El 1 de mayo, la cadena de noticias CNN informó que la flamante Secretaria de Estado de los Estados Unidos de América, Hillary Clinton, definió a las incursiones de la República Islámica de Irán en nuestra región como “bastante perturbadoras”. El 23 del mismo mes, el diario Panamá América advirtió en un editorial que Irán “extiende sus amenazas a otras regiones”. Tres días más tarde, en su edición del 26 de mayo, el New York Times reprodujo un cable de Associated Press que publicaba una denuncia del Estado de Israel referida a la provisión venezolana y boliviana de uranio a Teherán para su programa nuclear. Estas noticias no hacen más que confirmar un desarrollo que se ha venido afirmando en los últimos cuatro años: la creciente influencia iraní en Latinoamérica.
Teherán posee lazos bilaterales históricos con algunos países del hemisferio occidental; el nuevo enfoque regional de la diplomacia iraní es la novedad. Desde el ascenso de Mahmoud Ahmadinejad a la presidencia ha habido una reorientación de los esfuerzos diplomáticos de la república islámica hacia Latinoamérica. Por caso, el presidente iraní ha visitado la región más veces que el presidente George W. Bush. Tal como el académico israelí Ely Karmon ha señalado, los objetivos iraníes son múltiples. El régimen de Teherán necesita forjar nuevas alianzas internacionales a la luz del ostracismo al que está siendo incrementalmente sometido debido a su programa nuclear. En este sentido Latinoamérica ofrece una zona de simpatía natural en aquellos sectores decididos a permanecer en el Tercer Mundo. Será pertinente recordar que durante la votación en la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA) del año 2006 solamente tres países votaron a favor de Irán en la cuestión nuclear, dos de ellos latinoamericanos: Siria, Cuba y Venezuela. A su vez, los ayatollahs pretenden servir de contrapeso a Washington en su zona de influencia tradicional, a modo de represalia por la presencia estadounidense en el Medio Oriente, bajo designio imperial de Irán. No debe descartarse tampoco la posibilidad de que la nación islámica esté buscando mercados económicos alternativos ante el prospecto de sanciones robustas futuras en el marco multilateral de las Naciones Unidas, regional de Europa, o unilateral -como ya rige- de Estados Unidos. La expansión del chiísmo iraní -en puja con el sunismo árabe en el Medio oriente- bien podría ser otro factor: a partir de los años noventa tribus Totxiles en México y Wayuu en Venezuela ha sido convertidas al Islam chiíta. Como beneficio extra, al mostrarse con líderes latinoamericanos, Ahmadinjead puede buscar mejorar su pobre imagen doméstica, de cara a las elecciones próximas especialmente.
El profesor argentino Erwin Viera ha caracterizado a Venezuela como el puerto de entrada de Irán a América Latina. Comparten vínculo estrecho desde el surgimiento de la OPEP en los años sesenta, pero con Chávez y Ahmadinejad en el poder la relación política se consolidó y la comercial se expandió. Ambos poseen un estilo estridente signado por la diatriba anti-estadounidense, anti-israelí, anti-occidental y anti-judía. Hugo Chávez dio status de observador a Irán en el ALBA (la Alternativa Bolivariana de las Américas compuesta por Bolivia, Cuba, Ecuador, República Dominicana, Honduras y Nicaragua) en tanto que Chávez fue premiado por el gobierno ayatollah por su apoyo al programa nuclear de Irán. Irán es el segundo inversor en Venezuela, luego de Estados Unidos; todo un símbolo del pragmatismo del líder bolivariano. En abril último, Caracas y Teherán fundaron el Banco Binacional Venezolano-Iraní con aportes iniciales de USD 200 millones cada parte. Existe un vuelo transoceánico Teherán-Caracas, con escala en Damasco, cuyos pasajeros y pertenencias ingresan semanalmente a Venezuela sin control aduanero alguno, según testimonios recogidos. Algunas universidades venezolanas ya enseñan farsi, el idioma iraní. Caroline Glick ha escrito en el Jerusalem Post que un miembro venezolano de Hizbullah, Tarek el-Aissami, fue designado como jefe de la agencia de pasaportes venezolana; posteriormente nombrado Ministro de Justicia e Interior. El año pasado, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos definió al diplomático venezolano apostado en Damasco y Beirut, Ghazi Nasr al-Din, como agente del Hizbullah. Karmon, citando a un diario kuwaití, indicó que en abril del año pasado el director de relaciones internacionales de Hizbullah, Nawaf Musawi, participó de un evento en la embajada venezolana en Beirut que marcaba un nuevo aniversario del fracaso del golpe anti-chavista. Algunos se han preguntado cuanto tiempo pasará antes de que Hugo Chávez invite a la marina iraní a sus costas, tal como ha hecho con la marina rusa meses atrás.
Venezuela lidera, pero otros países la siguen. Tal como ha informado el ex oficial de contraterrorismo de la CIA John Kiriakou en Los Angeles Times, Evo Morales decidió el año pasado desplazar la única embajada de Bolivia en el Medio Oriente, de El Cairo (líder de los países pro-occidentales) a Teherán. También instruyó a su cancillería a que levantara restricciones de visa a los ciudadanos iraníes. Un acuerdo fue firmado por medio del cual la televisión iraní proveerá a la televisión boliviana de programación iraní en español. Rafael Correa se convirtió en el primer jefe de estado ecuatoriano en visitar Irán. Por su parte, Ahmadinejad estuvo presente en la asunción de Correa. Cuando Fernando Lugo ganó las elecciones presidenciales en Paraguay el año pasado, su par iraní lo tildó de “hombre de Dios y enemigo del Gran Satán” en alusión a USA. Lugo nombró al simpatizante del Hizbullah Alejandro Hamed Franco como el nuevo Ministro de Relaciones Exteriores; este individuo tiene prohibido el ingreso a territorio estadounidense o de volar en una aerolínea de aquél país. Según ha informado Amir Taheri en el New York Post, miembros de la comunidad chiíta de Paraguay (15% de la población) colaboraron con la campaña de Lugo, la que obtuvo también el apoyo de Irán y Venezuela. En Nicaragua, la república islámica tiene su embajada más grande que en cualquier otra parte del mundo, con un personal diplomático estimado entre 20 y 100 oficiales. Incluso naciones moderadas tienen fuertes lazos con Irán. Brasil es el primer socio comercial de Irán en Latinoamérica y ya dos veces debieron cancelarse a último minuto invitaciones oficiales de Brasil al presidente iraní para que visitara la región. La Argentina, que sufrió dos atentados terroristas de impronta islamista en su suelo, incrementó su comercio bilateral con Irán en casi un diez mil por ciento interanual y se abstuvo de apoyar la candidatura a la OIEA de un nacional argentino que no gozaba con el favor de Teherán, conforme ha publicado La Nación poco tiempo atrás. Además, su delegación ante la ONU en Ginebra no abandonó el recinto cuando Ahmadinejad habló el último abril provocando una polémica mundial.
¿Por qué es esto preocupante? Sencillamente, porque las incursiones de Irán en América Latina exceden lo económico y lo cultural y conllevan un desafío político y terrorista asociado. Aún cuando en su propia tierra los ayatollahs reprimen a los izquierdistas, éstos seguirán hallando en nuestra región aliados voluntarios -paradójicamente- a medida que Latinoamérica siga girando hacia la izquierda.
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