historia. Para lograrlo, debe pensar el futuro.
¿Hay futuro en la Argentina, un país en el que, como dijo el filósofo José Sebreli, nos gobiernan mitos y fantasmas? Puede haberlo si nos apoyamos en una tradición y en un patrimonio cultural que permita pensar un futuro, desde el presente. Es lo que siempre hizo el pueblo judío, aún en la adversidad más extrema.
No aspiramos a vivir sin incertidumbre, pero, por encima de cierto monto de incertidumbre, es posible imaginar un futuro. La búsqueda de nuevos objetivos, de nuevos proyectos para levantar sobre los anteriores, es lo que diferencia a una persona que se siente apta para lo porvenir, de otra que está presa del pasado. Es cierto que bajo la crisis de valores e ideales, parecen zozobrar proyectos personales y colectivos. Pero, es gracias a tomarse de una brújula ética que se puede levantar el ánimo y la autoestima.
Adriana Serebrenik dijo sobre este tema que es ahora, no más tarde, para estar con quien quisiéramos estar, para vivir más libres, para hacer lo que no nos animamos a hacer. “Confrontarnos con lo que es. Las cosas son. No como nos gustaría que fueran”.
A mi parecer, es vital rescatar los valores, las normas y hasta el lenguaje por el que fuimos hablados. Para enfrentar y transformar la realidad depreciada que estamos viviendo, sería valioso rescatar lo que nuestros padres nos transmitieron para transmitirlo y recrearlo otra vez nosotros. Es lo más importante para que sea posible mantener la integridad y seguridad en defensa de lo propio.
El pueblo judío, por su pensamiento fundado en el monoteísmo ético, ha sabido superar situaciones más graves que las que estamos viviendo. Sostenido por la por el mandamiento “Elegirás la vida”, ha sabido transmitir ideas, principios, sentimientos y, por sobre todo su historia atravesando las generaciones, transmisión oral o escrita que relevan la función de la palabra hasta hacerla, por siempre, creíble.
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