En ocasiones los diarios nos sorprenden con el despliegue y el análisis periodístico de temas que no son noticias, en el sentido convencional que algo nuevo ha sucedido, sino que tienen que ver con conductas de la sociedad en que vivimos. El pasado lunes 12 de marzo Clarín se ocupó en un artículo a dos páginas de la iniciación sexual de los jóvenes. Dicho artículo, en principio, y a pesar de no especificarlo en su presentación, pareció referirse a la actividad de los varones. O sea, cuando se habla de iniciación al sexo, lo que importa es el hombre. Luego, ubican el promedio de edad de iniciación en los catorce o quince años, y concluyen -a partir de los testimonios recopilados- que aún hoy buena parte de los adolescentes lo hace con una mujer a la que le pagan por sus servicios. A pesar de ello, existe hoy la creencia generalizada que es común que los chicos se relacionen emocionalmente con chicas de su edad, y luego el encuentro inicial tenga lugar en la casa de alguno de ellos.
Según el autor de la nota, las razones para que el inicio de la vida sexual -siempre refiriéndose al varón, claro- sea por dinero, son diversas: por timidez, porque le otorga una sensación de poder, porque el medio ambiente lo lleva a hacer las cosas de este modo, o porque algún familiar -padre, tío- lo conduce al joven a este primer encuentro. Más aún, el cronista cuenta que es común que varios jóvenes contraten los servicios de una misma persona, incluso algunos se atreven a hacerlo sin ningún recaudo ni protección, poniendo de ese modo en riesgo su salud.
Si tratamos de ahondar en los conceptos vertidos en el artículo, podemos encontrarnos que hay motivos más profundos para que la situación sea como se describe, y los mismos son comunes en todos los casos. Todo es según el cristal con que se mira, y se observamos cómo se compone ese cristal, podremos sacar algunas conclusiones.
La mujer es considerada como un objeto para satisfacer los deseos propios del hombre exclusivamente, y el encuentro entre el hombre y la mujer es visto como un acto carente de sentimiento, o para decir mejor, de contenido; se trata simplemente de dejarse llevar por el instinto, no muy diferente al de cualquier animal que podemos cruzar en la calle. En este esquema, es aceptado incluso que una persona tenga una pareja oficial y otra paralela, para poder realizar todo lo que su imaginación le propone y no puede concretar. De esta forma, tener más de una compañía es visto como un mérito, y las parejas se cuentan como trofeos.
Este esquema esconde en el fondo dos conductas altamente nocivas: el egoísmo, el buscar sólo el propio placer sin importarle el otro, y el orgullo, la sensación de poder, de “hombría”, de “macho” ante el cual sucumben las mujeres.
El modelo que propone el judaísmo es bien distinto. Parte de la base que la casa es un pequeño templo, cuyo lugar más sagrado es el propio dormitorio matrimonial. El vínculo entre el hombre y la mujer está orientado a crear vida en este mundo, y en las relaciones íntimas, el hombre debe propender ante todo a la satisfacción de la mujer. Debe actuar primero pensando en el placer de su pareja, y está perfectamente establecido cuándo y cómo hacerlo. Por otra parte, siendo que el varón contribuye a la creación de vida humana, cuando su actividad sexual no está dirigida en este camino, podría estar quitando la posibilidad de vida a un nuevo ser. En este contexto, las parejas se van conformando a partir de la elección de un camino en común, sin que se requiera ningún entrenamiento previo extra para la vida matrimonial.
Si el adolescente crece sin la presión de tener que sentirse poderoso, ni competir con sus amigos, ni es llevado a enfrentar el acto sexual como una actividad carente de significado, como un fin en sí mismo, como una prueba para hacerse hombre, podrá asumir su desarrollo naturalmente y construir una familia con alguien que respeta sus mismos códigos. Para ello, es fundamental que el joven desarrolle su vida en un ambiente sano.
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