Siempre me pregunto que clase de mundo le estamos dejando a nuestros hijos y nietos. Pero, tal como en este dramático mundo del siglo XXI, nunca había experimentado esta suerte de pánico casi, a la luz de tan graves e incomprensibles acontecimientos. Desde siempre tuve asumido que la religión Católica Apostólica Romana, con la ayuda de las otras creencias, esencialmente la judía por sus profundas raíces humanistas, filosóficas y morales, continuaría llevando al mundo por los siglos de los siglos a través de la senda de la cordura, el respeto por el otro, los valores y los principios morales.
Finalmente, con dureza, entendí que íbamos perdiendo terreno, no lentamente y sí paulatina y continuamente, a favor de las huestes islámicas, que apoyan sus prédicas en interpretaciones erróneas de los dictados de sus padres religiosos. Debo reconocer que no conozco lo suficiente el Corán como para analizar sus enseñanzas, pero, convencido que hay un solo D-os, más allá del nombre que se le de, creía que tal en todas las religiones monoteístas, también el libro sagrado de los musulmanes se inspiraría en valores iguales o, por lo menos, similares, es decir, el amor al prójimo, el respeto tanto por la vida propia como por la ajena, altos valores morales, etc. Súbitamente, noté que el islamismo dejaba de lado esos grandes principios para enfrascarse en una guerra de colonización total contra el mundo, como si la humanidad no hubiese tenido suficientes y dramáticas muestras de a que extremos puede llegar el ser humano en pos de ganar una batalla, sin analizar si la razón está o no de su lado, si lo que reclama por la fuerza le corresponde o no. Y en ese orden, no sólo vemos con espanto que han llevado a sus pueblos a guerras sin sentido, pero siempre de alto costo en vidas humanas, sino que esa esquizofrénica ambición implantada en las mentes antes sanas de los más altos dirigentes y sus dirigidos del mundo les ha ayudado, evidentemente, para ir expandiendo semejantes insensateces a lo largo y ancho del planeta. Así, vemos que en la antes poderosa, instruida, caudilla del mundo Gran Bretaña, hoy, por ejemplo, ha retirado de su currícula educativa el estudio del Holocausto, aduciendo que era un “mito” y “ofendía” a la población musulmana allí refugiada, escapando de las matanzas y miseria imperantes en sus países de origen, ha permitido reiterados ataques a la comunidad judía; o la España, antes abanderada del catolicismo, ha llegado al extremo que su Jefe de Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, para congraciarse con los musulmanes que se ampararon en su país y que hoy lo dominan, se disfrazó con el pañuelo musulmán. Y eso no es casualidad, error o descuido, sino que estuvo perfectamente estudiado y analizado, precisamente en momentos en que recrudecía la guerra contra el terrorismo islámico del Hamas en la Franja de Gaza.
Todos estos avances sobre la civilización occidental no se han llevado adelante por medios quizás lícitos, como difundir su filosofía y principios, si los tuvieran, sino esencialmente a través de amenazas de distinto tinte. En este sentido han acudido a los ataques terroristas como el del 11S en Nueva York, con muchos miles de inocentes masacrados que nada tenían que ver con las políticas desarrolladas por su gobierno, o el 11M en Madrid, otra vez con muchas víctimas, en la propia Londres, o el ataque a la Embajada de Israel en Bs.As.o la AMIA dos años después, a cuyos autores aún hoy no se les pudo apresar, tanto por la desidia de los distintos gobiernos argentinos y sus poderes judiciales, como por la protección política que les proporciona la funesta República de Irán. O el poco interés demostrado por Interpol, la cual, como un poder supranacional, tardó varios meses en dar el “alerta rojo” al pedido de los jueces de Argentina de buscar y detener a los responsables de semejantes matanzas. Y de ocho reclamados, sólo “busca” a cuatro.
Cuando se perpetra uno y otro crimen y no se detiene y castiga a sus autores, lo más probable que esos hechos se repitan, justamente como es el caso de la Embajada y la AMIA, dejando el campo libre a la posibilidad de otro ataque similar. Si a esto le agregamos que en la Argentina no sólo se refugiaron muchos criminales de guerra nazis al finalizar la Segunda Guerra y que hoy se permiten exhibir su horrenda divisa, la satánica svástica y realizar actos antisemitas, más allá que algunos funcionarios los nieguen como tales, tanto como las declaraciones de uno de los cuatro excomulgados y ahora redimidos obispos lefebvereristas en un grave error político del Papa Benedicto XVI, Richard Williamson que negó el Holocausto, o las agresiones a la Embajada de Israel en Bs.As., encabezada no sólo por musulmanes refugiados en Argentina, sino por un ex funcionario del gobierno argentino, preferencial referente del mismo y que hoy recibe dinero por mes, entre otras actitudes no muy claras, es fácil anticipar que el próximo objetivo de la filosofía y el terrorismo islámico sea este país. Y todo facilitado por la muy affiatada relación económica, tecnológica y militar, incluida la asistencia nuclear, de Hugo Chávez, el Bolivariano (¿?) Presidente de Venezuela con el tirano de la República Islámica de Irán, Ahmadinejad, que ya le sirvió de pie para asentarse en América Latina, comenzando por el país del Caribe y continuando con Bolivia, a través de su pusilánime mandatario Evo Morales, verdadera marioneta del caribeño y ahora también del iraní.
Desde aquel momento venimos tratando de alertar al mundo de la invasión malsana del islamismo en la conciencia y la cultura occidentales. Hoy, con miedo por el futuro, notamos que el islamismo aciago ha sobrepasado a los seguidores de la propia religión católica, la que cuenta en estos momentos en todo el mundo con poco más de 700 millones de almas, mientras que en la vereda de enfrente ya suman más de 1.300 millones, una cifra que aterra.
En función de este panorama poco tranquilizador y sin pretender ser apocalípticos, debemos asumir que cada judío, en Israel o en la Diáspora, debemos hacer lo que esté a nuestro alcance para fortalecer cada vez más al Estado que nos representa y defiende, so pena de atravesar otra vez alguna de las terribles experiencias de nuestra historia como pueblo de la Biblia.
El autor de la nota es periodista y analista internacional
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