Ordenando papeles de la Escuela Secundaria, encontré unos apuntes tomados de un gran maestro: el actor y docente Zalmen Hirschfeld. El fue de los que mejor supieron infundirme el amor a la literatura judía.
Los apuntes citados se referían a un escritor judío-polaco apodado Urke Najálnik (Urke-ladrón en la jerga de los malvivientes- el atrevido, el atorrante, el bravo, el audaz). Ni en mi biblioteca ni en otras de Buenos Aires, pude hallar materiales sobre él. En Israel, durante mi reciente estadía, encontré parte de sus obras traducidas al hebreo.
Cuando leímos con el profesor Hirschfeld “Motke el Ladrón”, de Shólem Ash, nos hizo notar que se trataba de un héroe de ficción. Y nos habló de Urke Najálnik, que había sido ladrón en la vida real, y extrañamente también un narrador talentoso. Durante la semana siguiente le dedicó varias clases a “Urke”. También nos relató, que en la época que él se dedicaba exclusivamente al teatro había adaptado y dirigido una obra corta en un acto referida a U. Najálnik, la cual durante el verano la presentaron en varias ciudades del interior del país con mucho éxito.
Un hogar acomodado
Urke Najálnik se llamaba, en realidad, Itzjok Farberovich. Había nacido en 1897 en un pequeño poblado polaco, cerca de Lomye. En la casa de su padre, un comerciante de buena posición, recibió la educación judía tradicional. En 1910 fallece su madre. Pero cuando tenía 15 años (1912), robó en su propio hogar y huyó a la ciudad de Vilna. Allí, cada vez más, el mundo del hampa lo atrapa y debe cumplir condenas en diferentes cárceles de Polonia (Desde 1927, a los 30 años de edad, en la prisión de Ravich, cerca de la frontera alemana, por un intento de robo al Banco Nacional de Varsovia). La condena era a 8 años.
La cárcel
El edificio de la prisión constaba de dos cuerpos: uno para presos políticos y el otro para delincuentes comunes. Estos últimos podían escribir todo lo que se les antojara, y los primeros podían hablar a su gusto. De ese modo, el pintoresco director de la prisión, Pan Wrubel, se aseguraba su propia tranquilidad. Hasta que un día, un delator le hizo saber que el preso Urke Najálnik escribía día y noche, sin parar, lo que ya resultaba sospechoso.
Con Urke no se podía jugar. Era un mocetón alto y fuerte y sus puños infundían respeto. Pero el director tampoco podía dejar de investigarlo.
Urke accedió a entregar sus cuadernos por las buenas. Con gran sorpresa se pudo comprobar que contenían el manuscrito, en idioma polaco, de su primera novela, titulada “La moral domina el Mundo”. ¡Un delincuente opinando sobre moral! El director de la prisión no salía de su asombro. Corría el año 1933 y Urke debía permanecer en ese sitio 2 años más.
Entonces entran en acción 2 nuevos personajes: el prestigioso profesor Stanislaw Kowalski y el jefe mismo del gobierno polaco, el Mariscal Józef Pilsudski.
La amnistía
El profesor Kowalski se encontraba casualmente en Ravich, y a pedido del director de la cárcel leyó la novela. Más tarde recibió otra del mismo autor, que llenaba 10 cuadernos. Se titulaba “La vida de Urke Najálnik”.
Kowalski quedó asombrado por la riqueza de su lenguaje y por la descripción de los hechos: choques, persecuciones, redadas y, sobre todo, robos de toda especie. Entonces, por un lado, se puso en contacto con una importante casa editora; y por otro, le envió una carta al jefe del gobierno polaco, el Mariscal Pilsudski, en cuya legión había combatido por la independencia de Polonia. En la carta, el profesor Kowalski le pedía al Mariscal que amnistiara al preso, dado su extraordinario talento, con el que podría enriquecer la literatura polaca. Fue así como Urke Najálnik salió de la cárcel 2 años antes del término fijado.
En libertad
Esa mañana, Urke llevaba consigo una novela inconclusa: “Muertos en Vida”, acerca de sus años en la prisión. Y no sabía bien si salía en calidad de escritor o de ladrón. El director de la cárcel lo sacó de sus dudas. Al despedirlo, le hizo saber que una importante editorial publicaría su obra “Vida de Urke Najálnik”, y que en el correo local podía ya retirar un adelanto de sus honorarios; y le aconsejó que observara buena conducta.
A Urke le era difícil decidir adónde encaminaría sus pasos. Finalmente optó por Vilna, la ciudad a la que había huido después de robar en la casa paterna.
En esa ciudad se convirtió en un frecuente visitante de la “ Biblioteca Municipal”, donde guiado por Jaim Lunsky, el bibliotecario, leyó y estudió las principales obras de la literatura judía y universal.
