Especial para Comunidades
'Porque Yo soy el SEÑOR, que los he hecho subir de la tierra de Egipto para ser su D-os; serán, pues, santos porque Yo soy santo.'" (Vaikrá 11:45)
Pesaj es una palabra que algunos gustan dividir en dos para poder leer pe - saj, -la boca que habla-..
Como que en el festejo de Pesaj, debemos aprovechar el uso de la libertad de hablar porque de esta manera nos liberamos del exilio, de la oscuridad de la noche que se mantiene silente, al grado que es un silencio que puede ser oído.
Una de las diferencias entre la libertad y la esclavitud está marcada por la posibilidad de expresarse sin temor. De decir lo que se desea. De gritar o estarse callado. Aprender la libertad para ejercerla, descubriendo la fuerza de la palabra que de vocablo se hace mensaje.
En el Seder de Pesaj, afirmamos, la esencialidad de la narratividad como interiorización y exteriorización del tiempo. La noche del Seder, es de fe y redención. Una de sus obligaciones es la de la lectura de los textos que se fueron acumulando y depurando hasta convertirse en una especie de manual que nos debe transportar al Egipto y hacernos sentir tal como se apreciaron nuestros antepasados: de esclavos sin derechos, a seres libres en camino de la santidad. De esa manera le damos significado espiritual a nuestra vida para poder elaborar el ser libres. Si lo lográramos, cumpliríamos con uno de los mandamientos fundamentales que es el de relatar a los hijos. Pero… no nos engañemos, no se trata únicamente de un formalismo, ni de una fórmula mágica. El relato compromete. Debe modificar al referente y a quien oye la narración. Debe convertirse en un diálogo, en momentos en los que vamos perdiendo lentamente la capacidad de oír y la de decir.
El texto de la Hagadá nos permite así, ejercer la búsqueda para que la complejidad del significado y del significante deje de ser un fin en sí misma, para convertirse en un método que fecunde el diálogo acerca de la verdad histórica y de la experiencia personal en aquellos dilemas que permitan comprender la posibilidad de elegir. Eso es ser soberano. Tener la libertad de determinación y de poder alejarse del ser sojuzgado que llevamos profundamente enraizados en nuestro espíritu y muchas veces – más de las que percibimos – en algunas de las personas que nos rodean.
Hay un fenómeno en la noche del Seder que casi pasa desapercibido y es que es la única oportunidad en el año en el que no sólo bendecimos por lo que comemos, sino que bendecimos por la acción de comer. Al decir “que nos santificaste con Tus preceptos y nos prescribiste comer matzá”, “nos ordenaste comer hierbas amargas”, debemos detenernos en la peculiaridad de esos preceptos. La matzá y el maror vendrían a ser los representantes simbólicos de todos los granos y cereales y de todas las hortalizas y los vegetales que al fin podemos ingerir libremente por mandato divino y no humano. Aún no hemos podido regresar a bendecir por la ingestión de la ofrenda del pesaj, y nos debemos conformar (aquellos que comen carne) con esa alimentación, hasta que podamos hacerlo con santidad y pureza y elevar también la comida de la carne a otra esfera compartiendo el korbán pesaj.
Cuando la Torá nos dice, 'Porque Yo soy el SEÑOR, que los he hecho subir de la tierra de Egipto para ser su D-os; serán, pues, santos porque Yo soy santo'", instala a este versículo en el largo capítulo del libro Vaikrá, que nos enumera los animales que podemos comer de entre todos los animales que hay sobre la tierra. No podemos evitar relacionar esta coincidencia con un significado más profundo. Como que nos dijera, lo que decimos con nuestra boca, tiene un sentido creativo y en el Seder aún mayor, y esa misma boca que por mandamiento debe ingerir pesaj, matzá y maror, tiene a partir de la liberación, obligaciones especiales. ¿A qué se deben? Simplemente porque completan el proceso libertario que nos debe llevar a consagrar la santidad del Creador ante nosotros, a fin de poder santificarnos con esa acción. Como que ese es el objetivo de la liberación. Poder recibir las normas e instalarnos en la tierra prometida para buscar la elevación espiritual. Sin ella, seguimos permaneciendo en las instalaciones de la esclavitud y la servidumbre.
En la boca que salen las palabras creadoras, deben ingresar ciertos productos cuyos símbolos explícitos son por todos conocidos, pero que en el proceso de la libertad tienen otras insignias menos expuestas.
En nuestra época en la que todos tienen sus verdades que creen que así lo son, sin que nadie intente ya objetarlas, resulta casi imposible ver la Verdad. Para recibirla no parece quedar otro remedio que fragmentarnos y rompernos internamente. En pedazos. Así como estamos, tan lejos de la santidad, no podemos recibir el Infinito. Usando la idea del rav Kuk zl, diríamos que la ruptura viene, porque la Divinidad da según su potencialidad, pero, el receptor -nosotros- no tenemos capacidad, estamos limitados, por ello el bien nos llega circunscrito. Lo único que queda es la ruptura para reconstruir el deseo para regresar a la fuente infinita así la criatura podrá hacerse a sí misma, para intentar llegar al nivel de lo cabal del Creador. Para aquellos que no podrán alcanzar esa posibilidad, el Seder nos da medios que no por su simplicidad son menos efectivos: la palabra del relato del Éxodo, a través de la boca dialogante del pe – saj, y la misma boca ingiriendo alimentos que simbolizan los que podemos colocar en nuestros paladares con libertad. Con ellos nos santificamos como cuando nos abstenemos de aquellos que fueron excluidos por la Torá de nuestras mesas. Con esos medios si no logramos fragmentarnos internamente para reconstruirnos, por lo menos sacudiremos la gruesa cobertura que nos paraliza, entorpeciendo nuestra entrega a los ideales que decimos compartir y defender. Es un ejercicio excelente para lograr la coherencia con nuestra ideología y nuestros principios libertarios.
Cuando los medios de comunicación se constituyen en una práctica cultural y un espacio de producción y negociación de sentidos condicionados, y a su vez condicionantes, de procesos y contextos socios culturales y políticos, y nos atrapan en sus redes, condicionan nuestras decisiones. Cuando los medios establecen, a través de sus discursos, un eje de matrices culturales donde se explicita y reproduce el poder hegemónico, nos esclavizan, enajenan, y corrompen. No sólo no aportan ningún elemento a la identidad judía, particularmente en los países de la dispersión, sino que distorsionan los existentes. Son uno de los elementos disolventes de esa identidad. Cumplir con la mitzva de relatar a los hijos, se hace en el seno del hogar. No se delega a los maestros, a la prensa, a la TV, a la calle. Tiene un marco, el familiar. Donde se puede fecundar el diálogo por lo menos durante la noche del Seder, para regresar a las entrañas del fenómeno libertario. Es la boca dialogante la que nos sirve de parapeto.
Si queremos que Pesaj triunfe, es eso lo que debemos hacer. Lo haremos reconstruyéndonos, y así modificaremos la realidad. Nos inspiraremos, nos iluminaremos y veremos la Verdad y la Libertad.
En Pesaj, somos libres de gritar: ¡Aleluya! Alaben, siervos de H’, Alaben el nombre de H. Bendito sea el nombre de H’ desde ahora y para siempre. Desde el nacimiento del sol hasta su ocaso, Alabado sea el nombre de H’. Excelso sobre todas las naciones es H; Su gloria está sobre los cielos (Tehilim 113). Pero, para que ese grito sea serio, debe ser proferido por los seres libres.
Jag hapesaj casher vesameaj desde Sión,
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