“Teká Be-Shofar gadol le-jerutenu, ve-sá nes lekabetz galuiotenu…”. Día a día, entre amaneceres y anocheceres – atravesando los instantes de una plegaria que como su nombre significa un ‘regalo’-, arribamos en medio de nuestro silencio y reverencia, a pronunciar estas palabras que nos traen el eco del por nacer, del por venir, cada jornada de nuestro vivir.
Si Rosh HaShaná ha sido definido como ‘Iom haDin’, un día donde el juicio sale a la luz, muchos estaremos confiados que una vez al año al menos, estaremos presentes delante del Creador para rendir cuentas e intentar abogar por nuestros hechos. Los que se han concretado y aquellos que permanecen en el ‘sueño’ cuando no en el letargo de años y décadas. Sin embargo, estaremos aquellos otros para quienes el día a día trae su juicio de valor, su evaluación de rigor, su saber cómo hicimos, si es que hicimos… Entonces, dejaremos de mirar solapadamente el calendario para detenernos entre sus soles y sombras y observar. Aquí también cabe el juicio, al decir del Amorá, “…Adám nidón be-jol iom” –el ser humano es sometido a juicio cada día-.
Sin embargo, un ‘ajuste’ más resistirá nuestra definición. Y es cuando podemos detener nuestra mirada sobre los ‘relojes’ de la vida. Cuando nos animamos a tener en cuenta ese tiempo de oro real, esos instantes que sumados transcurren en horas. Horas de creación y de inquietud; horas de postergaciones y fracasos; horas de elevación y exaltación; horas de silencios y resignaciones… “Adám nidón be-jol sha’á” será la tercera dimensión ofrendada por el sabio talmúdico, quien intenta no dejar escapar siquiera ese minuto…esa fracción mínima de tiempo por donde a veces se ‘escurre’ la vida… ¡El ser humano es juzgado a cada hora!
Es cuando en medio los tiempos de cada día y día –decíamos más arriba- asoma en nuestros labios, la imagen y el sonido que anuncia que el Nuevo Año, más que una fecha en el calendario, es un desafío de lo cotidiano. Es una ‘escucha’ constante y un ruego permanente, para que El Creador, nos traiga de ese tiempo, todos los días… ‘Haz sonar un gran shofar, para nuestra libertad; y eleva un estandarte para reunir y unificar nuestras diásporas’ pronunciamos cada día, tres veces al día… Aguardamos por ese sonido. Esperamos por esa señal que se ice en lo alto y nos permita distinguir. Los hechos de la redención –Gueulá- ocupan el escenario visual y auditivo. Así como ocurrió una vez, en las puertas de una gran mar, así ahora, en los tiempos que vivimos. Los ojos bien abiertos y los oídos bien sensibles serán la condición básica para recorrer los días de nuestro reencuentro…
Rosh HaShaná nos regala el sonido. Tiempo para escuchar. Para percibir y transportarnos hacia los pies de esa Montaña que nos vio unidos en torno a Un Creador y Su Palabra. “Y todo el pueblo veía las Voces…y la voz del Shofar, que iba in crescendo”. El Nuevo Año debe ante todo abrir nuestro sensorio. Poder oír para discernir. “Im shamó’a tishme’ú…” nos alienta El Creador. La primera vocación del pueblo judío será llevar la acción a la escucha. Na’asé ve-Nishmá. Allí comienza la libertad esencial. Y el Shofar irrumpe par romper las compuertas de una esclavitud que ensordece y anestesia. ‘Haz sonar un gran shofar, para nuestra libertad…’ reza nuestra tefilá diaria. Shofar es sinónimo de libertad. Cuando puede ser oído. Cuando el hombre –los hombres- pueden ser testigos. Cuando pueden discernir entre sonidos que llenan el alma sedienta por ser, de ruidos que aturden y hacen al alma palidecer hasta morir…
