La restauración del Segundo y Tercer Estado Judío, a una distancia de casi 25 siglos entre ambos, fue precedida por sendas declaraciones internacionales de gran resonancia, que representan documentos de validez jurídica que se proyectan hasta el día de hoy.
La Declaración Ciro
La primera pertenece al rey de Persia Ciro y está contenida en el libro bíblico de Ezra . La misma autoriza a los judíos a retornar a su tierra y a reconstruir la Casa de Dios.
Este hecho sucedió en el año 538 antes de la era común, es decir hace 2547 años.
La Declaración Balfour
La segunda cumplió casi 92 años. El 2-11- 1917 el Ministro de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña, Lord Balfour, envió al Lord Walter Rothschild, para que éste pusiera en conocimiento de la Organización Sionista, la siguiente declaración de simpatía y apoyo a las aspiraciones sionistas, para erigir un Hogar Nacional Judío en Eretz Israel. Y dice así:
“Mi querido Lord Rothschild: Me resulta particularmente grato hacer llegar a usted en nombre del gobierno de Su Majestad la siguiente declaración de simpatía con las aspiraciones sionistas, la que fue sometida y aprobada por el gabinete”.
“El gobierno de Su Majestad contempla favorablemente el establecimiento en Palestina de un Hogar Nacional para el pueblo judío y consagrará sus mejores esfuerzos para facilitar el logro de este objetivo, entendiéndose claramente que nada se hará que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos o estatuto político del que gozan los judíos en cualquier otro país.”
“Le estaré muy agradecido si usted tuviera a bien llevar esta declaración al conocimiento de la Federación Sionista.”
Sinceramente suyo”.
“Arthur James Balfour”.
La obtención de la Declaración Balfour fue, en primer término, obra del empeño y tesón del profesor Jaim Weizman, pero también de un grupo importante de sionistas británicos, norteamericanos y rusos.
Tuvo sus grandes partidarios entre eminentes gentiles, como el presidente de los EE.UU., Thomas Wilson, y el premier británico David Lloyd George. Pero contó también con enemigos implacables entre judíos y gentiles.
Posición de los asimilantes/
Entre los primeros figuró Edwin Montagu, secretario para los asuntos de la India en el gabinete de guerra inglés.
Se trataba de un judío asimilante, que consideraba una desgracia el hecho de que se reconociera la pretensión nacional del pueblo judío y sus exigencias históricas sobre su antigua patria. Montagu y sus partidarios temían que el reconocimiento del derecho sobre un Hogar Nacional Judío, representara una señal para la revocación de los derechos de igualdad de los judíos.
Otros enemigos de la Declaración fueron David Alexander, presidente del Board of Deputies (Asamblea de Representantes de la comunidad judía), y Claude Montefiore, presidente del Anglo Jewish Committee.
En Mayo de 1917, es decir, mientras se estaba gestionando la Declaración Balfour, ambos publicaron una especie de manifiesto en el diario “Time”, en el que explicaron que hasta ese entonces colaboraron con los sionistas para la realización de las aspiraciones culturales sobre las que se había deliberado en los Congresos Sionistas.
Pero de aquí en adelante se veían impedidos de proseguir con tal labor conjunta, por cuanto los sionistas fijaron un programa de neto carácter político. Más adelante expresan su oposición acerca del reconocimiento de las características nacionales y políticas de la comunidad judía en Eretz Israel, por cuanto los judíos representan tan sólo una comunidad religiosa, por lo que no es posible crear una nación judía en Eretz Israel.
Esta posición de ambos dirigentes judeo-británicos suscitó una gran efervescencia en el seno del “Board of Deputies” y del “Anglo Jewish Comité”, al grado que ambos firmantes del artículo en el “Time”, debieron renunciar a sus respectivas presidencias.
De no haberse producido la mencionada resistencia de parte de influyentes dirigentes judíos durante la negociación de la Declaración Balfour, no está excluído que su contenido hubiera sido mucho más explícito, su alcance de mayor efectividad y el camino del Estado Judío no hubiera estado sembrado de tantas dificultades.
Entre los grandes opositores en el seno del gabinete británico figuró también, Lord George N. Curzon (no-judío). Éste trató de demostrar que en Israel había muy poco lugar para los judíos, ya que contaba con una población de medio millón de árabes (actualmente, a 92 años de aquella época, el país cuenta con una población total, aproximadamente quince veces mayor).
Siempre intereses políticos
Hoy resulta claro que tanto la declaración de Ciro , como la de Balfour, respondieron a intereses políticos de las grandes potencias que las emitieron. Lo que no cabe duda es que los judíos se beneficiaron de las mismas para reconstruir su nacionalidad, ya que respondía a sus legítimos intereses y aspiraciones nacionales.