Sus escritos ven la luz
Cuando las obras de Urke Najálnik aparecieron en las librerías, causaron gran impresión y fueron comentadas en diarios y revistas. Centenares de lectores aguardaban la aparición del cotidiano “Háint” (Hoy), de Varsovia, que publicaba los relatos por entregas. El nombre de Urke Najálnik estaba en boca de todos.
En Riga, la capital de Letonia, el primer libro publicado se tradujo al ruso y tuvo mucho éxito.
Mucha gente de prensa quiso entrevistar a Urke. Él le respondió sólo a un periodista y, en pocas palabras, le dijo que: “Un escritor no debía hablar, sino escribir”.
Urke vivía en una cabaña de madera, en las afueras de la ciudad, cerca del bosque. Allí completó su novela “Muertos en vida”, comenzada en prisión. La casa editorial la publicó de inmediato y cosechó grandes elogios. Nuevamente, la prensa destacó el hecho de que un ladrón se distinguiera por su talento literario. Pero sus colegas, los literatos judíos lituanos, no se ocupaban demasiado de él.
Vida nueva
De la vida de Urke Najálnik en Vilna, nos han llegado testimonios de sus colegas escritores, especialmente Shmerke Kacherguinski y Moishe Knaphais. En la taberna de Zélig “báal toive” se bebía, se cantaba, y reinaba más animación que en los círculos literarios. Zélig supo de las hazañas de Urke Najálnik y le propuso “trabajar” juntos. Pero Urke le dió a entender que había dejado el “rubro” y que ahora “ganaba bien escribiendo libros”. Y era cierto: periódicos en lengua ídish de todo el mundo comenzaban a publicar sus relatos. Pero los escritores judíos de Vilna seguían opinando que a sus obras les faltaba profundidad, que sólo servían para los periódicos...
Pasaba mucho tiempo en su casa, escribiendo. Durante el día visitaba la “Biblioteca Municipal”. Se sentía muy solo. Hasta que un amigo, Siomke Kahan, lo llevó a la Rampa Náutica del Club Macabi de Vilna, a orillas del río. Allí conoció a Lize, una enfermera nacida en el pueblo de Shnipechok que trabajaba en el Hospital de la Comunidad, y al cabo de un tiempo se casaron. La boda no satisfizo del todo a la familia de Lize, comerciantes de lino, que no alcanzaban a comprender eso del “ex delincuente que escribe libros”.
En Varsovia
Ya con un pequeño hijo, Dóvidl, deciden irse a vivir a Varsovia, que era el centro de la vida literaria. Se establecen en Otwotzk, un lugar de descanso cerca de la Capital.
Urke comienza a frecuentar la Unión de Escritores, donde es reconocido por sus colegas. Crece su popularidad, y decenas de miles de lectores “devoran” sus obras en los libros y en los periódicos.
La resistencia
Cuando los nazis entraron en Varsovia, Urke buscó por todos los medios organizar la resistencia. Él sabía escabullirse en el momento justo y eludir las guardias. Varias veces ingresó en la capital para entrevistarse con sus antiguos compañeros. Pero no consiguió que reaccionaran.
Urke se proponía reunir a los delincuentes de antaño en una especie de brigada que hostigara al enemigo. Y se encontró con que la hora no había sonado aún...
Entonces habló con los dirigentes comunitarios sobre la posibilidad de organizar grupos de jóvenes armados contra el invasor. Tampoco allí obtuvo respuesta. Decepcionado, volvió a Otwotzk decidido a actuar por sus propios medios.
Urke desaparecía por las noches, sin respetar el toque de queda. Al cabo de un tiempo le contó a Lize que, con dos bravos jóvenes del lugar, realizaba tareas de sabotaje, provocando el descarrilamiento de los vagones ferroviarios.
Pronto los sorprendió una patrulla. Urke Najálnik y sus dos compañeros fueron acribillados en las cercanías de la prisión de Otwotzk (1941). Cuando encadenado lo llevaban a fusilar, aprovechó un descuido de uno de los gendarmes para con las dos manos esposadas estamparle un durísimo golpe en la cara y romperle los dientes. Los tres fueron masacrados en el lugar.
Sobrevivientes de la Shoá afirmaron después, haber visto a Lize con su pequeño hijo en el Gueto de Varsovia. Nada se supo de su posterior destino.
Cabe destacar que Urke Najalnik no es el único escritor que comenzó su carrera literaria como delincuente y luego alcanzó popularidad en el mundo de las letras.
FrançoisVillon (1431 – 1463) fue ladrón. Los franceses lo condenaron a muerte y fue ahorcado. El pueblo francés lo recuerda y es considerado un clásico de la poesía de su país.
Jean Genet (1910 - 1986) pasó muchos años en la cárcel por actos delictivos y luego fue consagrado como un gran dramaturgo del siglo XX.
Creo que Urke Najálnik merece, especialmente tomando en cuenta su trágico final, ser recordado como un popular escritor judío, quien pudo vencer graves debilidades. Sea esta nota una flor sobre su desconocida tumba, al cumplirse 65 años de su trágica muerte.
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