Es cada día, querido lector, que pedimos a D’s, en silencio, que una voz profunda y aguda penetre los espacios ‘dormidos’ de la conciencia y haga lugar al ‘jerut’… Libertad que evoca la ‘escritura sobre las piedras’: “…Ve-ha-mijtab, mijatb Elokím hú, jarut ‘al ha-lujot” nos enseña la sagrada Torá cuando seremos acreedores del regalo Celestial. ‘Y la escritura, era escritura de D’s, grabada sobre las piedras’. “Al tikré jarut ‘al halujot, ela ‘jerut’ al ha-lujot” continúan aseverando los maestros. ‘No debes leer jarut –grabado- sino ‘jerut’, -¡libertad sobre las piedras!-’… Hay una libertad que se aprende del estudio, del recibir y del transmitir, y que recorre tal como el sonido del Shofar la vivencia personal y la experiencia generacional. Un primer paso une los sonidos del despertar a las tradiciones cotidianas del dar y recibir. Es por ello tal vez, que nuestra liturgia alienta a cada uno de nosotros a sentirnos parte de la creación en tiempos del Nuevo Año, y alcanzar la dimensión del “…zé haiom tejilat maaséja”. ‘Este día es el inicio mismo de Tus obras’. Así como Boré Olám crea Su Mundo, es tiempo también que Su creatura, el hombre, principie su acción. Nada más simple y alentador para quienes consideremos que ‘nuestra hora ha pasado ya’.
Este Shofar llama a reconocer cada hora del vivir. Y hacer florecer en esos tiempos, la semilla del estudio comprometido y por sobre todo, la transferencia del mismo, hacia el otro… Y cuando ese ‘otro’ es mi hijo, entonces, aquel sonido penetrante me invita a elevarme, como ese estandarte que reza la plegaria, y ser la bandera de reunión, de unión, de adhesión incondicional hacia los valores que nos son propios y que jamás deberíamos haber perdido. “…Ve-sá nes lekabetz galuiotenu” rogamos en la continuación de la plegaria a D’s, para que Quiera reunir nuestros exilios, nuestro vivir al ‘descubierto’, nuestras exposiciones a un mundo, que nos ha transformado en dispersos, en ajenos tal vez a nosotros mismos y a nuestros propios familiares.
Hay una ‘Gueulá’ –redención- que comprende la Obra del Creador. Y a ella nos debemos en la esperanza de generaciones. Pero, junto a ella, recorre nuestro vivir la otra ‘gueulá’. Aquella que debemos promover desde dentro. Aquí ‘abajo’, entre nosotros. ‘Gueulá’ que pueda dar fin a la ‘Golá’…a ese tremendo exilio espiritual al cual estamos sometidos como individuos, como conjunto y como familias. Es necesario izar la bandera del sentirnos parte y orgullosamente judíos, mirando a nuestra Torá como ese regalo que desciende cada día para tornarnos libres…Entre ‘Gueulá’ y ‘Golá’, hay una sola letra de diferencia… la letra ‘Alef’: aquella que me habla de ‘Alufó shel Olam’ –El Creador, Primero del Mundo-, pero también de Su noble tarea, ‘leAlef’, educar, enseñar, adiestrar… Y aquí está el comienzo.
Llega Rosh HaShaná. Y el sonido del Shofar evoca eso de la libertad de todos los días; del ejemplo cotidiano…Del esfuerzo por crecer en sabiduría y ser referentes de propios y ajenos. Y ese Shofar que anuncia nuestra capacidad de seres libres, también nos regala la posibilidad –hermosa y única- de unirnos…Reunirnos en torno a lo sabido, a lo recibido, a lo nuestro. A lo impostergable. Y así tal vez, ese gran sonido que pueda quitar ‘tantos exilios y pérdidas’, pueda, como concluye la plegaria cotidiana: “…Y únenos –todos juntos- rápidamente de los cuatro rincones de la tierra, hacia nuestra tierra…”.
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