Ciro fue el primer conquistador que en vez de llevar en cautiverio a los pueblos vencidos y en lugar de eliminar su comunidad nacional, trató de crear una gran amalgama de los pueblos dominados.
Ello requería una amplia medida de tolerancia religiosa y cultural, como de gobierno interno propio.
Esta alta política de Estado tendía a ganar la buena predisposición de los pueblos conquistados con el fin de consolidar el Imperio, el más grande hasta aquel entonces, especialmente en lo que atañe a los pequeños pueblos, que podían ser certeros aliados entre naciones más turbulentas.
Desde este punto de vista los reyes persas lograron que los judíos fueran sus fieles aliados en el sur de sus vastos dominios.
Durante el reinado de Darío II (423-404 a.e.c.), la custodia de la isla de Elefantina, sobre el Nilo, situada a la altura de la primera catarata frente a Asuán, estaba confiada a una colonia militar de soldados judíos. Se ha descubierto un valioso papiro, del año 419 a.e.c, que contiene un decreto de Darío II, en el que se ordena que la Pascua Judía sea celebrada exactamente conforme a las prescripciones judías.
Salvando las distancias y las proporciones, algo similar sucedió también con la Decalaración Balfour.
Hubo dos clases de factores que indujeron a Gran Bretaña a atraerse la amistad de los judíos. Éstos eran un factor poderoso, especialmente en los EE.UU.. La ayuda de los judíos, especialmente los de este último país, al que Gran Bretaña quería llevar a la guerra como aliado, significó una consideración de gran peso.
El segundo factor era la competencia entre las principales potencias europeas vencedoras por el dominio de Medio Oriente. El hecho es que durante la Primera Guerra las dos potencias mayores, cuyos intereses convergían, y hasta se tornaron contradictorios, en Medio Oriente, eran Francia y Gran Bretaña. La guerra se libró, en cierto modo, para eliminar a Alemania de la región, lo que se logró con mucha dificultad, por la ayuda que Alemania tuvo de Turquía.
Rusia estaba demasiado ocupada en el frente nororiental y mucho más en su frente revolucionario interno. EE.UU. estaba aún lejos de asomarse efectivamente en el escenario de Medio Oriente. Mientras tanto el “gran enfermo”, Turquía, se desmoronaba en pedazos, por lo que había que convenir cómo repartir sus despojos, en cuya tarea Francia y Gran Bretaña estaban rivalizando empeñosamente.
El convenio Sykes-Picot
Al iniciarse la guerra, los intereses franceses en Siria se reafirmaron. En noviembre de 1915, Sir Edward Grey, ministro de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña, encargó a Marc Sykes que entablara negociaciones en Londres con George Picot, representante del gobierno francés. Las negociaciones debían conciliar los intereses franceses e ingleses en el Oriente, a la luz de las exigencias árabes en Siria. Picot insistió en que toda Siria hasta la frontera egipcia (según la división administrativa otomana de aquel entonces Eretz Israel representaba una parte de Siria, de modo que este país se extendía hasta la frontera egipcia), fuera cedida a Francia.
De todos modos, la rivalidad anglofrancesa y el empeño de modificar el convenio Sykes-Picot a favor de Inglaterra, fue el argumento político más importante para convencer al gabinete a favor de la Declaración Balfour.
Inglaterra estaba empeñada en eliminar la posibilidad de partición de Palestina; partición establecida en el convenio Sykes-Picot, y asegurarse el dominio sobre todo el país.
Además, existía la preocupación de Gran Bretaña de alejar del Canal de Suez a cualquier otra potencia europea; por lo que era necesario asegurar que Inglaterra sería el único país que dominara sobre Israel, es decir, el país inmediatamente al norte de Egipto, para que pudiera disponer libremente de la defensa del Canal de Suez, también desde el flanco asiático.
Tiempo después
Con el correr de los años Gran Bretaña no está más capacitada para defender el Canal de Suez por ninguno de sus flancos; Francia ya no domina en Siria y ninguna de ambas potencias puede proteger cualquiera de los territorios de la zona. Lo único positivo que quedó para siempre de la Declaración Balfour es que el Hogar Nacional que propició, acaso como pretexto para hacer prosperar los intereses políticos de Gran Bretaña, y se ha transformado en un sólido Estado Judío que está allí para quedarse eternamente. Por ello, precisamente, la Declaración Balfour, lo mismo que la del rey Ciro, tiene para el pueblo de Israel, un significado de gran proyección histórica.
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