Una de las figuras características de los poblados judíos en el Este europeo fue, a partir del siglo XVII, la del “maguid” (narrador), palabra extraída de una frase bíblica: “maguid meisharim” (el que transmite cosas rectas), (Isaías XLV, 19).
El “maguid” es el orador y predicador de sinagoga, que trata temas religiosos y morales. En algunos casos es contratado por una comunidad y recibe su paga; en otros, debe recorrer los poblados y mantenerse con los aportes que los fieles depositan en un plato (“keará”). Entre los “maguidim” fijos hubo personalidades importantes por su saber. Todos tuvieron el mérito de difundir la Torá, educar a las masas del pueblo y entretenerlas con sus interpretaciones de los textos sagrados, a menudo haciendo gala de ingenio y de talento.
Probablemente el que caló más hondo en la memoria popular fue el “Maguid” de Dubno (“Der Dúbner Máguid”), llamado así porque en esa ciudad de Polonia, Volhinia (hoy Ucrania), ejerció su ministerio durante 18 años. Su nombre era Iaakov Kranz, había nacido en Zietl (Lituania), en 1741, y murió en Zamosc (Polonia), en 1804.
En la “ieshivá” de Mezrich se formó en la ley judía (“Halajá”) y posiblemente también en el conocimiento de la Cábala. Allí reveló sus dotes desde muy joven, en las homilías dirigidas a sus jóvenes compañeros.
Después de pasar por distintas ciudades, se estableció en Dubno. Al consolidar su reputación, entró en contacto con los grandes eruditos de su tiempo, entre ellos el Gaón de Vilna.
Todas las obras del “Dúbner Máguid” fueron editadas póstumamente por su hijo Itzjak y por su discípulo Baer Plahm.
Aunque alcanzó profundos conocimientos, y pese a la gran cantidad de materiales que utilizó, sus pláticas eran accesibles al común de la gente, ya que en ellas incluía cuentos, parábolas, fábulas y epigramas, con los que cautivaba a sus auditorios.
¿QUÉ FUE PRIMERO?
-No sabes cómo te envidio- le dijo un amigo cierta vez. Para cada palabra tienes disponible una parábola, y así la haces comprensible de un modo tan placentero. Me gustaría entender cómo lo logras.
-Muy sencillo- le respondió el “Maguid”- te lo voy a aclarar con otra parábola.
Había una vez un terrateniente que era probado creador, un tirador certero.
Sin embargo, no siempre lograba su propósito. Y cuando apuntaba a un animalito o a algún ave y no los abatía, volvía a su hogar muy enojado.
Un día salió de caza con sus amigos. Atravesando una aldea, vieron contra un muro una tabla, con redondeles que en su centro mostraban las marcas de las flechas.
-¿Cómo se puede dar en el blanco con tanta precisión?- se preguntaron asombrados. El terrateniente mandó buscar al tirador y cuando lo tuvo ante él, le dijo: -Revélanos tu secreto, cómo haces para no errar ni un solo flechazo. Y el campesino le respondió: -Primero disparo, y después rodeo la marca con un redondel.
-Lo mismo hago yo- fue la respuesta del “Maguid” a la pregunta de su amigo. Empiezo por elegir una parábola ingeniosa, y sólo entonces busco un contenido interesante al que dicha parábola se adapte.
UN ESFUERZO INÚTIL.
El “Maguid” de Dubno llegó cierto día a una ciudad, en la que un librepensador le hizo una singular propuesta:
-Oigame, Reb Iaakov, yo veo que usted, con sus dichos y los ingeniosos ejemplos que propone, se gana el corazón de todos. Por lo tanto, si puede influir también en mí para que me haga creyente, reconoceré su poder y además le entregaré un hermoso obsequio.
-Te voy a responder con una parábola- le dijo el “Maguid”:
Un rico comerciante viajó a un lejano reino, donde adquirió mercancías de todo tipo, y entre ellas un fuelle de los que se usan para avivar el fuego en los hogares. De vuelta en casa, llamó a la sirvienta y, entregándole el fuelle, le dijo: -Este utensillo te va a servir de mucho, va a simplificar tu tarea en la cocina. Cuando quieras avivar el fuego, bastará con que hagas soplar el fuelle un par de veces, y habrás obtenido una gran llamarada.
La sirvienta agradeció a su patrón, tomó rápidamente el instrumento y se dirigió a la cocina.
Pero al día siguiente volvió de mal humor. –Señor- dijo- el fuelle que me ha traído no sirve para nada. Por más que lo hago soplar, no enciende ningún fuego. ¿Quién habrá sido el inventor de una herramienta tan inútil?
El patrón, entonces, dejó de lado todas sus ocupaciones y se trasladó a la cocina, a fin de investigar el caso.
¿Y con qué se encontró? –Con que los trozos de carbón no habían sido para nada encendidos, sino que yacían fríos y dispersos, sin una chispa de vida.
-¿De dónde quieres que provenga el fuego – le gritó a la necia mujer – si los carbones todavía no han sido encendidos? ¿Cómo entonces, podría el fuelle avivar una llama que no existe?
-Lo mismo sucede aquí- interpretó el “Maguid” su parábola. Cuando alguien me convoca para que lo haga retornar a la buena senda, acepto su pedido de buen grado, siempre que en lo más hondo de su corazón guarde siquiera una chispa de fe y de amor al judaísmo. Con mi palabra cálida agito su frialdad, hasta infundirle vida y certidumbre.
¡Pero tu caso, mi amigo, es diferente!- continuó diciendo el “Maguid”. Tu corazón se ha mellado, está frío como el hielo, sin la menor chispa de fe. ¿Cómo podría yo, entonces, responder a tu pedido? Por mucho que te hablara, no alcanzaría ningún resultado. Sería un esfuerzo inútil...
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