Muntazer al Zaidi no es zapatero, pero ganó fama mundial gracias a un par de zapatos. Específicamente, a sus zapatos, que arrojó uno tras otro al presidente George W. Bush en diciembre de 2008. Al lanzar el primero de ellos, en el marco de una conferencia de prensa conjunta del presidente estadounidense y el premier iraquí Nuri al-Maliki, dijo “¡este es el beso de la despedida del pueblo iraquí, perro!”; al tirar el segundo, gritó “¡esto es por las viudas y por los huérfanos y por todos los asesinados en Irak!”. Bush eludió ambos proyectiles y comentó: “todo lo que tengo para informar es que eran del número 42”.
Durante el juicio, al-Zaidi rehusó disculparse y se declaró inocente de todo cargo. Sus abogados alegaron que su acto se enmarcaba en la libertad de expresión. Fue condenado a tres años de prisión. Unas semanas más tarde, su sentencia fue reducida a un año y al cabo de nueve meses fue liberado. La televisión iraquí Al Bagdadiya que lo empleaba organizó una celebración masiva con música tradicional a modo de bienvenida. Según relató el propio Zaidi, la televisión canadiense lo declaró “hombre del año” y le obsequió un par de zapatos de oro. Sin embargo, el periodista iraquí está decepcionado. “Todas las promesas que oí sobre regalos cuando estuve en prisión fueron vacías”, lamentó. Ante el British Observer se quejó de no haber recibido los autos, dinero, caballos, camellos y mujeres vírgenes que le habían prometido los árabes. Ello motivó una oferta generosa por parte del movimiento fundamentalista Hamas. “Estamos preparados para recibirlo aquí en la Franja de Gaza y cubrir todos los gastos de su casamiento”, anunció Ismael Haniyeh, líder de la agrupación. “Estamos incluso listos para encontrarle una novia aquí. Él es muy bienvenido en la Franja de Gaza”.
Peor suerte corrió Hokman Joma, un joven kurdo que huyó de Siria a España tras el estallido de disturbios étnicos en marzo de 2004, donde la minoría kurda (cerca del 10% de la población) es acosada por las autoridades. El gobierno español negó su pedido de asilo político, con lo cual su situación legal resultó incierta. Emulando a al-Zaidi, Joma arrojó un zapato contra un dignatario foráneo mientras vociferaba consignas poco simpáticas. En este caso, contra el premier turco Recep Tayyip Erdogan, de visita en Sevilla el pasado febrero, al grito de “¡asesino!” y “¡viva el Kurdistán!”. La Fiscalía del Estado presentó cargos contra Joma y logró montar un juicio en tiempo récord. Reclamó tres años y ocho meses de cárcel a la vez que solicitó la pena fuese reemplaza por su repatriación a Siria. “La expulsión significaría la tortura y la pena de muerte de Joma en un país como Siria, que da el peor tratamiento al pueblo kurdo”, apeló su abogado. Dos organizaciones andaluzas de defensa de derechos humanos protestaron “la desproporción” entre el comportamiento del kurdo y el castigo demandado y destacaron su sorpresa ante el hecho de que España tenga el código penal más duro de Europa, “incluso más represivo que el de Irak para manifestaciones como la que realizó Joma”. A fines de junio, el tribunal penal número 9 de Sevilla condenó a Hokman Joma a tres años de prisión pero negó el pedido sustitutorio de repatriación a Siria solicitado por la Fiscalía del Estado. Al menos podrá hallar consuelo en la publicación de un libro titulado El zapato de la dignidad como parte de una campaña solidaria orientada a ganar su libertad.
Para la misma fecha que un juez español eximía a Joma de una muerte segura en Siria, un juez norteamericano salvaba del mismo modo la vida de un desertor palestino. Mosab Hassan Yousef, hijo de un prominente líder de Hamas encarcelado en Israel, recibió la típica educación jihadista digna de tal padre. Atrapado por los israelíes luego de un atentado fallido y alarmado por las brutalidades cometidas por miembros de Hamas en la prisión, se desencantó de la promesa islamista y se convirtió en un informante del Shin Bet, el servicio de contraespionaje israelí. Al salir de prisión se mudó a los Estados Unidos, donde se convirtió al cristianismo, publicó un libro autobiográfico titulado Hijo de Hamas y requirió asilo político. Las autoridades estatales negaron el pedido sobre la base de que él había estado “involucrado en actividad terrorista” y constituía “un peligro a la seguridad de los Estados Unidos”. El Departamento de Seguridad Interna, increíblemente, usó párrafos de su libro como evidencia de su cooperación con agrupaciones terroristas y reclamó su deportación, posiblemente a Cisjordania, donde nació, y donde probablemente moriría. Repudiado por su padre, apóstata del Islam, colaborador de Israel y traidor del Hamas, sus chances de supervivencia en las zonas palestinas serían, podemos razonablemente decir, limitadas. Ante el clamor suscitado, finalmente, el gobierno abandonó sus reparos relativos al otorgamiento de asilo y un juez determinó que Yousef podía permanecer en Estados Unidos.
¿Quién hubiera imaginado que un par de zapatos y un converso en la guerra contra el terror dejarían al descubierto la miopía de las burocracias occidentales?
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