Hace ya más de diez años vi una película española titulada La pasión turca. La protagonista era Ana Belén, ya he olvidado al director y al novelista en cuya trama se basaba el film y, a los fines de este artículo, no viene al caso recordarlos. Menciono a la actriz por si algún lector quisiera confirmar la existencia de la película. La película era bastante sencilla: una mujer española, cristiana pero no practicante, con dificultades para quedar embarazada, viaja a Turquía y se enamora de un turco musulmán. El joven turco, un guía turístico, le pega hasta desmayarla, la viola, la sodomiza violentamente y la obliga por medio de la violencia a ejercer la prostitución. Todas estas acciones ilegales del joven guía turístico turco no espantan ni alejan a la española: ella vuelve a él luego de ser golpeada, vuelve a él luego de ser sodomizada violentamente, vuelve a él aún con más vigorosa pasión luego de ser obligada violentamente a ejercer la prostitución. La película estaba planteada como una ficción, y por lo tanto no cabe responsabilizar éticamente a sus autores, en ningún orden. Pero sí es interesante para descifrar algunas perversiones que ciertos sujetos con voz pública introducen en el campo de la política.
Lo primero que me llamó la atención de la película- que se repite cada tantos años en la televisión por cable- fue que se realizó y proyectó en una época en donde ya en España la denuncia contra la violencia doméstica estaba en su auge, y el maltrato contra las mujeres se consideraba una plaga. La pintura de la protagonista en la película, en cambio, sugería que esta mujer española aceptaba de muy buen grado el maltrato mortal de su amante turco. Me permití intuir que si el maltratador del film hubiera sido el marido español de la protagonista, la misma película habríase transformado en una película de denuncia. Mientras que en el presente y real film la trama presentaba la historia de la española cristiana y el turco musulmán como un salvaje y surrealista elogio del amor fou.
También me permití intuir que si el marido de Ana Belén en esa película hubiera sido un norteamericano, no habrían faltado críticas severas a esa ficticia apología de la violencia contra las mujeres, o la lectura de una velada crítica contra el poder norteamericano. Sin embargo, no leí nada semejante en la prensa de habla hispana referido al turco musulmán que enamoraba a la cristiana española pegándole, violándola y obligándola a ejercer la prostitución.
La película y mis reflexiones vinieron a mi memoria este domingo, a punto de comenzar las vacaciones de invierno aquí en Buenos Aires, cuando me llegó por mail un artículo de un nazi español llamado Jorge Berlanga en estos días de julio de 2007.
En esta ponzoñosa columna, sorprendentemente publicada por el diario La Razón, el tal Berlanga acomete contra Moisés y defiende al Faraón que esclavizaba y masacraba a los hebreos; nos tilda de sanguinarios y vengativos, se pregunta si somos seres humanos y dice que nos quejamos en vano de haber sido “expulsados” (sic) de la Alemania Nazi, y de la España de los Reyes Católicos. Nos tilda de “raza” egoísta y concluye expresando que si de entre nosotros brotan buenos humoristas es porque no nos soportamos a nosotros mismos.
Es de hombre inteligente no soportarse a uno mismo, pero mucho menos soportamos a los nazis como Berlanga.
Que seamos capaces de tomarnos el pelo y de reírnos de nosotros mismos, no significa que vayamos a dejarnos amedrentar por nazis como Berlanga.
De todos modos, traté de encontrar el sentido último de esta inverosímil columna del ignoto Berlanga. Inverosímil, digo, porque en Argentina sería imposible encontrar un escrito semejante en ningún diario de la tirada y la importancia de La Razón. Por otra parte, su autor sería inmediatamente enjuiciado bajo la ley antidiscriminatoria y lo más probable sería que fuera a parar a la cárcel. Pero, de todos modos, ¿cuál era el motivo último de este delincuente? ¿Por qué odiaba de tal modo a los judíos?
Efectivamente, como el recuerda irónicamente, los judíos fueron
expulsados de España 500 años atrás. Pero, a diferencia de sus maliciosos adjetivos, nunca intentaron tomar venganza. Por el contrario, un contingente de voluntarios judíos ofreció su sangre para defender la democracia española durante la Guerra Civil. Posteriormente, cuando el retorno de la democracia, el Estado de Israel intentó por todos los medios reemprender los contactos diplomáticos con España. Israel nunca ha alzado su voz contra ninguna de las medidas de España y siempre ha intentado un acercamiento solidario y cooperativo tanto a España como al resto de la Comunidad Europea.
No podemos decir otro tanto de las relaciones de España con el
fundamentalismo islámico. Los fundamentalistas islámicos conquistaron y dominaron a los españoles en el 711 y durante un buen par de cientos de años. Sus terroristas los mataron en los ochenta y , mucho más salvajemente, el 11 de marzo del 2004, en los siglos XX y XXI. Vale recordar que cuando el feroz atentado del 11 de marzo, inmediatamente el gobierno de Israel ofreció sus servicios en lo que pudiera ayudar y sus más sentidas condolencias. Mi firma figuró entre los dolientes que acompañamos a los españoles en aquel día luctuoso y tan inconcebible como el escrito del nazi Berlanga.
Pero entonces… ¿por qué habría un español, cristiano o hijo de cristianos, de odiar al pueblo judío, si nunca hemos tenido la menor mala voluntad ni el menor afan vengativo contra los españoles a quienes, por el contrario, manifestamos nuestro cariño y con quienes trabajamos fructíferamente siempre que podemos? ¿Por qué habría de agarrarsela con los judíos que jamás alzaron un dedo contra España como sí lo hicieron los terroristas islámicos?
En el caso de Berlanga, me queda claro. Como la protagonista de La pasión turca, por motivos que desconozco, Berlanga desea ser golpeado, violado, sodomizado violentamente y obligado a ejercer la prostitución por algún fudamentalista islámico. Su deseo último es el deseo de sumisión. Sabe Jorge Berlanga que en la actualidad los norteamericanos y los judíos estamos obligadamente en la línea de batalla contra el fundamentalismo islámico, y que somos la última contención antes de que un furibundo fundamentalista islámico venga a golpearlo y violarlo como reclama a los gritos, igual que a la confundida protagonista de la pasión turca. Debería recomendarle a Berlanga que lea el Talmud, pero ya nos aclara en su nota que lo desprecia. Ese sabio tratado aconseja a quien sea poseído por un deseo prohibido e irrefrenable, como el deseo de sumisión de Berlanga, “cuando un hombre es poseído por un deseo maligno que no puede dominar, debe envolverse en ropas negras, marcharse a un sitio donde nadie lo conozca, y hacer lo que su corazón desea”, según nos recuerda Isaac Bashevis Singer en el cuento Disfrazado, del libro “La muerte de Matusalén”. Pues debería Berlanga seguir el consejo, alejarse muy mucho, y dejarse dar por los que le gustan: los que le pegan, los que lo violan, los que lo someten.
Pero debe saber Berlanga, como le aclaraba con mucha más lucidez mi hermano Joan Juaristi (el mote de hermano se lo adjudico yo sin perdirle permiso) que no nos vamos a dejar matar. Esto lo digo por mi propia cuenta: no me voy a dejar matar, Berlanga, ni voy a dejar que maten a mis hijos, solo para que a ti pueda poseerte violentamente un fundamentalista islámico.
(x) Escritor,ensayista. Autor de varios libros.
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